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…Pero antes de la Logoterapia, estuvo Unamuno

                                                               “Aquella lejana estrella que brilla allí arriba durante la noche

se apagará algún día y se hará polvo,

y dejará de brillar y de existir.

Y como ella, el cielo todo estrellado.

¡Pobre cielo!”
(M. de Unamuno)

Por Marianna Falcón

Trinomio hombre-filósofo-terapeuta

Comenzaré este ensayo cediéndole la palabra a Unamuno:

“En el punto de partida de toda filosofía hay un para qué.  El filósofo, antes que filósofo es hombre, necesita vivir para poder filosofar, y de hecho filosofa para vivir…

“La filosofía es un producto humano de cada filósofo, y cada filósofo es un hombre de carne y hueso que se dirige a otros hombres de carne y hueso como él.  Y haga lo que quiera, filosofa, no con la razón sólo, sino con la voluntad, con el sentimiento, con la carne y con los huesos, con el alma toda y con todo el cuerpo.  Filosofa el hombre.”  (Unamuno: Del Sentimiento Trágico de la Vida).

Hemos escrito antes sobre la importancia de la filosofía para enriquecer primero nuestra vida y luego nuestra labor terapéutica, partiendo de la premisa de que en una sesión de terapia se encuentran y se relacionan dos seres humanos, que por el mismo hecho de ser hombres filosofan, tienen preguntas filosóficas, e incluso viven crisis existenciales, resultado de las paradojas y contradicciones inherentes a la vida.  Si el filosofar es algo tan natural al hombre, es nuestra responsabilidad adoptar una actitud filosófica ante los problemas de la vida. Al cuestionarlos y reflexionar sobre ellos le damos profundidad a nuestro trabajo.

Además, la Logoterapia es un enfoque existencial que ayuda al individuo a vivir y enfrentar sus problemas filosóficos o espirituales.  Dice Frankl que se trata de una psicoterapia filosófica, y por esto, la filosofía no puede desligarse  de la actividad psicoterapeutica: “No existe una psicoterapia sin una teoría del hombre y una filosofía de vida subyacente”. (Frankl: Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia).

En la materia de Psicoterapia Existencial (ahora llamada “La Visión Existencial y su Relación con Frankl”) estudiamos a algunos filósofos que tuvieron una visión existencial y que podíamos relacionar con el pensamiento de Frankl y la Logoterapia.  Unos, como Jaspers y Scheler, tuvieron una influencia directa.  Otros, descubrimos que tenían ideas y conceptos similares, que se podían conectar con la Logoterapia y nos ayudaban a comprenderla mejor.

La Logoterapia no está “terminada”, no está “hecha,” sigue abierta a posibilidades, está en constante construcción; es proyecto, como nosotros.  Soy de la idea de que nosotros, a quienes Frankl nos “encargó” la tarea seguir edificando la Logoterapia, tenemos la obligación de continuar formándonos y ¿por qué no? aportar algunas de nuestras propias ideas o las que hemos apre(he)ndido de nuestros propios “Maestros”.

De esta manera justifico mi deseo y necesidad de compartirles a éste, “mi filósofo”, mi amigo, quien ha influido sobre mí, con quien a ratos me he encontrado y me he leído, (sí, esa sensación que todos alguna vez hemos tenido de que alguien nos “roba” una frase o nos plagia, y nos consolamos con la idea de que simplemente la escribió antes que nosotros por pura historicidad, porque también es “nuestra”…). Un hombre con quien pude tener un verdadero encuentro existencial y terapéutico, ya no en un consultorio, sino por medio de sus letras.  Un hombre con quien he tenido una relación, de humano a humano, con comprensión empática, mientras reflexionamos y agonizamos juntos las paradojas y contradicciones de ser hombre…  aprendiendo a lidiar con ellas, y a vivir dignamente con y a pesar de ellas.

Así, descubrí el valor terapéutico de la filosofía.  Por esto se me ocurrió el subtítulo del “trinomio hombre-filósofo-terapeuta”.  El hombre filosofa, el terapeuta es hombre, el terapeuta humano que aborda los problemas de ser hombre debe filosofar, y la filosofía en sí puede tener un valor terapéutico cuando aborda estos problemas.  Esto lo descubrí antes de la Logoterapia.  Ahora que me vuelvo a acercar a Unamuno, encuentro un sinfín de puntos de convergencia entre sus ideas y las de Frankl, ideas que pueden alumbrarnos más los conceptos de la Logoterapia.

