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Logoterapia para principiantes. La vida de Viktor Frankl

Por Armando R. Sejas

VIKTOR FRANKL UNA VIDA CON SENTIDO

PRESENTACION

El presentar una figura mundial qua ha causado tanto revuelo en el mundo y que deja muchos elementos para profundizar sobre la propia existencia no resulta tan sencillo, Todavía en Latinoamérica no se conoce la persona de Viktor Emil Frankl, fallecido el 2 de septiembre de 1997 en Viena -su ciudad natal- a los 92 años, fue el creador de una psiquiatría abierta a la trascendencia que hoy cuenta con numerosos seguidores en todo el mundo. Con su método de curación (logoterapia, logos – sentido) y sus libros ha ayudado a miles de personas a encontrar sentido a la vida. La atención a la dimensión espiritual del enfermo es la clave de los éxitos clínicos logrados por Frankl. Al hablar de Víktor E. Frankl viene a nuestra memoria una realidad tan humana y tan actual el sentido de la vida, el sentido de la muerte la trascendencia, conceptos que no quedan al aire sino al contrario entrelazan una experiencia personal y particular.

Resulta que si no somos capaces de responder al sentido de nuestra vida no habremos avanzado en nuestro desarrollo humano, llegar a respondernos con sinceridad al porque y para que de nuestra existencia es una tarea que no se puede aplazar indefinidamente.

La inspiración básica de Frankl procede de su experiencia en los campos de concentración, que relata en su libro más famoso, El hombre en busca de sentido (Herder; : Ein Psycholog erlebt das Konzentrazionslager, 1946).

Al observar a sí mismo y a los otros presos, vio que las personas, en situación de sufrimiento extremo, pueden desesperarse y degradarse o, por el contrario, sacar lo mejor de sí mismas. Quienes en tales condiciones elevaron su dignidad humana fueron los que llevaron sus padecimientos con la mira puesta en un fin superior. «Cuando hay un porqué vivir, se soporta cualquier cómo», sentenciaba Frankl.

Así procuraremos presentar la vida de este médico neurólogo que ha revolucionado las ciencias humanas, sus pensamientos y su enseñanza en forma breve y sintética.

Cito a los especialistas en la figura y pensamiento de Frankl de quienes me he basado en este trabajo así como las obras del mismo Frankl que son la fuente primaria y fundamental de esta presentación.

Una vez más agradezco a la editorial Verbo Divino quienes han comprendido que la pedagogía del sentido pasa precisamente por la transmisión de valores, de ejemplos de vida que ayudan a encontrar a muchos jóvenes la respuesta a la propia existencia.

En los años de docencia hemos descubierto cuánto bien hace la presentación de Víktor Frankl, de su experiencia en los campos de Auschwitz y de su pensamiento en todos quienes se acercan a su vida y sus obras.

Creo que por medio de esta publicación esta riqueza humana que el doctor Frankl nos ha dejado se extenderá a más personas y continuará confirmando que los libros son un medio para encontrar sentido a la vida.

1.- Frankl, testimonio de vida

La personalidad de Frankl ayuda a entender el camino de la logoterapia que él iniciaría. Es así que el adolescente Viktor no dejaba de preguntarse por el sentido de la vida: era un joven de espíritu inteligente, despierto y crítico.

Víktor Emil Frankl nació en Viena el 26 de marzo 1905 su padre trabajó duramente desde ser un estenógrafo parlamentario hasta llegar a Ministro de Asuntos Sociales. Desde que era un estudiante universitario y envuelto en organizaciones juveniles socialistas, Frankl empezó a interesarse en la psicología. Años más tarde inicia su trabajo con los jóvenes; abriría en Viena centros de asesoramiento para jóvenes. Es así que consigue frenar el suicidio que se daba en muchos jóvenes por causas académicas y por los estragos de la guerra.

Con la primera guerra mundial y el hundimiento del Imperio, la familia Frankl sufrió una grave crisis económica. Además de Viktor había nacido otro hermano y una hermana. En Südmähren, pueblo natal del padre, los tres niños tuvieron que mendigar el pan y quizá robaron calabazas por los campos.

En medio de la tragedia de aquella inminente segunda guerra, (invasión alemana de Austria) recurrió a todo con el fin de sabotear las leyes que imponían la eutanasia; se dedicó con tenacidad a todo aquello que podía sostener la moral de sus compatriotas, convirtiéndose incluso en organizador de los momentos de oración.

Esperando escapar de la terrible suerte, a principios de 1942 se había casado con Tilly, una joven judía que conocía desde hacía tiempo, pero hacia el final de aquel mismo año las cosas empeoraron. Viktor y Tilly se habían quedado en Viena y los ancianos señores Frankl insistían en que se pusieran a salvo.

La idea de poder finalmente difundir las conclusiones de sus investigaciones y la posibilidad de garantizar una existencia serena a su familia -la mujer esperaba un hijo- le impulsaba a marcharse, pero experimentaba toda la angustia de dejar a sus padres solos frente a un destino cruel.

De todos modos buscó y obtuvo un visado para los Estados Unidos, pero cuando tuvo el salvoconducto en sus manos, no logró decidirse.

Una noche soñó con una muchedumbre de deportados necesitados de sus cuidados y creyó que su puesto era aquél y no los Estados Unidos. Una tarde salió de casa absorto en sus pensamientos y, escondiendo bajo su abrigo la estrella amarilla, entró en la catedral de Viena, donde permaneció largo rato en oración. Cuando volvió a casa, vio sobre la radio un pedazo de mármol. Su padre le explicó que lo había recogido detrás de las ruinas de la sinagoga. En él estaba grabada una letra del alfabeto hebreo que pertenecía a las tablas en que estaba grabado el Decálogo; aquella letra se usaba sólo para el cuarto mandamiento, que trata del respeto hacia los padres. Viktor lo interpretó como la respuesta que buscaba y no fue a recoger la visa americana.

El apresamiento sobrevino en noviembre de 1942 y en el momento de separarse de su mujer, Viktor resuelve otro conflicto moral: Tilly era una mujer muy hermosa y quizá la salvación de su vida podría depender de ceder ante las lisonjas de los SS. Según su opinión, se presentaba un dilema entre el mandamiento: ‘No matarás’ y el otro: ‘No cometerás adulterio’. Si no la desligaba anticipadamente de la fidelidad conyugal, se sentiría corresponsable de su muerte. Por esto le dijo: «Conserva la vida a toda costa. Haz cualquier cosa con tal de poder sobrevivir’. Le pareció que la excepcionalidad de aquella situación exigía tal opción.

