Entrevista a Alexander Batthyany con motivo de su nueva publicación: La superación de la indiferencia. El sentido de la vida en tiempos de cambio.
Por: Amalia Mosquera
Los humanos, dice Alexander Batthyány, parecen ser la única especie que tiene esperanza y, si la abandonamos, este sentimiento desaparecerá por completo. Un mundo vacío y que nos resulta indiferente es un mundo desolador que necesita ser reparado. Es imprescindible salir de la indiferencia que nos adormece. Nos lo recuerda este discípulo de Viktor Frankl a través de las páginas de su libro La superación de la indiferencia, en el que habla sobre el vacío existencial, la pérdida del sentido de la vida y la necesidad de combatirlos. ¿Cómo se puede sobrevivir a ese estado? Se lo preguntamos en esta entrevista.
Es la gran paradoja del llamado primer mundo: tener todo y nada a la vez. En medio de la abundancia de los países ricos, emerge en sus ciudadanos, como reacción a la posibilidad de acceder y poseer cualquier cosa física, una realidad psicológica muy distinta: cada vez más personas se sienten atrapadas en una profunda crisis de valores y un gran vacío existencial. Riqueza y prosperidad materiales unidas a un empobrecimiento espiritual y existencial. Como consecuencia, una pérdida de valores, de ilusiones; pérdida del sentido mismo de nuestra vida. Y en este escenario se instalan la resignación y la indiferencia.
Esta es la base de La superación de la indiferencia. El sentido de la vida en tiempos de cambio. Su autor, Alexander Batthyány, analiza las causas de este fenómeno y da las claves para salir de esta situación y recuperar el sentido de la vida. Muchos años de experiencia y todo lo que tuvo oportunidad de aprender de uno de los grandes, Viktor Frankl, autor del importante libro El hombre en busca de sentido, una de las obras más leídas del siglo XX, y de la obra Algún día serás libre, le han servido a Batthyány para ello.
Alexander Batthyány es director del Instituto Viktor Frankl de Viena y la máxima autoridad de la figura de este psiquiatra, filósofo y escritor austriaco. Batthyány imparte clases de Fundamentos teóricos de la ciencia cognitiva en la Universidad de Viena y de Logoterapia y análisis existencial en el Hospital Psiquiátrico Universitario de esta misma universidad. Es titular de la cátedra Viktor Frankl de Filosofía y Psicología en Liechtenstein y, desde 2011, profesor visitante de Psicología existencial en Moscú.
«Somos seres con una libertad significativa, y somos responsables, maduros, adultos que no pueden usar el pasado como excusa para no estar a la altura de nuestra responsabilidad»
¿Cómo contactó y qué le ha aportado Viktor Frankl a lo largo de su vida?
Encontré a Frankl en mis tiempos de estudiante. Él era un hombre anciano, de casi 90 años, y yo tenía unos 20 años. Varias cosas fueron muy formativas durante esos primeros días y que aún hoy me impactan a mí e impactan en mi trabajo. La primera, el estímulo de Frankl para llevar las explicaciones y teorías psicológicas y biológicas tan lejos como puedan llegar, pero para aceptar que sigue habiendo algo irreductible en la personalidad, incluso después de que todos los poderes explicativos psicológicos y biológicos han sido utilizados. En segundo lugar, y directamente relacionado con esto, fue su estímulo para diferenciar entre lo que podemos descubrir psicológicamente sobre los impulsos, las necesidades, el impacto del pasado en nuestro comportamiento, etc., y lo que podemos descubrir en el presente. No solo las causas por las que nos comportamos, sino también las razones para comprometerse y crecer más allá de lo que de otra manera determinaría nuestras elecciones. En otras palabras, que hay cierto grado de libertad, no en las condiciones, sino en la cuestión de cómo nos relacionamos con nuestras condiciones; que el futuro está abierto y que depende de nosotros lo que haremos a continuación, sin importar nuestro pasado. Esto abre una perspectiva totalmente nueva de la vida: somos seres con una libertad significativa, y somos responsables, maduros, adultos que no pueden usar el pasado como excusa para no estar a la altura de nuestra responsabilidad. Esto es un gran regalo para que un estudiante aprenda.