El hombre Unamuno (1864 – 1936)

La biografía de Miguel de Unamuno es sumamente interesante y no dudo que quien quiera conocerla encontrará documentación vasta al respecto, y es recomendable para poder entender y contextualizar su pensar y su sentir con respecto a la vida.  Más me atrevo a decir que esto no es enteramente necesario.  Como en los casos de Frankl y Kierkegaard, su obra y su vida estuvieron estrechamente entretejidas, y quizá la mejor forma de acercarse al “hombre de carne y hueso” que fue don Miguel de Unamuno, es la lectura de las numerosas “autobiografías” de que están llenos sus escritos.   Él mismo dice:

“Toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo, es autobiográfico…Porque, ¿quién soy yo mismo? ¿Quién es el que se firma Miguel de Unamuno? Pues… uno de mis personajes, una de mis criaturas, uno de mis agonistas.”

¡Y vaya que es un agonista!: “La vida, desde su principio hasta su término, es lucha contra la fatalidad de vivir, lucha a muerte, agonía.” (Unamuno: Del Sentimiento Trágico de la Vida.).   Después de haber vivido una profunda crisis religiosa y espiritual, que fue como un parteaguas en su vida, Unamuno se instala de modo definitivo en la lucha y en la duda, y lo que más le interesa de su crisis son los frutos de ésta: sus escritos.  En sus obras se confiesa, se abre, nos muestra su profunda angustia ante el ser, ante Dios, ante la muerte y ante la inmortalidad del alma. Se debate continuamente consigo mismo, y a sus lectores, nos sacude y nos hace partícipes de sus propias dudas y angustias espirituales, como también de su esperanza.

Todo esto se proyecta de manera especial en la que es considerada su obra más importante: Del Sentimiento Trágico de la Vida (1913)1.   Y es de éste libro, el que fue para mí su más impactante y descriptiva carta de presentación, del cual tomo todas las citas que encontrarán a lo largo de este ensayo.

Poeta genial, dramaturgo, novelista, filósofo y ensayista español; el hombre Unamuno es uno de lucha y contradicciones. Permitamos que él mismo se presente:

“Soy uno que afirma contrarios, un hombre de contradicción y de pelea, como de sí mismo decía Job: uno que dice una cosa con el corazón y la contraria con la cabeza, y que hace de esta lucha su vida…  Es el conflicto mismo, es la misma apasionada incertidumbre lo que unifica mi acción y me hace vivir y obrar.”  (Unamuno: op.cit.)

Considerado como el escritor más culto de su generación, fue sobre todo un intelectual inconformista que hizo de la polémica una forma de búsqueda. Su agonismo y sus contradicciones despertaron sorpresa, desconcierto e, incluso, ira en sus contemporáneos. No sólo no se cuidó de ocultarlo, sino que además lo proclamaba con orgullo:

“No he querido callar lo que callan otros; he querido poner al desnudo, no ya mi alma, sino el alma humana, sea ella lo que fuere y esté o no destinada a desaparecer.”

“¿Contradicción? ¡Ya lo creo! ¡La de mi corazón que dice sí, mi cabeza que dice no! Contradicción naturalmente.  Como que sólo vivimos de contradicciones y por ellas; como que la vida es tragedia, y la tragedia es perpetua lucha, sin victoria ni esperanza de ella; es contradicción.”  (Unamuno: op.cit.)

Estas contradicciones personales y las paradojas que afloraban en su pensamiento le impidieron el desarrollo de un sistema coherente, de modo que recurrió a la literatura, para expresar y exponer su intimidad, e intentar resolver algunos aspectos de la realidad de su Yo.2  Planteaba dilemas, entre lo individual y lo social, el espíritu y el intelecto, la razón y la fe, el pensamiento y el sentimiento. Él mismo se tomó como referencia de sus obsesiones como individuo: «Hablo de mí porque es el hombre que tengo más a mano.»