Nos dirá Frankl en su libro el Hombre en busca de sentido: «Este relato trata de mis experiencias como prisionero común, pues es importante que diga, no sin orgullo, que yo no estuve trabajando en el campo como psiquiatra, ni siquiera como médico, excepto en las últimas semanas… Yo era un prisionero más, el número 119.104, y la mayor parte del tiempo estuve cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril».

Así nos relata su viaje al campo de concentración: «Unas 1500 personas estuvimos viajando en tren varios días con sus correspondientes noches; en cada vagón éramos unos 80. Todos teníamos que tendernos encima de nuestro equipaje, lo poco que nos quedaba de nuestras pertenencias. Los coches estaban tan abarrotados que sólo quedaba libre la parte superior de las ventanillas por donde pasaba la claridad gris del amanecer».

Aquí aparece el rasgo más fundamental de Frankl el optimismo: “Como el hombre que se ahoga y se agarra a una paja, mi innato optimismo (que tantas veces me había ayudado a controlar mis sentimientos aun en las ocasiones más desesperadas) se aferró a este pensamiento: los prisioneros tienen buen aspecto, parecen estar de buen humor, incluso se ríen, ¿quién sabe?. Tal vez consiga compartir su favorable posición.

Nos sigue contando Frankl como observa su libro el Hombre el busca de sentido: “Intenté ganarme la confianza de uno de los prisioneros de más edad. Acercándome a él furtivamente, señalé el rollo de papel en el bolsillo interior de mi chaqueta y dije: ‘Mira, es el manuscrito de un libro científico. Ya sé lo que vas a decir: que debo estar agradecido de salvar la vida, que eso es todo cuando puedo esperar del destino. Pero no puedo evitarlo, tengo que conservar este manuscrito a toda costa: contiene la obra de mi vida. ¿Comprendes lo que quiero decir?’. Si, empezaba a comprender. Lentamente, en su rostro se fue dibujando una mueca, primero de piedad, luego se mostró divertido, burlón, insultante, hasta que rugió una palabra en respuesta a mi pregunta, una palabra que siempre estaba presente en el vocabulario de los internados en el campo: ‘¡Mierda!’. Y en ese momento toda la verdad se hizo patente ante mí e hice lo que constituyó el punto culminante de la primera fase de mi reacción psicológica: borré de mi conciencia toda vida anterior».

La vida del campo de concentración era de lo más adversa, nos sigue describiendo Frankl: “Las ilusiones que algunos de nosotros conservábamos todavía las fuimos perdiendo una a una; entonces, casi inesperadamente, muchos de nosotros nos sentimos embargados por un humor macabro. Supimos que nada teníamos que perder como no fuera nuestras vidas tan ridículamente desnudas. Cuando las duchas empezaron a correr, hicimos de tripas corazón e intentamos bromear sobre nosotros mismos y entre nosotros. ¡Después de todo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!».

Ahora Frankl es cuando todo lo que trabajo para que la gente desistiera del suicidio como alternativa lo pone ante la cruda realidad de sin sentido: «Lo desesperado de la situación, la amenaza de la muerte que día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto se cernía sobre nosotros, la proximidad de la muerte de otros -la mayoría- hacía que casi todos, aunque fuera por breve tiempo, abrigasen el pensamiento de suicidarse. Fruto de las convicciones personales que más tarde mencionaré, la primera noche que pasé en el campo me hice a mí mismo la promesa de que no ‘me lanzaría contra la alambrada’. Esta era la frase que se utilizaba en el campo para describir el método de suicidio más popular… Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían (…) todo su horror; al fin y al cabo, (…) ahorraban el acto de suicidarse.».

Víktor nos describe la vida en el campo: «El prisionero pasaba de la primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que llegaba a una especie de muerte emocional…. Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando. Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas de la comida del mediodía, otro decidía que los zapatos de madera del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro hacía lo mismo con el abrigo del muerto y otro se contentaba con agenciarse -¡imagínense qué cosa!- un trozo de cuerda auténtica. Y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lo más mínimo. Pedía al ‘enfermo’ que retirara el cadáver. Cuando se decidía a hacerlo, lo cogía por las piernas, y lo arrastraba. Acto seguido nos distribuían la ración diaria de sopa. Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo sorbía con avidez, miraba por la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estaba mirando con sus ojos vidriosos; sólo dos horas antes había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi sopa. Si mi falta de emociones no me hubiera sorprendido desde el punto de vista del interés profesional, ahora no recordaría este incidente, tal era el escaso sentimiento que en mí despertaba.

Por extraño que parezca, un golpe que incluso no acierte a dar, puede, bajo ciertas circunstancias, herirnos más que uno que atine en el blanco. Una vez estaba de pie junto a la vía del ferrocarril bajo una tormenta de nieve. A pesar del temporal nuestra cuadrilla tenía que seguir trabajando. Trabajé con bastante ahínco, repasando la vía con grava, ya que era la única forma de entrar en calor. Durante unos breves instantes hice una pausa para tomar aliento y apoyarme sobre la pala. Por desgracia, el guardia se dio media vuelta y pensó que yo estaba holgazaneando. El dolor que me causó no fue por sus insultos o sus golpes. El guardia decidió que no valía la pena gastar su tiempo en decir ni una palabra, ni lanzar un juramento contra aquel cuerpo andrajoso y demacrado que tenía delante de él y que, probablemente, apenas le recordaba al de una figura humana. En vez de ello, cogió una piedra alegremente y la lanzó contra mí. A mí, aquello me pareció una forma de atraer la atención de una bestia, de inducir a un animal doméstico a que realice su trabajo, una criatura con la que se tiene tan poco en común que ni siquiera hay que molestarse en castigarla.

