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Violencia y Educación

Por Julio Ayala

1. Violencia y sociedad.

Es de observación corriente que en distintos ámbitos, en el Paraguay,. “somos una sociedad violenta y violentada” y que en las raíces de la violencia hay varios factores coincidentes, que no viene al caso mencionarlas todas, pero desde mi actividad profesional y mi óptica de educador y padre de familia veo la ceguera y sordera de muchos adultos que no educan y no forman en valores. Entonces, ahí están los comportamientos violentos cotidianos en toda la sociedad: secuestro, asesinato, suicidio, asaltos, robos, etc.

Es así que tenemos las agresiones recíprocas y las violencias sin control en la vida diaria. Agresiones que pueden ser activas o pasivas. Agresiones activas que se manifiestan de diversas maneras: riñas, golpes, palabras hirientes, gritos desaforados, imposición de ideas, conducción irresponsable de vehículos, autoritarismo, fanatismo en las actividades recreativas y deportivas, todo tipo de violaciones, injusticias, perversiones, engaño, etc. Agresiones pasivas, que no son menos violentas: indiferencia, sarcasmo, burla, desprecio del otro, sonrisa maliciosa, mirada dura, lujuria, ira, soberbia, robos, descalificación del otro, humillaciones, padres que apañan el mal comportamiento de los hijos, falta de diálogo, falta de respeto a la privacidad de las personas, rivalidades implícitas, envidias, falta de escucha, permisividad de los adultos para la conducción de vehículos de los hijos que no poseen habilitación, etc. Violencia que genera violencia o más violencia, destructividad y muerte.

La violencia (física, psíquica y social), que vive el país en los ámbitos del deporte, del trabajo, de la política, de la educación, de los medios de comunicación, se va constituyendo en un modelo y estilo de vida (o de muerte) y convivencia para toda la población y que los niños y jóvenes desde hace tiempo también son portadores de dicha violencia.

En este contexto se pierden los límites, falta el autodominio, el autocontrol y se producen los desbordes individuales, grupales y hasta masivos. Como decía César Medina, un distinguido colega de feliz memoria, “…todo tipo de maltrato va en aumento y pareciera que se va volviendo normal; hasta da la impresión de constituirse en una cierta satisfacción con el mal, en un puro goce con la maldad y la destructividad”.

Es así que tenemos un país dividido donde el mal “pisa muy fuerte y hace daño”. Insertos en la cultura global y empobrecedora, siendo un país rico, con un porcentaje de la población que vive temerosa, insegura, desesperanzada, deprimida y con una inclinación muy fuerte a la autodestrucción y si no propensa a la violencia como una constante de la convivencia.

Los desafíos que hoy se nos presentan son fundamentalmente de orden moral y ético. ¿Cómo nos ubicamos frente a estos desafíos como universitarios y docentes de una Universidad Católica del Paraguay? No sé si interesará la pregunta, a veces me da la impresión que a muy pocos les puede interesar esto y mucho menos se les ocurrirá preguntarse: qué hacer frente a esto? No es pesimismo sino “realismo trágico” como decía Mounier.

En las instituciones educativas, sobretodo desde los niveles iniciales hasta el secundario, he observado que para una convivencia más o menos tolerable se hace necesario cada vez más normas y vigilancia. Ya no se espera que los adultos asuman su autoridad, sea docente, directivo o padre de familia. Se deposita las responsabilidades en las normas disciplinarias y en la vigilancia como sustitutos de la autoridad. Pero las normas apenas condicionan las conductas. No confundamos las normas con la función de la autoridad que propicia el testimonio y el compromiso. La norma es disciplinadora, la autoridad es formadora. Las normas adecuan, la autoridad educa, eleva, auxila. Sin embargo, lo que se nota cada vez más es la ausencia de autoridad, hay un vacío de autoridad en las familias y en las instituciones educativas.

¿Y en nuestra Universidad Católica, pregunto, para qué sociedad formamos? ¿Formamos? ¿Y qué personas? ¿Formamos individuos o personas? ¿Qué educación? Educamos en valores? ¿Con qué docentes? ¿Con qué directivos?

2. Una reflexión para algunas respuestas posibles.

¿Para qué sociedad formamos? Las universidades, en mi opinión, tendrían que promocionar una sociedad más solidaria y más justa. Para eso habría que hacer muchas cosas, entre ellas habría que impulsar a “tocar pobres”, docentes y estudiantes tendrían que estudiar nuestra realidad, empezando por las más cercanas, por conocer cómo viven o sobreviven los pobres y/o los empobrecidos; reflexionar sobre estas realidades para proponer alternativas de respuestas, meditando desde lo profundo, desde nuestras convicciones espirituales, personales y comunitarias (y aquí no hablo de religión, entiéndase bien). Cuando digo estudiar, debo agregar mucho.

Formar no es instruir y comunicar sólo conocimientos, formar es educar y para eso hay que ocuparse de la persona, de todas las personas (del alumno, del docente, del administrativo, etc.) presentes en la Universidad. Porque educar es educar-se comunitariamente. Educar es acompañar y hacer que la persona crezca en primer lugar, y como tal, para que llegue a ser lo que está llamada a ser, ser persona plena. Es que la persona es llamada a la plenitud, a la realización de un horizonte de valores, con otros, respondiendo responsablemente con su vocación para trascender. Educar-se es crecer personal y comunitariamente. Para eso hemos sido creados y además es algo que no termina si no con el ultimo suspiro de nuestras vidas.