“No quiero engañar a nadie ni dar por filosofía lo que acaso no sea sino poesía o fantasmagoría, mitología en todo caso…

Lo que va a seguir no me ha salido de la razón, sino de la vida, aunque para transmitíroslo tengo en cierto modo que racionalizarlo.  Lo más de ello no puede reducirse a teoría o sistema lógico, pero como Walt Whitman, el enorme poeta y yanqui, os encargo que no se funde escuela o teoría sobre mí.” (Unamuno: op. cit.)

Precursor del existencialismo

Basta con leer lo anterior para deducir que Unamuno es un auténtico existencialista.  De hecho (y esta es otra de mis justificaciones para escribir este artículo) es considerado uno de los predecesores de la escuela existencialista que, varias décadas después, encontraría su auge en el pensamiento europeo.  Es decir, antes de que Heidegger publicara “El ser y el tiempo”, y mucho antes de que el existencialismo francés de Sartre y Camus adquiriera preeminencia entre la intelectualidad europea.  Se refirió y redescubrió a Kierkegaard (1813-1855) antes de que éste fuera conocido en su continente, e incluso estudió danés para leerlo directamente.   En sus obras se refiere a él como “hermano.” 3

Sobre él escribió Antonio Machado (poeta español):

“De todos los grandes pensadores, que hicieron de la muerte tema esencial de sus meditaciones, fue Unamuno quien menos habló de resignarse a ella.  Porque Unamuno fue todo, menos un estoico, es decir, todo antes que un maestro de resignación a la fatalidad de morirse. Le negaron muchos el don filosófico, que poseía en grado sumo. La crítica, sin embargo, debe señalar que, coincidiendo con los últimos años de Unamuno, florece en Europa toda una metafísica existencialista, que tiene a Unamuno, no sólo entre sus adeptos, sino también —digámoslo sin rebozo— entre sus precursores.”4

Don Miguel hace evidente su postura existencial desde la primera página de su libro:

“Soy hombre, a ningún otro hombre estimo extraño.  Porque el adjetivo humanus me es tan sospechoso como su sustantivo abstracto humanitas, la humanidad.  Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivado, sino el sustantivo concreto: el hombre.  El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere – sobretodo muere – , el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”.  (Unamuno: op.cit.)

Podemos ver que le preocupa el hombre individual, el concreto, no la abstracta Naturaleza Humana.  Le preocupa el existente que carga con todas sus esferas cognoscitivas, volitivas, afectivas, corporales, sociales y espirituales de un modo particular.  En este sentido se opone al estudio del hombre en general: “un hombre que no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra; que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no hombre”. (Unamuno: op.cit)

Insiste en que este hombre concreto, de carne y hueso, es el sujeto y el supremo objeto a la vez de toda filosofía.

El problema de la muerte y la inmortalidad

Como a todo buen filósofo, lo que caracteriza a Unamuno es una profunda y extensa reflexión sobre la muerte, sobre nuestra finitud.  Dice de él Ortega y Gasset (filósofo y ensayista español): “Toda su vida, toda su filosofía han sido una meditatio mortis.”

El problema surge por esto:

“Ser un hombre es ser algo concreto, unitario y sustantivo, es ser cosa, res… y cada cosa, en cuanto es en sí, se esfuerza por perseverar en su ser… Quiere decirse que tu esencia, lector, la mía,  y la de cada hombre que sea hombre, no es sino el conato, el esfuerzo que pone en seguir siendo hombre, en no morir.” (Unamuno:op.cit.)

Y aquí radica la mayor contradicción de todas:  queremos seguir siendo hombres, perseverar, no morir, pero sabemos que culminarán nuestros días.  El espíritu se halla limitado por la materia en que tiene que vivir y cobrar conciencia de sí: “El espíritu dice: ¡quiero ser!, y la materia le responde: ¡no lo quiero!”

“No quiero morirme, no, no quiero ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia.” (Unamuno: op.cit.)

Y el tema de la inmortalidad del alma es un problema para Unamuno por el conflicto interior que surge de la necesidad de la fe y la razón que la niega.  El anhelo por la inmortalidad del alma no encuentra confirmación racional. Lo que distingue a Unamuno es la lucha por racionalizar la fe y al mismo tiempo  infundir fe a la razón.  Es un intento por mantener la tensión dinámica entre ambas. Y esto es la agonía: “la vida es lucha, y, para el hombre, lucha entre la fe y la razón”.

“Y el más trágico problema de la filosofía es el de conciliar las necesidades intelectuales con las necesidades afectivas y con las volitivas….