El aspecto más doloroso de los golpes es el insulto que incluyen. En una ocasión teníamos que arrastrar unas cuantas traviesas largas y pesadas sobre las vías heladas. Si un hombre resbalaba, no sólo corría peligro él, sino todos los que cargaban la misma traviesa. Un antiguo amigo mío tenía una cadera dislocada de nacimiento. Podía estar contento de trabajar a pesar del defecto, ya que los que padecían algún defecto físico era casi seguro que los enviaban a morir en la primera selección. Mi amigo se bamboleaba sobre el raíl con aquella traviesa especialmente pesada y estaba a punto de caerse y arrastrar a los demás con él. En aquel momento yo no arrastraba ninguna traviesa, así que salté a ayudarle sin pararme a pensar. Inmediatamente sentí un golpe en la espalda, un duro castigo, y me ordenaron regresar a mi puesto. Unos pocos minutos antes el guardia que me golpeó nos había dicho despectivamente que los ‘cerdos’ como nosotros no teníamos espíritu de compañerismo.»

El sentimiento religioso no estaba ausente de esta búsqueda de sentido: «Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que cabe imaginar y, muy a menudo, el recién llegado quedaba sorprendido y admirado por la profundidad y la fuerza de las creencias religiosas. A este respecto lo más impresionante eran las oraciones o los servicios religiosos improvisados en el rincón de un barracón o en la oscuridad del camión de ganado en que nos llevaban de vuelta al campo desde el lejano lugar de trabajo, cansados, hambrientos y helados bajo nuestras ropas harapientas.

A pesar del primitivismo físico y mental imperantes a la fuerza, en la vida del campo de concentración aún era posible desarrollar una profunda vida espiritual. No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble), pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual. Sólo de esta forma puede uno explicarse la paradoja aparente de que algunos prisioneros, a menudo los menos fornidos, parecían soportar mejor la vida del campo que los de naturaleza más robusta.”.

Un por qué para vivir será una de las bases de la logoterapia : «Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer. De vez en cuando yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial. Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores. La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad -aunque sea sólo momentáneamente- si contempla al ser querido. Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente -con dignidad- ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido. Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: ‘Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita’.

No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo (durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que hubiera seguido entregándome -insensible a tal hecho- a la contemplación de su imagen y que mi conversación mental con ella hubiera sido igualmente real y gratificante: ‘Ponme como sello sobre tu corazón… pues fuerte es el amor como la muerte’ (Cantar de los Cantares, 8,6.).

A medida que la vida interior de los prisioneros se hacía más intensa, sentíamos también la belleza del arte y la naturaleza como nunca hasta entonces. Bajo su influencia llegábamos a olvidarnos de nuestras terribles circunstancias. Si alguien hubiera visto nuestros rostros cuando, en el viaje de Auschwitz a un campo de Baviera, contemplamos las montañas de Salzburgo con sus cimas refulgentes al atardecer, asomados por las ventanas enrejadas del vagón celular, nunca hubiera creído que se trataba de los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser libres. A pesar de este hecho -o tal vez en razón del mismo- nos sentíamos transportados por la belleza de la naturaleza, de la que durante tanto tiempo nos habíamos visto privados.

Mientras trabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuviera debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso ‘sí’ como contestación a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última. En aquel momento y en una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija en el horizonte como si alguien la hubiera pintado, en medio del gris miserable de aquel amanecer en Baviera.»

Es porque de sufrimiento con un sentido se desarrollan en este relato de Frankl: «Mi suerte se vio incrementada. Al cuarto día de mi estancia en la enfermería y a punto de ser asignado al turno de noche -lo que habría supuesto mi muerte segura-, el médico jefe entró apresuradamente en el barracón y me sugirió que me ofreciese voluntario para desempeñar tareas sanitarias en un campo destinado a enfermos de tifus. En contra de los consejos de mis amigos (y a pesar de que casi ninguno de mis colegas se ofrecía), decidí ir como voluntario. Sabía que en un grupo de trabajo moriría en poco tiempo y si tenía que morir, siquiera podía darle algún sentido a mi muerte. Pensé que tenía más sentido intentar ayudar a mis camaradas como médico que vegetar o perder la vida trabajando de forma improductiva como hacía entonces. Para mí era una cuestión de matemáticas sencillas y no de sacrificio.»

«Pasé una última visita rápida a todos mis pacientes. Me acerqué a un paisano mío con la voz cascada me preguntó: ‘¿Te vas tú también?’. Yo lo negué, pero me resultaba muy difícil evitar su triste mirada. Tras mi ronda volví a verlo. Y otra vez sentí su mirada desesperada y sentí como una especie de acusación. Y se agudizó en mí la desagradable sensación que me oprimía desde el mismo momento en que le dije a mi amigo que me escaparía con él. De pronto decidí, por una vez, mandar en mi destino. Salí corriendo del barracón y le dije a mi amigo que no podía irme con él. Tan pronto como le dije que había tomado la resolución de quedarme con mis pacientes, aquel sentimiento de desdicha me abandonó. No sabía lo que me traerían los días sucesivos, pero yo había ganado una paz interior como nunca antes había experimentado. Volví al barracón, me senté en los tablones a los pies de mi paisano y traté de consolarlo; después charlé con los demás intentando calmarlos en su delirio.»

El guardia que nos acompañaba se volvió de pronto extremadamente amable. Vio que podían volverse las tornas y trato de ganarse nuestro favor: se unió a las breves oraciones que ofrecimos a los muertos antes de echar tierra sobre ellos. Tras la tensión y la excitación de los días y horas pasados, las palabras de nuestras oraciones rogando por la paz fueron tan fervientes como las más ardorosas que voz humana haya musitado nunca.».

Nada condiciona la elección personal la libertad humana: «Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas -la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino… Fundamentalmente, pues, cualquier hombre podía, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él -mental y espiritualmente-, pues aún en un campo de concentración puede conservar su dignidad humana. Dostoyevski dijo en una ocasión: ‘Sólo temo una cosa: no ser digno de mis sufrimientos’ y estas palabras retornaban una y otra vez a mi mente cuando conocí a aquellos mártires cuya conducta en el campo, cuyo sufrimiento y muerte, testimoniaban el hecho de que la libertad íntima nunca se pierde. Puede decirse que fueron dignos de sus sufrimientos y la forma en que los soportaron fue un logro interior genuino. Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito. El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro: sub specie aeternitatis. Y esto constituye su salvación en los momentos más difíciles de su existencia, aun cuando a veces tenga que aplicarse a la tarea con sus cinco sentidos. Por lo que a mí respecta, lo sé por experiencia propia. Al borde del llanto a causa del tremendo dolor (tenía llagas terribles en los pies debido a mis zapatos gastados) recorrí con la larga columna de hombres los kilómetros que separaban el campo del lugar de trabajo. El viento gélido nos abatía. Yo iba pensando en los pequeños problemas sin solución de nuestra miserable existencia. ¿Qué cenaríamos aquella noche?. ¿Si como extra nos dieran un trozo de salchicha, convendría cambiarla por un pedazo de pan?. ¿Qué podía hacer para estar en buenas relaciones con un ‘capo’ determinado que podría ayudarme a conseguir trabajo en el campo en vez de tener que emprender a diario aquella dolorosa caminata?.

