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Identidad y Logoterapia. Comentarios logoterapéuticos a la obra «El laberinto de la soledad» de Octavio Paz

A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible. Casi siempre esta revelación se sitúa en la adolescencia. El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros de abre una imparable, transparente muralla: la de nuestra conciencia.

Es cierto que apenas nacemos nos sentimos solos; pero niños y adultos pueden trascender su soledad y olvidarse de sí mismo a través del juego o trabajo. En cambio, el adolescente, vacilante entre la infancia y la juventud, queda suspenso un instante ante la infinita riqueza del mundo. El adolescente se asoma al ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el río de su conciencia se pregunta su ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es suyo. La singularidad del ser –pura sensación en el niño- se transforma en problema y pregunta, en conciencia interrogante.
A los pueblos en trance de crecimiento les ocurre algo parecido. Su ser se manifiesta como interrogación, ¿qué somos y cómo realizaremos eso que somos?
En verdad, la pregunta también se la hace el individuo que padece crisis de identidad, Su problema nace en la conciencia que lo interroga acerca de su cruda realidad: ¿qué o quién soy y cómo realizo eso que soy? No poder identificar qué o quién soy, es empezar a caminar por el sendero de la no realización personal conducente a la carencia de identidad personal.
La crisis de identidad personal es expresión de una crisis de voluntad de sentido pues esta voluntad evita asumir la responsabilidad de aceptar ontológicamente el compromiso por “ser alguien” y antropológicamente por “ser alguien en el mundo”, con raíces que explican su gestación y modelan de manera concreta su forma personal de vida.

Carente de una fuerza interior que unifique y dé consistencia a su “SER ALGUIEN”, la persona se vuelca al exterior desde donde obtiene, aparentemente, su consistencia. De esta manera su identidad depende del exterior.
Ante la cruda experiencia del “no ser alguien” consistente en sí mismo y por sí mismo, la persona busca “tener, poseer, cosas que lo identifiquen”. ¿Qué otra cosa significa el consumismo devorador en nuestra época? Se “es alguien” sólo en apariencia del objeto que cubre la carencia de identidad personal. Volcado hacia el exterior, el ser humano se cosifica, si se vuelve al interior o se vuelve hacia dentro, como expresión de la voluntad comprometida, responsable de ser tal como es, se humaniza.
En la medida en que la persona se orienta sólo hacia fuera, deja de ser ella misma y se convierte en “cualquiera”, la singularidad se convierte en problema y la persona se ve a sí misma sin identidad.
¡Con cuánta frecuencia acontece esto en la vida! Pocas veces, en este mundo agitado por el comercialismo y la ausencia de voluntad responsable ante la vida los hombres llegan a ser ellos mismos, pues actúan sin personalidad y únicamente en y para el mundo exterior.

Al no tener identidad entonces simulamos tenerla a través de la adquisición de objetos para ocultar la ansiedad frente a la carencia de identidad.
La mentira posee una importancia decisiva en la vida cotidiana, en el amor, en la política, en la amistad. Con ella se pretende engañar no sólo a los demás, sino a nosotros mismos. De aquí surgen muchas y numerosas mentiras de los individuos y los pueblos. La mentira es un juego trágico en el que arriesgamos parte de nuestro ser. Nuestras mentiras reflejan nuestras carencias y nuestros apetitos, lo que no somos y lo que deseamos ser.
La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Sin embargo el simulador no es como el buen actor que se entrega plenamente a su personaje, aunque después abandone su papel… la mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.

Simular pues, es inventar, ahogar, aparentar y eludir la propia condición de no ser alguien y disfrazar así la dolorosa angustia y ansiedad interior. De esa manera la persona se transforma en “Ninguno”.

En México existe una palabra derivada del adjetivo ninguno, cargada de sentido para describir la carencia de identidad y nulificación de la persona, que ha generado el verbo “ningunear”, igual a nulificar y que al mismo tiempo expresa el drama interior de la persona a quien se le aplica carencia de identidad.
El “ninguneo” es una operación que consiste en hacer  de alguien, ninguno. La nada, de pronto, se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace ninguno.

ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, el ninguno está siempre presente.
Ser ninguno, en realidad es no tener identidad, o tal vez sea la única forma de ahogar la angustia de no tenerla, la cual se expresa en un profundo vacío en el interior del individuo. Esta vaciedad engendra la ansiedad, que se proyecta en la forma angustiosa del vivir. Ahogarla es la mejor respuesta, huir de ella el mejor camino y la entrega a la adquisición de objetos y cosas el mejor remedio sin importar que a la postre, se acreciente más la experiencia del vacío. Este vacío, anegado en culpabilidad, conducirá de nuevo ante la cruda confrontación de la voluntad y su sentido que cuestionará responsablemente el origen de lo que verdaderamente es la persona, como inicio de su existencia y de lo que llegará a ser.

La crisis de identidad, que encierra una crisis de valores, aflora en la experiencia del vacío, de la apatía, de la indolencia, en el comportamiento agresivo, en el enajenante delirio de la droga. Aún el protestar en sentido de aglomeración confusa, sin precisar “para qué”, es una forma de esta crisis de valores.
Para estas personas la manera de mitigar la punzante experiencia el vacío, la amarga desesperanza de la apatía e indolencia se encuentran en el tener, en cubrirse de objetos y cosas. La hiriente agresión y la ilusión evasiva en la droga, es la aceptación conformista afirmando que se es producto de una familia o una sociedad en proceso de destrucción.
Existen formas más sutiles de esta crisis de identidad y de la crisis de voluntad de sentido: son aquellas en las que la persona o grupo social hace ostentación de lo que no posee. Esta persona o este grupo se describe como el amo y señor del universo, exagera su autoestima. Habla de todo, en todo y para todo y da soluciones a todo, sus soluciones por supuesto.

La soledad es otra manifestación de la crisis de identidad. Es el sentimiento de estar “afuera”, lejos,  en un aislamiento, como una experiencia de alienación. Si la soledad enfrentada con madurez es fuente de riqueza, para quien padece la crisis de identidad es una amenaza porque esta soledad se vive como olvido, como experiencia de incomprensión de sí mismo.

La persona es un ser que recibe su primera experiencia de ser yo, es decir, de identidad, a partir de su relación con las otras personas y cuando está sola, sin la compañía del otro, tiene miedo de perder esta experiencia. De aquí surgirá la preocupación por las grandes fiestas, la preocupación por invitaciones a reuniones sociales. La soledad y el vacío se llenan ante la falsa presencia de una identidad colectiva.

¿Cuál es la respuesta de la Logoterpia a estos problemas humanos brevemente descritos?

La respuesta de la Logoterapia es la de entender al ser humano, mujer u hombre, como alguien que existe, que es persona, comprendiendo en esta expresión las dimensiones inseparables ontológica y antropológica del hombre. Esta visión de la Logoterapia respecto al hombre no niega la validez tanto de los dinamismos internos del individuo como los patrones específicos de comportamiento tomados en su justa dimensión.
La Logoterapia se preocupa por el ser del hombre, el ser del hombre concreto, con su historia, con sus circunstancia, abarcantes de su origen, delimitadoras de su presente y diseñadoras de su futuro. Es el hombre como existe concretamente y en su mundo. Este hombre que en la experiencia cotidiana del trabajo favorece el encuentro consigo mismo y con los demás, ese instante espontáneo en que se da la vivencia del captar la realidad del ser de otra persona, de su interior, modo distinto del conocimiento anecdótico y periférico de su realidad. Lo anecdótico es importante, pero ello toma forma, significado y vida ante la inmediatez del encuentro con el yo del individuo, encuentro que produce gozo.
Gozo porque descubro la presencia de un tu que se identifica a sí mismo en lo concreto de su propia y peculiar existencia y que permite mirarme en la identidad de mí mismo, de mi propio yo.

Síntesis realizada por Karin Vanek Lemus
del  artículo de Javier Estrada publicado en la Revista Internacional de Logoterapia del Viktor Frankl Institut de Viena.
Javier Estrada transcribe textos de «El laberinto de la soledad» de Octavio Paz (1984) y comenta los abordajes logoterapéuticos sobre el tema.

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2 comentarios

  1. No está mal el artículo. Lástima que gran parte del texto sea una copia casi literal de algunos pasajes iniciales de «El laberinto de la soledad», de Octavio Paz. Un plagio, vaya. Lo mínimo hubiese sido citar el origen de esos textos.

  2. Gracias por tu comentario Francisco. El autor del artículo en la revista del Instituo Viktor Frankl de Viena, Javier Estrada, hace la referencia a la obra de Octavio Paz en su bibliografía. Nosotros, al hacer el resumen, no incluimos la bibliografía. Lo haremos en un futuro. Saludos.

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