Formamos individuos o personas? El individuo lleva al individualismo. “El individualismo es una decadencia del individuo…”, decía Mounier. El capitalismo inventó la fecundidad automática del dinero y las universidades tienden a instruir para tener dinero y se olvidan de formar moralmente y educar en valores. Y agrega el pensador francés: “Es así cómo la sustitución de la ganancia industrial por el beneficio de la especulación, y de los valores de la creación por los valores de la comodidad, han usurpado poco a poco el ideal individualista y ha abierto el camino en las clases dirigentes primero, después por descenso hasta en las clases populares, a este espíritu que llamamos burgués”. El hombre se ha aburguesado y el que no puede envidia a aquel.

El hombre ha perdido el sentido del ser para ser un ser-sin-sin-sentido. Hoy el hombre quiere tener: tener dicha, tener confort, tener placer, tener dinero, tener comodidad. El que se esfuerza y no es cómodo, por lo bajo, es considerado un tonto, un torpe. Comodidad y vanidad van casi juntas. Y muchas veces, tal vez, habría que agregar soberbia.

¿Para qué estamos educando? ¿Para la comodidad o para el servicio? ¿Para el confort individual o el bien común? (Bien común que hoy día es el menos común de los bienes). Y recordemos, que cuando educamos nos estamos educando. Educamos educándonos, o, dicho de otra manera, nos educamos educando. (En este caso, también diría, me estoy hablando a mi mismo, porque quien escribe se escribe a sí mismo primero). ¿Entonces, formamos personas o individuos, personas individualistas? Según estemos formando nos formamos con aquellos a quienes formamos o pretendemos hacerlo. Por los frutos nos conocerán, así de sencillo es el oficio de educar. Se conocerán los frutos y el árbol del cual provienen esos frutos.

Para educar tengo que vivir lo que predico, vivir los valores que quiero transmitir, comunicar, hacer los deberes hasta que estos se hagan hábitos y se conviertan en virtudes. La virtud (“vir”, fuerza) es el valor vivido. Y esto no lo puedo hacer solo, porque no se puede crecer solo, debo hacerlo con otros, comunitariamente. Decir esto es decirle a los individuos ¡basta de individualismo! Pero esta convicción, como toda convicción, tampoco se puede imponer. Esto se descubre con otros o no, por eso estas reflexiones quieren ser más bien una invitación a pensar y Dios quiera que lo hagas con otros.

Por otro lado, no alcanza “con renunciar, con despojarse del mal, es necesario revestirse del Bien”. El mal hace referencia a las tinieblas, a lo negativo, al miedo, a la muerte. El Bien hace referencia a la perfección, la felicidad, la inmortalidad, a la vida. El bien ilumina, el mal actúa en las tinieblas.

Tenemos que asumir nuestras limitaciones como personas y como pueblo “para discernir, encontrar lo positivo y lo constructivo, un espacio y un tiempo para ordenar nuestros afectos y nuestras ideas, un tiempo de reflexión sobre nuestras prácticas sociales, educativas, políticas, etc. para aprender y actuar, para producir pensamientos y sentimientos que nos ayuden en la misión a la que hemos sido llamados. Nos convoca una oportunidad de ver los desafíos a nuestra vocación educadora a través de las instituciones educativas: asumir que estamos frente a unos retos que requieren de una decisión personal e institucional para enfrentarlos y desde un horizonte de esperanza que encarnen valores más elevados…” (Roque Samaniego: “Progresar o perecer”, Asunción, Paraguay, octubre, 1.919). Estos pensamientos del señor Samaniego van a cumplir 90 años y siguen tan actuales en el Paraguay.

Los desafíos que se nos presentan son varios y provienen desde afuera y desde dentro de las personas y las instituciones. Los desafíos que hoy se nos presentan son fundamentalmente de orden moral y ético. Dice Saint Exupery en “El Principito” que “el desierto puede ser hermoso porque en algún lugar de él se oculta un pozo de agua fresca”. Pero ese pozo no se ve sino con los ojos del corazón.

Por todo esto tenemos que:

1) Despertar a los que piensan que todo está bien, más aún, a los que piensan que “vivimos en el país de las maravillas”, a los instalados y cómodos. Al individuo que está en nosotros. A los que se creen buenos porque no hacen mal. A los que no se comprometen.

2) Tenemos que tomar conciencia de lo que decimos y hacemos, ahí donde estamos y actuamos.

Necesitamos “revestirnos de las armas de la luz”, reflejar en nosotros un modo de sentir, pensar y actuar diferente, opuesto a la violencia, al mal, al odio, es decir amar con el amor que es exigente, que requiere de la lucha continua contra el egoísmo que habita en nosotros, aún en aquellos que queremos el bien. Pero sabemos que “quien ama a su hermano permanece en la luz”.

Así que, amigo lector, apenas te proponemos algunos pensamientos, que son del cor-razón, para que a la vez lo pienses con tu cor-razón y otros cor-razones porque el cambio deseado sólo será posible si lo intentamos comunitariamente.

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(*) Presidente el Instituto Emmanuel Mounier de Paraguay, jayala@cu.com.py

Bibliografía.

1. Medina , César: “Adolescencia y la crisis ética de la cultura actual”, artículo inédito

2. Mounier, Emmanuel: “Manifiesto al servicio del Personalismo”, Taurus Ediciones , S. A., Madrid, España, Junio de 1.967.

3. Lubich, Chiara: “Palabra de Vida”, noviembre de 2.004.

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Un comentario

  1. Me encantó su articulo y cráme a mí me dejó pensando… así se van sembrando y multiplicando las ideas. gracias.

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