He aquí la conferencia sobre esta vida del campo: “Estaba disgustado con la marcha de los asuntos que continuamente me obligaban a ocuparme sólo de aquellas cosas tan triviales. Me obligué a pensar en otras cosas. De pronto me vi de pie en la plataforma de un salón de conferencias bien iluminado, agradable y caliente. Frente a mí tenía un auditorio atento, sentado en cómodas butacas tapizadas. ¡Yo daba una conferencia sobre la psicología de un campo de concentración! Visto y descrito desde la mira distante de la ciencia, todo lo que me oprimía hasta ese momento se objetivaba. Mediante este método, logré cierto éxito, conseguí distanciarme de la situación, pasar por encima de los sufrimientos del momento y observarlos como si ya hubieran transcurrido y tanto yo mismo como mis dificultades se convirtieron en el objeto de un estudio psicocientífico muy interesante que yo mismo he realizado… Había sido un día muy malo. Hacía unos días que un prisionero al borde de la inanición había entrado en el almacén de víveres y había robado algunos kilos de patatas. Cuando las autoridades del campo tuvieron noticia de lo sucedido, ordenaron que les entregáramos al culpable; si no, todo el campo ayunaría un día. Claro está que los 2500 hombres prefirieron callar. Los estados de ánimo llegaron a su punto más bajo. Pero el jefe de nuestro barracón era un hombre sabio e improvisó una pequeña charla sobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos momentos. Se refirió a los muchos compañeros que habían muerto en los últimos días por enfermedad o por suicidio, pero también indicó cuál había sido la verdadera razón de esas muertes: la pérdida de la esperanza. Aseguraba que tenía que haber algún medio de prevenir que futuras víctimas llegaran a estados tan extremos. Y al decir esto me señalaba a mí para que les aconsejara. Dios sabe que no estaba en mi talante dar explicaciones psicológicas o predicar sermones a fin de ofrecer a mis camaradas algún tipo de cuidado médico de sus almas. Tenía frío y sueño, me sentía irritable y cansado, pero hube de sobreponerme a mí mismo y aprovechar la oportunidad. En aquel momento era más necesario que nunca infundirles ánimos.

Seguidamente hablé del futuro inmediato. Y dije que, para el que quisiera ser imparcial, éste se presentaba bastante negro y concordé con que cada uno de nosotros podía adivinar que sus posibilidades de supervivencia eran mínimas. Pero también les dije que, a pesar de ello, no tenía intención de perder la esperanza y tirarlo todo por la borda, pues nadie sabía lo que el futuro podía depararle y todavía menos la hora siguiente.

Por ejemplo, cabía la posibilidad de que, inesperadamente, uno fuera destinado a un grupo especial que gozara de condiciones laborales particularmente favorables, ya que este tipo de cosas constituían la ‘suerte’ del prisionero.

Pero no sólo hablé del futuro y del velo que lo cubría. También les hablé del pasado: de todas sus alegrías y de la luz que irradiaba, brillante aun en la presente oscuridad. Para evitar que mis palabras sonaran como las de un predicador, cité de nuevo al poeta que había escrito: ningún poder de la tierra podrá arrancarte lo que has vivido’. No ya sólo nuestras experiencias, sino cualquier cosa que hubiéramos hecho, cualesquiera pensamientos que hubiéramos tenido, así como todo lo que habíamos sufrido, nada de ello se había perdido, aun cuando hubiera pasado; lo habíamos hecho ser, y haber sido es también un forma de ser y quizá la mas segura.

Seguidamente me referí a las muchas oportunidades existentes para darle un sentido a la vida. Hablé a mis camaradas (que yacían inmóviles, si bien de vez en cuando se oía algún suspiro) de que la vida humana no cesa nunca, bajo ninguna circunstancia, y de que este infinito significado de la vida comprende también el sufrimiento y la agonía, las privaciones y la muerte. Pedía a aquellas pobres criaturas que me escuchaban atentamente en la oscuridad del barracón que hicieran cara a lo serio de nuestra situación. No tenían que perder las esperanzas, antes bien debían conservar el valor en la certeza de que nuestra lucha desesperada no perdería su dignidad ni su sentido. Les aseguré que en las horas difíciles siempre había alguien que nos observaba -un amigo, una esposa, alguien que estuviera vivo o muerto, o un Dios- y que sin duda no querría que le decepcionáramos, antes bien, esperaba que sufriéramos con orgullo -y no miserablemente- y que supiéramos morir. Mis palabras tenían como objetivo dotar a nuestra vida de un significado, allí y entonces, precisamente en aquel barracón y aquella situación, prácticamente desesperada. Pude comprobar que había logrado mi propósito, pues cuando se encendieron de nuevo las luces, las miserables figuras de mis camaradas se acercaron renqueantes hacia mí para darme las gracias, con lágrimas en los ojos. Sin embargo, es preciso que confiese aquí que sólo muy raras veces hallé en mi interior fuerzas para establecer este tipo de contacto con mis compañeros de sufrimientos y que, seguramente, perdí muchas oportunidades de hacerlo.»