Y por mi parte no quiero poner paz entre mi corazón y mi cabeza, entre mi fe y mi razón; quiero más bien que se peleen entre sí.” (Unamuno:op.cit.)

Unamuno se proclama en contra de la paz.  Dice que la paz es “sumisión y mentira”.    No quiere aliviar la tensión, por eso se le acusa de antirracional.  Y no es que lo sea;  le reconoce su valor existencial a la razón, no lo ignora.  Lo que intenta más bien, es luchar en contra de la “pereza intelectual” y de la “fe ciega”, contra el dogmatismo que ofrece soluciones hechas.

Frankl nos dice: “La paz de la mente o la paz del alma no es algo para admitir incondicionalmente.  Una determinada cantidad de tensión, tal como la que resulta de un sentido por realizar, es inherente al ser humano y es indispensable para el bienestar mental”. (Frankl: Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia).

Unamuno se expresa de una manera que deja entrever dos aspectos claros: su deseo de vivir con vitalidad,  y su repugnancia a morirse: su “irresignación” a la muerte:

“En una palabra, que con razón, sin razón o contra ella, no me da la gana de morirme.  Y cuando al fin me muera, si es del todo, no me habré muerto yo, esto es, no me habré dejado morir, sino que me habrá matado el destino humano.  Como no llegue a  perder la cabeza, o mejor aún que la cabeza, el corazón, yo no dimito de la vida; se me destituirá de ella.” (Unamuno: op.cit.)

En esos “me habrá matado el destino humano” y “yo no dimito de la vida, se me destituirá de ella” aparece la muerte como situación límite en el hombre.  Como la cesación definitiva de posibilidades y de libertad.  Lo único que quedaría, según Frankl, es oponernos, aunque sea, al verdadero peligro mortal: el de no haber vivido.  Frankl dice que la muerte sirve como detonador para intentar vivir más responsable y significativamente.  Además, nos invita a poner en práctica los valores de actitud, que implican, por una parte, la aceptación valiente de las circunstancias, y por otra, sacar de ellas el mejor partido posible.  Veamos qué dice Unamuno al respecto:

“Hemos llegado al fondo del abismo, al irreconciliable conflicto entre la razón y el sentimiento vital.  Y llegado aquí os he dicho que hay que aceptar el conflicto como tal y vivir de él.…

Y el que me siga leyendo verá también cómo de este abismo de desesperación puede surgir esperanza, y cómo puede ser fuente de acción y de labor humana, y de solidaridad y hasta de progreso, esta posición crítica.  El lector que siga leyéndome verá su justificación pragmática.  Y verá cómo para obrar, y obrar eficaz y moralmente, no hace falta ninguna de las dos opuestas certezas, ni la de la fe ni la de la razón… El lector verá cómo esa incertidumbre, y el dolor de ella y la lucha infructuosa por salir de la misma, puede ser y es base de acción y cimiento moral”…. (Unamuno: op.cit)

Según Unamuno, si nuestra esencia es perseverar en nuestro ser, debemos oponernos constantemente a nuestra posible nada. Ante la incertidumbre con respecto a la inmortalidad de nuestra alma,  Unamuno nos reta a dos cosas: a crear nuestra inmortalidad, y a vivir de manera que nuestra muerte sea una suprema injusticia.

Veamos cómo:

(A continuación intentaré aterrizar las ideas de Unamuno en algunos postulados de la Logoterapia e incluiré algunas de mis propias reflexiones).

El sentido de la vida concreto

“Lo que determina a un hombre, lo que le hace un hombre, uno y no otro, el que es y no el que no es, es un principio de unidad y un principio de continuidad.  Un principio de unidad primero, en el espacio, merced al cuerpo, y luego en la acción y en el propósito…. En cada momento de nuestra vida tenemos un propósito, y a él conspira la sinergia de nuestras acciones.  Aunque al momento siguiente cambiemos de propósito.  Y es en cierto sentido un hombre tanto más hombre, cuanto más unitaria sea su acción.  Hay quien en su vida toda no persigue sino un solo propósito, sea el que fuere.” (Unamuno: op.cit.)

Unamuno parece estar haciendo alusión a la voluntad de sentido, ese afán básico del hombre de encontrar y realizar un sentido y un propósito. El hombre es en la medida en que va realizando los sentidos de su vida.  Y estos son únicos, personales.