Refleja en su libro la idea de que, en medio de la abundancia material de los países ricos, se da una realidad psicológica muy distinta: cada vez más personas se sienten atrapadas en una profunda crisis y un gran vacío existencial. Esto provoca una pérdida de valores, de ilusiones; pérdida del sentido mismo de nuestra vida. Y se instalan la resignación y la indiferencia. ¿Cómo se puede salir de este estado?
Podría dar una larga respuesta teórica a esta pregunta, pero creo que solo una respuesta aplicable a la vida cotidiana será una respuesta válida. Y aquí viene: hay miles de libros de autoayuda por ahí que te dicen que si pensamos en positivo y si practicamos meditación, etc., la vida será mejor. Tal vez lo haga, al menos un poco. Pero estos dos «métodos» nos llevan al interior como si lo único que contara fuera cómo nos sentimos. Este es el lenguaje y el mensaje de la indiferencia: hay un mundo enorme ahí fuera, hay una enorme necesidad en este mundo de que la gente se comprometa de forma creativa y constructiva. Así que la verdadera pregunta no es si me siento bien. La verdadera pregunta es: ¿para qué soy bueno? ¿Dónde puedo participar? Esto puede ser pequeño o grande, pero creo que nunca debemos olvidar que marcamos la diferencia, constantemente enviamos señales al mundo, por la forma en que hablamos, por ser amable o no, por ser benevolente o no, etc. Todo lo que se necesita es un pequeño cambio en la atención: de estar centrado en el ego a ser abierto y receptivo, y creativo. Ser receptivo significa encontrarse con el mundo: en otras personas, en la naturaleza, en las artes, para cosechar el gran regalo de la experiencia. Y ser creativo significa ver dónde hay una necesidad o algo que no se haría realidad sin nosotros.
Una vez que probamos la belleza de superar la indiferencia centrada en el ego, estamos fuera de este estado. Realmente creo que nadie se quedará voluntariamente en la celda cerrada del egoísmo una vez que ha respirado el aire fresco de ser un ser humano que comparte, cuidadoso, despierto y maduro. Mi libro solo trata de mostrar varias formas de levantarse y salir.
«Hay un mundo enorme ahí fuera, hay una enorme necesidad en este mundo de que la gente se comprometa de forma creativa y constructiva. Así que la verdadera pregunta no es si me siento bien. La verdadera pregunta es: ¿para qué soy bueno? ¿Dónde puedo participar?
Usted ha dicho: «Nuestra generación desconfía de la esperanza, del idealismo y del compromiso». ¿Por qué cree que esto ocurre?
Sí, este es un fenómeno que creo que debe ser investigado más a fondo. Lo observo en la universidad y principalmente en los círculos intelectuales, o en personas que los consideran intelectuales. La gente tiende a desconfiar del bien; a veces incluso pueden pensar que ya es sospechoso hablar de «el bien». Pero están totalmente dispuestos a creer en el cinismo, en lo desesperado, en lo malo…, como si hubiera más realidad en lo segundo y menos realidad en lo primero. Tal vez después de Auschwitz e Hiroshima esto es comprensible. Pero es unilateral, y si descuidamos la esperanza y el idealismo, dejamos de lado el bien que podríamos lograr, que necesita ser realizado. En mi libro señalo que los humanos parecen ser la única especie que tiene esperanza, así que si la abandonamos, desaparecerá de la faz de la tierra. ¿Realmente queremos esto? ¿Podemos permitirnos esto en estos tiempos de crisis mundial? No. Creo que el término medio sería aconsejable: ver el mundo como un realista y moldearlo como un idealista. Así que en lugar de negar el idealismo porque no está ahí, la única solución es nutrirlo y hacer algo. En lugar de lamentar que haya tan poco bien en el mundo, enviarlo y crearlo activamente, ser amable, ser benevolente, ser cuidadoso. Especialmente después de que Auschwitz e Hiroshima nos enseñaran lo que pasa cuando nos rendimos.