Al final de esta pesadilla Frankl dirá: “No podíamos creer que fuera verdad. ¡Cuántas veces, en los pasados años, nos habían engañado los sueños! Habíamos soñado con que llegaba el día de la liberación. Y entonces un silbato traspasaba nuestros oídos -la señal de levantarnos- y todos nuestros sueños se venían abajo. Y ahora el sueño se había hecho realidad. ¿Pero podíamos creer de verdad en él?. ….Un día, poco después de nuestra liberación, yo paseaba por la campiña florida, camino del pueblo más próximo. Las alondras se elevaban hasta el cielo y yo podía oír sus gozosos cantos; no había nada más que la tierra y el cielo y el júbilo de las alondras, y la libertad del espacio. Me detuve, miré en derredor, después al cielo, y finalmente caí de rodillas. En aquel momento yo sabia muy poco de mí o del mundo, sólo tenía en la cabeza una frase, siempre la misma: ‘Desde mi estrecha prisión llamé a mi Señor y él me contestó desde el espacio en libertad’. No recuerdo cuanto tiempo permanecí allí, de rodillas, repitiendo una y otra vez mi jaculatoria. Pero yo sé que aquel día, en aquel momento, mi vida empezó otra vez. Fui avanzando, paso a paso, hasta volverme de nuevo un ser humano.»

2. Viktor Frankl y su enseñanza.

La autotrascendencia señala el hecho antropológico fundamental de que el existir humano siempre hace referencia a algo que no es ese mismo existir, a algo o a alguien , a un sentido que hay que cumplir o a la existencia de un ser humano solidario con el que se efectúa un encuentro. Por tanto, el hombre no llega a ser realmente hombre y no llega a ser plenamente él mismo sino cuando se entrega a una tarea, cuando no hace caso de sí mismo o se olvida de sí mismo al ponerse al servicio de una causa o al entregarse al amor de otra persona. Ocurre lo mismo que con el ojo, que no es capaz de ejercer su misión de ver el mundo sino en la medida en que no se ve a sí mismo. ¿cuando ve el ojo algo de sí mismo ? únicamente cuando esta enfermo: cuando padezco de catarata y veo una nube, o cuando padezco de glaucoma y veo alrededor una fuente de luz con los colores del arco iris, entonces mi ojo ve algo de sí mismo, entonces mi ojo percibe su propia enfermedad. Pero en esa misma medida se ha trastornado mi capacidad de visión.

Si no integramos la autotrascendencia en la imagen que nos formamos del hombre, no lograremos comprender la neurosis de masas ante la que nos hallamos hoy día. El hombre, en general, no se encuentra ya frustrado sexualmente, sino existencialmente.

Hoy día, el hombre no padece tanto por sentimientos de inferioridad cuanto por el sentimiento del absurdo. Y ese sentimiento del absurdo suele ir acompañado de un sentimiento de vacío, de un vacío existencial. Y se puede probar que ese sentimiento de que la vida no tiene ya sentido, se va extendiendo.

Ahora, si nos preguntamos que es lo que produce y puede originar el vacío existencial, ofreceremos la siguiente explicación: por contraste con el animal, al hombre no le dicen los instintos ni las pulsiones lo que tiene que hacer. Y por contraste con épocas anteriores, hoy día no hay ya tradiciones que nos digan lo que debe hacer.

Al no saber lo que tiene que hacer y al no saber lo que debe hacer , el hombre no sabe ya tampoco a ciencia cierta qué es lo que el quiere:

¿ La consecuencia ? una de dos : o el hombre quiere únicamente lo que los demás hacen , y eso se llama conformismo. O bien ocurre lo inverso: él hace únicamente lo que los demás quieren, en cuyo caso tenemos el totalitarismo.

Hay también formas larvadas de frustración existencial. Mencionaremos aquí los casos frecuentes sobre todo entre la juventud, de suicidio (que en el caso de los universitarios norteamericanos es la segunda causa más frecuente de muerte), después de los accidentes de transito, la drogodependencia, el alcoholismo tan difundido y la creciente delincuencia juvenil.

Con respecto a los suicidios, la Idaho State University examino atentamente a los casos de sesenta estudiantes universitarios que habían intentado suicidarse, y en el ochenta y cinco por ciento de los casos el resultado fue que “la vida no significaba ya nada para ellos”. Se comprobó que el noventa y tres por ciento de esos universitarios que padecían el sentimiento de absurdo se hallaban en excelente estado de salud física , participaban activamente en la vida social , habían obtenido excelentes calificaciones en sus estudios , y vivían en buena armonía con sus respectivas familia .

Con respecto a la drogodependencia, William J . Chalstrom , director de un centro de la Marina para la rehabilitación de drogadictos , no vacila en afirmar . “ más del 60 % de nuestros pacientes se quejan de que su vida carece de sentido. En la United States International University, 1973 se pudo comprobar estadísticamente que la razón de fondo de la drogodependencia no es, ni mucho menos, la débil imagen del padre, como acusan a menudo los psicoanalistas, sino que la investigadora pudo mostrar que el grado de frustración existencial se halla en correlación significativa con el índice de adición de las drogas: dicho índice, en los casos de personas no frustradas existencialmente, alcanzaba un promedio de 4.25 , mientras que en los casos de personas frustradas existencialmente el promedio era de 8.90, es decir, más del doble.

Habiendo hecho un breve viaje por alguno de los problemas que se dan en la sociedad, nos hallamos ante la posibilidad de una intervención logoterapeútica poniendo en marcha procesos para hallar un sentido. Sin embargo, después de examinar las múltiples y variadas manifestaciones y expresiones de la frustración existencial , debemos preguntarnos ahora cual será la condición del existir humano: cual es el presupuesto ontológico de que, por ejemplo, los sesenta universitarios examinados por la Idaho State University intentaran cometer suicidio, sin que existieran previamente razones psicofísicas o socioeconómicas, no entenderemos la frustración de una persona si primero no entendemos su motivación . Y la presencia en todas partes del sentimiento del absurdo (del sentimiento de que la propia existencia no tiene sentido), nos servirá de indicador cuando tratemos de saber cual es la motivación primaria, es decir, que es lo que el hombre quiere supremamente.

La logoterapia enseña que el hombre, en el fondo está penetrado de una voluntad de sentido. Ahora bien, la teoría de la motivación de Frankl puede definirse operacionalmente, aún antes de su verificación y validación empíricas . Y puede hacerse dando la siguiente explicación: llamamos sencillamente voluntad de sentido a aquello que se frustra en el hombre siempre que éste cae en el sentimiento del absurdo y del vacío.

Pero lo que si podríamos hacer es describir lo que pasa en el interior del hombre, siempre que él se pone a buscar un sentido.

