Empecemos por definir o describir qué es el vacío existencial.
Es la sensación de no tener un propósito en la vida.
El disgusto de vivir sin sentido, levantarse, relacionarse, trabajar…, sin sentido.
¡Y ese vacío duele! Es una señal que te llama para que revises tu estilo de vida, tus decisiones, para que busques éso que te hace falta.
Es normal experimentarlo cuando vives una pérdida, un cambio intenso, una nueva etapa a la que aun no te adaptas, una crisis que te cuestiona… Es un fenómeno humano.
¡Todos lo experimentamos en diferentes momentos de nuestra existencia!
Sin embargo, si no se trabaja lo necesario, de modo que el vacío se vuelva crónico, sí puede convertirse en una patología. Lo que Viktor Frankl llamó la Neurosis Noógena; la neurosis de nuestro tiempo. Esa que vemos hoy de modo tan palpable: aburrimiento, apatía, agresión, depresión, adicción, suicidio…
En la contingencia que estamos viviendo, es natural sentir vacío. Hemos perdido lo que tal vez ni siquiera hemos podido nombrar: movilidad, encuentros, formas de trabajo ¡o el trabajo mismo! relaciones, rutinas, espacios… Un cambio tan brusco y repentino que fácilmente lleva a sentir ese vacío.
Obsérvalo, siéntelo y capta su llamado: Busca, explora, interioriza y descubre qué es realmente importante para tí, cómo se ha movido tu jerarquía de valores, qué es lo que realmente necesitas, qué eres capaz de aportar a tu entorno, qué es lo que te toca aprender todavía…
Y entonces, el vacío desaparece cuando eliges llenarlo con valores como la amistad, el amor, el servicio, el aprendizaje, el agradecimiento, la solidaridad, etc.,
Lo que se experimenta es, ahora, una sensación de plenitud, que puede estar permanecer aun en la dificultad o la tristeza.
Recuerda, el vacío puede solo taparse y no desaparecerá nunca.
El llamado es llenarlo de modo que tu vida, para tí, tenga sentido.