«Creo que el camino aconsejable sería este: ver el mundo como un realista y moldearlo como un idealista. En lugar de negar el idealismo porque no está ahí, la única solución es nutrirlo y hacer algo»
Hablar de Auschwitz e Hiroshima es hablar de muerte, destrucción, horror, sufrimiento, dolor. ¿Es más feliz el que vive al margen de la muerte que el que piensa en ella y siempre la tiene presente?
Creo que no hay una única respuesta general a esto. Sabemos por la investigación de la muerte cercana que para muchas personas en el momento en el que están al borde de la muerte parece haber mucha menos ansiedad de la que se podría esperar. Todavía no sabemos exactamente por qué es así, pero si se escuchan repetidamente tales testimonios, es difícil no creer que tal vez en nuestra vida cotidiana tendemos a tener una falsa imagen de la muerte. Sostengo en mi libro que nuestra conciencia común de que somos mortales debería darnos un renovado sentido de libertad y responsabilidad. ¿Por qué? Porque nos hace conscientes de que realmente nos debemos a nosotros mismos y a nuestras vidas la forma en que la modelamos, y el hecho de que esta cantidad limitada de años debería hacernos conscientes de que cada día estamos «escribiendo» nuestra biografía. Sabemos por la psicología de la muerte y el morir que casi nadie se pregunta si se sintió bien durante su vida; quieren saber si sirvieron para algo. Así que la respuesta a esta pregunta se encuentra en cómo vivimos. Al final, cada palabra amistosa, cada acto amable, cada benevolencia…, todas estas cosas aparentemente «pequeñas» se sumarán a lo que nos convertimos y a lo que pensaremos de nuestras vidas. Eso es lo que dejaremos atrás y de lo que somos responsables.
Sentimientos esencialmente humanos
Hay mucho en La superación de la indiferencia del pensamiento de Viktor Frankl. El libro trata de sentimientos esencialmente humanos: la esperanza, la disposición a formar parte de la vida con compromiso, la capacidad de entender que organizar el mundo es tarea de todos y cada uno. Y trata de lo que nos pasa, a nivel individual y como sociedad, cuando esto desaparece y da paso a la indiferencia que nos adormece y nos debilita; habla de cómo superarla y escapar de ella. La pérdida del sentido de la vida tiene consecuencias en la propia imagen que nos formamos, en lo que creemos y esperamos de nosotros mismos; en la idea que nos hacemos del ser humano, del otro, y en nuestra percepción del mundo y las expectativas que tenemos sobre él. Todo se difumina hasta destruirse.
El vacío que esto nos deja es ocupado por la indiferencia, un sentimiento que mata toda iniciativa, todo idealismo y toda esperanza de un futuro mejor, y que nos hace vulnerables, nos sumerge en una rutina gris, que lamentamos, pero soportamos y dejamos estar sin saber si una vida así tiene realmente algún sentido. Un mundo vacío y que nos resulta indiferente es un mundo desolador, que, dice Batthyány, necesita ser reparado. Porque, asegura, es posible hallar ese estado ideal en el que el ser humano no se siente desarraigado y perplejo ante preguntas sin respuesta, sino que ha encontrado su lugar y es feliz de cumplir con su responsabilidad en el mundo. Una opción «realista, no optimista».
«Hoy, muchos se quejan de una crisis de valores. Los proyectos de vida les parecen discutibles, pero no encuentran respuestas firmes y viables. Una parte considerable de la sociedad del bienestar ha perdido la orientación, la actitud, el rumbo y su propia trayectoria vital, el idealismo y la esperanza. Un sentimiento de desmoralización, escepticismo, falta de compromiso, resignación e incertidumbre, sobre todo en países industrializados ricos». Alexander Batthyány
El libro lo publica Ed. Herder
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