Solo que en forma de sentido no se trata de una figura que nos salte a la vista desde un trasfondo, sino que lo que se percibe siempre al hallar el sentido es, sobre el trasfondo de la realidad, una posibilidad: la posibilidad de transformar de una o de otra manera la realidad.

Lo que entonces cuenta es la actitud y la postura con lo que el hombre encaje los ineludibles golpes del destino en la vida. Por consiguiente, al hombre le ha sido dado y permitido arrancarle y ganarle a la vida un sentido. Y eso hasta su último aliento.

“El sentido que busca es un sentido concreto y esta su concreción se refiere tanto a la peculariedad de cualquier persona como a la singularidad de cualquier situación. El sentido correspondiente es un sentido ad personam et ad situationem.

En cada caso se busca el sentido cuya realización es exigida y está reservada a cada individuo; pues sólo se puede atribuir una relevancia terapéutica a un sentido concreto y personal semejante”

Desarrollada originalmente de manera intuitiva esta Logoteoria dentro del marco de la Logoterapia, o doctrina acerca de los denominados originalmente “valores creativos, valores de vivencia y de actitud”, ha sido entre tanto verificada y validada empiricamente. Es así como diversos científicos han podido comprobar que el hallar el sentido y colmar de sentido son cosas independientes de la edad y grado de formación, del sexo masculino o femenino, y del hecho de que uno sea persona religiosa o irreligiosa.

Esta terapia, como dijimos antes, se denomina logoterapia, de la palabra griega logos, que significa estudio, palabra, espíritu, Dios o significado, sentido, siendo ésta última la acepción que Frankl tomó, aunque bien es cierto que las demás no se apartan mucho de este sentido.

Una de sus metáforas favoritas es el vacío existencial. Si el sentido es lo que buscamos, el sin sentido es un agujero, un hueco en tu vida, y en los momentos en que lo sientes, necesitas salir corriendo a llenarlo. Frankl sugiere que uno de los signos más conspicuos de vacío existencial en nuestra sociedad es el aburrimiento. Puntualiza en cómo las personas con frecuencia, cuando al fin tienen tiempo de hacer lo que quieren, parecen ¡no querer hacer nada.

De manera que intentamos llenar nuestros vacíos existenciales con “cosas” que aunque producen algo de satisfacción, también esperamos que provean de una última gran satisfacción: podemos intentar llenar nuestras vidas con placer, comiendo más allá de nuestras necesidades, teniendo sexo promiscuo, dándonos “la gran vida”. O podemos llenar nuestras vidas con el trabajo, con la conformidad, con la convencionalidad. También podemos llenar nuestras vidas con ciertos “círculos viciosos” neuróticos, tales como obsesiones con gérmenes y limpieza o con una obsesión guiada por el miedo hacia un objeto fóbico. La cualidad que define a estos círculos viciosos es que, no importa lo que hagamos, nunca será suficiente.

Frankl señala que los animales tienen un instinto que les guía. En las sociedades tradicionales, hemos llegado a sustituir bastante bien los instintos con nuestras tradiciones sociales. En la actualidad, casi ni siquiera eso llegamos a tener. La mayoría de los intentos para lograr una guía dentro de la conformidad y convencionalidad se topan de frente con el hecho de que cada vez es más difícil evitar la libertad que poseemos ahora para llevar a cabo nuestros proyectos en la vida; en definitiva, encontrar nuestro propio sentido.

Entonces, ¿cómo hallamos nuestro sentido?. Frankl nos presenta tres grandes acercamientos: el primero es a través de los valores experienciales, o vivenciar algo o alguien que valoramos. Nuestro ejemplo es el de experimentar el valor de otra persona, a través del amor.

La segunda forma de hallar nuestro sentido es a través de valores creativos, es como “llevar a cabo un acto”, como dice Frankl. Esta sería la idea existencial tradicional de proveerse a sí mismo con sentido al llevar a cabo los propios proyectos, o mejor dicho, a comprometerse con el proyecto de su propia vida. Incluye, evidentemente, la creatividad en el arte, música, escritura, invención y demás.

La tercera vía de descubrir el sentido es aquella de la que pocas personas además de Frankl suscriben: los valores actitudinales. Estos incluyen tales virtudes como la compasión, valentía y un buen sentido del humor, etc. Pero el ejemplo más famoso de Frankl es el logro del sentido a través del sufrimiento. El autor nos brinda un ejemplo de uno de sus pacientes: Un doctor cuya esposa había muerto, se sentía muy triste y desolado. Frankl le preguntó, “¿Si usted hubiera muerto antes que ella, cómo habría sido para ella? El doctor contestó que hubiera sido extremadamente difícil para ella, puntualizó que al haber muerto ella primero, se había evitado ese sufrimiento, pero ahora él tenía que pagar un precio por sobrevivirle y llorarle. En otras palabras, la pena es el precio que pagamos por amor. Para este doctor, esto dio sentido a su muerte y su dolor, lo que le permitió luego lidiar con ello. Su sufrimiento dio un paso adelante: con un sentido, el sufrimiento puede soportarse con la dignidad.

Frankl también señaló que de forma poco frecuente se les brinda la oportunidad de sufrir con valentía a las personas enfermas gravemente, y así por tanto, mantener cierto grado de dignidad. ¡Anímate!, decimos, ¡Sé optimista!. Están hechos para sentirse avergonzados de su dolor y su infelicidad.

No obstante, al final, estos valores actitudinales, experienciales y creativos son meras manifestaciones superficiales de algo mucho más fundamental, el suprasentido. Aquí podemos percibir la faceta más religiosa de Frankl: el supra-sentido es la idea de que, de hecho, existe un sentido último en la vida; sentido que no depende de otros, ni de nuestros proyectos o incluso de nuestra dignidad. Es una clara referencia a Dios y al sentido espiritual de la vida.

La autotrascendencia señala que el existir siempre hace referencia a algo que no es ese mismo existir, a algo o a alguien, a un sentido que hay que cumplir o a un ser humano con el que se realiza un encuentro.

El hombre no llega a ser realmente hombre sino cuando se entrega a una tarea, cuando se olvida de sí mismo al ponerse al servicio de una causa o al entregarse al amor de otra persona. En la propia autotrascendencia se encuentra la esencia de la existencia.

Ser hombre significa ir más allá de sí mismo, significa estar siempre vuelto hacia algo o hacia alguien, dedicarse a una tarea, a una persona amada, a un amigo, a Dios.

La autotrascendencia tiene un formidable valor terapéutico, capaz de proporcionar alivio en aquellos momentos en que se siente uno más abatido.

Hay que preguntar por el sentido de una persona concreta y de una situación concreta. La pregunta por el sentido de la vida sólo se puede plantear de una forma concreta y sólo se puede contestar de una forma activa…Es la misma vida la que plantea preguntas al hombre. El no tiene qué preguntar, más bien él es el preguntado por la vida, el que tiene que responder a la vida, el que tiene que asumir la vida responsablemente. Pero las respuestas que da el hombre sólo pueden ser respuestas concretas a preguntas vitales concretas.

El sentido es único e irrepetible para cada persona, así, lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado.

A cada hombre se le pregunta por la vida y únicamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida; sólo siendo responsable puede contestar a la vida. De modo que la logoterapia considera que la esencia íntima de la existencia humana está en su capacidad de ser responsable.

No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión que cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto. Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vida puede repetirse; su tarea es única como única es su oportunidad para instrumentarla. Como quiera que toda situación vital representa un reto para el hombre y le plantea un problema que sólo él debe resolver, la cuestión del significado de la vida puede en realidad invertirse.

En definitiva, el descubrimiento de la vida como misión dota a la propia existencia de un sentido asumido personalmente. Desde la perspectiva frankliana como dijimos antes existen tres caminos (valores creativos, de experiencia y de actitud) por los que el hombre puede encontrar sentido:

Pedagogía del sentido

Claro que no es suficiente con tener un sentido o tarea que realizar. No basta saber que se tiene una misión que cumplir. Hay que cumplirla, hay que ejecutarla.

Frankl en base de su experiencia vivida en el campo de concentración. Dice así:

“Lo que sucedió en realidad fue más bien todo lo contrario. En el campo de concentración la gente se volvió más diferenciada aún. Los cerdos se desenmascararon. Y también los santos. El hambre los descubrió. Esa hambre era la misma en un caso y en otro. Sin embargo, la gente se diferencia”

A este dato que Frankl revela y detalla en «El hombre en busca de sentido”, se asocia la necesidad de una educación que ayude al educando (a toda persona, pues todos somos educandos) a ir descubriendo el significado, el sentido y consecuencias de sus acciones y omisiones. «En nuestra época la educación no debe limitarse a impartir el saber, sino que ha de favorecer la depuración de la conciencia moral, de suerte que el hombre se sensibilice lo suficiente para poder captar el postulado inherente a cada situación. En una época en que los 10 mandamientos han perdido para muchos su vigencia, el hombre debe capacitarse para percibir los 10.000 mandamientos incluidos en las 10.000 situaciones con las que le confrontan su vida. Entonces no solo recuperará el sentido de esta vida, sino que él mismo se inmunizará contra el conformismo y el totalitarismo, las dos secuelas del vacío existencial, en efecto, solo una conciencia lúcida la capacitará para la «resistencia», para no amoldarse al conformismo ni doblegarse ante el totalitarismo.»

Cuando nos referimos a la pedagogía del sentido nos referimos al proceso pedagógico caracterizado por: Tratar al estudiante

como un tú en relación con el maestro.

Valorándolo como una persona única e irrepetible.

Recurriendo a las fuerzas creadoras del estudiante.

No limitarse a la transmisión de contenidos teóricos, sino desarrollar también la capacidad de libertad, responsabilidad, sentido y valores.

Afirmar la conciencia parta hacer del alumno un hombre capaz de interpretar las exigencias de la vida.

Educar desde el sentido del esfuerzo, apelando a la capacidad opositora del espíritu.

Educar hacia el sentido de la comunidad.

Lo religioso y la logoterapia

Viktor Frankl, creyente judaico, muy cercano a las concepciones religiosas católicas. Podemos exponer los fundamentos de su posición respecto a la religión en:

La psicoterapia y la religión pueden ser complementarias. La psicoterapia no puede sustituir a la salvación de almas del sacerdote, pero debe de tener en cuenta la dimensión espiritual del hombre y su búsqueda de sentido en la vida-No se puede evitar que los hombres que tienen un gran problema no busquen, en su mayoría al sacerdote, sino al médico (o psicoterapeuta) como quién tiene gran experiencia en la vida

La logoterapia no reduce la religión a neurosis ni a complejo de Edipo. La religión y la logoterapia tienen en común la dimensión de busqueda responsable de sentido vital.

La logoterapia no puede responder ante quién es responsable el paciente, si ante Dios o ante la sociedad u otra instancia. Lo deja a la decisión del paciente; pero ayuda a éste a encontrar su sentido, que a veces se haya en una actitud religiosa reprimida. La logoterapia trabaja con paciente ateos y religiosos con problemas de búsqueda de sentido o significado en la vida.

La logoterapia tiene un gran respeto y admiración por la religión, pues ésta da sentido a las vidas de muchas personas en la vida. En resumen la religión para Frankl, dota de sentido existencial a la vida de muchas personas y por lo tanto contribuye a responder a las preguntas del sentido y a la forma de vivir dignamente. Ahora bien, Frankl, aunque religioso (judaico y cercano al catolicismo), es consciente de que ese significado de la vida puede encontrarse en maneras de vivir no religiosas.

Debe ser entendido que las ideas de Frankl sobre la religión y la espiritualidad son considerablemente más amplias que la mayoría. Incluso el ateo o el agnóstico, él precisa, puede aceptar la idea del transcendente sin hacer uso la palabra “dios.”

El inconsciente trascendental significa que más o menos que ese hombre ha estado de frente siempre en una relación intencional al transcendente, aunque solamente en un nivel inconsciente. Si uno llama el referente intencional de una relación tan inconsciente “dios,” es conveniente hablar de un “dios inconsciente.

Debe también ser entendido que este “dios inconsciente” es claramente transcendente, pero profundo, personal. Él está allí, según Frankl, dentro de cada uno de nosotros, y es simplemente una cuestión de nuestro reconocer esa presencia que nos traiga a suprameaning. Suprasentido Por otra parte, el dar vuelta lejos de dios es la última fuente de todas las enfermedades que hemos discutido ya”… el que el ángel en nosotros se reprime, él da vuelta en un demonio.

La fe en un sentido superior tiene importancia psicoterapéutica y psicohigiénica. La fe creadora hace al hombre más fuerte, como auténtica fe que es, nacida de una fortaleza interior. Para quien se hace fuerte en esta fe no existe nada carente de sentido. Por lo tanto, la historia interior de la vida del hombre nunca acaecerá en vano.

El día que se encontró con Pablo VI el año 1970 en una audiencia privada luego de despedirse, al momento de salir, el papa le dijo: “Por favor rece por mi”. Fue emocionante, fue estremecedor.

Contará Frankl de esta experiencia, repitiendo que es consciente de lo limitado de sus esfuerzos.

Intentemos pues llegar a una toma de conciencia a partir de estas preguntas:

¿Qué es lo más importante de mi vida?

¿Qué cosa es tan importante y sin la cual no puedo vivir?

¿A qué cosas me cuesta renunciar?

Después de responder a estas preguntas se elabora una lista de cinco prioridades.

En orden de importancia del uno al cinco. Esta lista confrontada con la vida cotidiana, se descubre en que aspectos se ponen todo el esfuerzo y la energía.

CRONOLOGIA

1905. Víktor Emil Frankl nació en Viena el 26 de marzo su padre trabajó duramente desde ser un estenógrafo parlamentario hasta llegar a Ministro de Asuntos Sociales. Desde que era un estudiante universitario y envuelto en organizaciones juveniles socialistas, Frankl empezó a interesarse en la psicología.

1930, logró su doctorado en medicina y fue asignado a una sala dedicada al tratamiento de personas con intentos de suicidio. Al tiempo que los nazis llegaban al poder en 1938, Frankl adoptó el cargo de Jefe del Departamento de Neurología del Hospital Rothschild, el único hospital judío en los tempranos años del nazismo.

1941 Frankl se casa con su primera esposa, Tilly Grosser

1942 él y sus padres fueron deportados a un campo de concentración cercano a Praga, el Theresienstadt. Frankl sobrevivió al Holocausto, incluso tras haber estado en cuatro campos de concentración nazis, incluyendo el de Auschwitz , desde 1942 a 1945; no ocurrió así con sus padres y otros familiares, los cuales murieron en estos campos.

1945 Frankl es liberado del campo, y regresa a Viena, sólo para descubrir la muerte de sus seres queridos Debido en parte a su sufrimiento durante su vida en los campos de concentración y mientras estaba en ellos, Frankl desarrolló un acercamiento revolucionario a la psicoterapia conocido como logoterapia. Frankl retornó a Viena en este año e inmediatamente fue Jefe del Departamento de Neurología del Vienna Polyclinic Hospital, posición que mantendría durante 25 años. Fue profesor tanto de neurología como de psiquiatría.

1946 Frankl publica su libro El hombre de la búsqueda de sentido. Sus 32 libros sobre análisis existencial y logoterapia han sido traducidos a 26 idiomas y ha conseguido 29 doctorados honorarios en distintas universidades del mundo.

1947 Frankl se casa con Eleonore Schwindt – «Elly» – y tiene una hija, Gabriele, en diciembre de ese año

1961, Frankl mantuvo 5 puestos como profesor en los Estados Unidos en la Universidad de Harvard y de Stanford, así como en otras como la de Dallas, Pittsburg y San Diego.

Frankl enseñó en la Universidad de Viena hasta los 85 años de edad de forma regular y fue siempre un gran escalador de montañas. También, a los 67 años, consiguió la licencia de piloto de aviación.

1970 Frankl es recibido en Roma junto a su esposa por Pablo VI.

1997, Víktor E. Frankl murió de un fallo cardíaco el 2 de septiembre dejando a su esposa, Eleonore y a una hija, la Doctora Gabriele Frankl-Vesely.

BIBLIOGRAFÍA de Logoterapia. Libros editados en español

1. Frankl, Viktor: El hombre en busca de sentido. Ed. Herder, Barcelona, 1991.

2. Frankl, Viktor: Ante el vacío existencial. Ed. Herder, Barcelona, 1992

3. Frankl, Viktor: El hombre doliente. Ed Herder, Barcelona, 1984.

4. Frankl, Viktor: Psicoanálisis y existencialismo. Ed. FCE, México, 1984.

5. Frankl, Viktor: Ante el vacío Existencial. Ed. Herder, Barcelona, 1994.

6. Frankl, Viktor: Logoterapia y Análisis Existencial. Ed. Herder, Barcelona, 1990.

7. Frankl, Viktor: Teoría y terapia de las neurosis. Ed. Herder, Barcelona, 1984.

8. Frankl, Viktor: La idea psicológica del hombre. Ed. RIALP, Madrid, 1986.

9. Frankl, Viktor. La presencia ignorada de Dios. Ed. Herder, Barcelona, 1994.

10. Frankl, Viktor. Psicoterapia y humanismo. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1982.

11. Frankl, Viktor. Psicoterapia al alcance de todos.Ed.Herder, Barcelona, 1995.

12. Frankl, Viktor. Logoterapia en la práctica médica. San Pablo, Bs As. 2003

13. Frankl, Viktor. En el principio era el sentido. Ed. Paidos, Barcelona, 2000.

14. Frankl, Viktor. El hombre en busca del sentido último. Ed. Paidós, Barcelona 1999.

15. Frankl, Viktor. Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia, San Pablo, Bs As., 2005

16. Frankl, Viktor. Lo que no esta escrito en mis libros, San Pablo, Bs As. 2003.

17. Fizzotti, Eugenio. Guía de la Logoterapia. Ed. Herder Barcelona, 1989.

18. Lukas, Elisabeth: Tu vida tiene sentido. Ed. SM, Madrid, 1983.

19. Elisabeth Lukas , Logoterapia La búsqueda de sentido, Paidos , Barcelona 2003

20. Guberman y otros, Diccionario de logoterapia, Lumen, Bs. As., 2005

21. Noblejas, Ma Angeles. Palabras para una vida con sentido.Ed. DDB, España, 2000.

22. AA.VV. Frankl por definición, Consultor temático de Logoterapia y Análisis Existencial, San Pablo, Bs As., 2007

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