Frankl nos dice: “El sentido es relativo en tanto está relacionado con una persona específica que esta involucrada en una situación específica.  Uno podría decir que el sentido difiere, primero, de hombre en hombre, y, segundo, de día en día, incluso, de hora en hora. Lo que importa no es el sentido de la vida en términos generales, sino el significado concreto de la vida de cada individuo en un momento dado.”

Y en efecto, en cada momento único de nuestra vida estamos llamados a responder, desde nosotros mismos, eligiendo los valores que nos vayan construyendo y consolidando como las personas que estamos llamadas a ser.  Esta responsabilidad no la podemos delegar a otros, es irrenunciable.

“Me dicen que he venido a realizar no sé qué fin social; pero yo siento que yo, lo mismo que cada uno de mis hermanos, he venido a realizarme, a vivir.” (Unamuno: op.cit.)

Y Frankl dice: “Corresponde a cada persona decidir si debe interpretar su tarea vital siendo responsable ante la sociedad o ante su propia conciencia.” (Frankl: El hombre en busca de sentido).  Por lo visto, Unamuno se regiría por la segunda.

Unicidad, misión y valores de creación

“Ha de ser nuestro mayor esfuerzo el de hacernos insustituibles, el de hacer una verdad práctica el hecho teórico de que cada uno de nosotros es único e irremplazable, de que no pueda llenar otro el hueco que dejamos al morirnos”. (Unamuno: op.cit.)

Unamuno insiste: “Búscate a ti mismo, conócete a ti mismo, ¡conócete tu obra y cúmplela!”  Nos invita a preguntarnos: “¿Qué otro llenaría tan bien o mejor que yo el papel que lleno?”

“Obra de modo que merezcas a tu propio juicio y a juicio de los demás la eternidad, que te hagas insustituible, que no merezcas morir…  El fin de la moral es dar finalidad humana, personal, al Universo; descubrir la que tenga – si es que la tiene – y descubrirla obrando.” (Unamuno: op.cit.)

“Si estamos en el mundo para algo, ¿de dónde puede sacarse ese para sino del fondo mismo de nuestra voluntad, que pide felicidad y no deber como fin último?…El sentido de mi existencia, es decir, lo que yo soy con respecto a mí y al mundo, no reside en ningún fin extrínseco, sino en mi realización en mi vida.” (Unamuno: op.cit.).

Aquí claramente hace alusión a nuestra unicidad y a la voluntad de sentido, ese motor que surge de nuestra conciencia (no de lo externo) para darle significado a nuestra vida. Frankl nos dice a este respecto:

“No deberíamos buscar un sentido abstracto a la vida, pues cada uno tiene en ella su propia misión qué cumplir; cada uno debe llevar a cabo un cometido concreto.   Por tanto ni puede ser reemplazado en la función, ni su vida puede repetirse, su tarea es única como única es su oportunidad para instrumentarla.” (Frankl: El hombre en busca de sentido).

“Todos, es decir, cada uno puede y debe proponerse dar de sí todo cuanto puede dar, más aun de lo que puede dar, excederse, superarse a sí mismo, hacerse insustituible, darse a los demás para recogerse de ellos.  Y cada cual en su oficio y en su vocación, en concreto, en la práctica”.  (Unamuno:op.cit.)

Frankl nos recuerda que: “Lo importante no es, en modo alguno, la profesión que se ejerce, sino el modo como se la ejerce; que es de nosotros mismos, y no de la profesión concreta en cuanto tal, de quienes depende el que se haga valer en nuestro trabajo ese algo personal y específico que da un carácter único e insustituible a nuestra existencia, y con ello un sentido a la vida.” (Frankl: Psicoanálisis y Existencialismo).

“Hagamos que la nada, si es que nos está reservada, sea una injusticia, peleemos contra el destino, y aun sin esperanza de victoria; peleemos contra él quijotescamente… Y no sólo se pelea contra él anhelando lo irracional, sino obrando de modo que nos hagamos insustituibles, acuñando en los demás nuestra marca y cifra, dándonos a ellos, para eternizarnos en lo posible.” (Unamuno: op.cit)

Y retomando todo esto y volviendo al tema de la muerte, Unamuno nos recuerda: “obra con los semejantes y hacia ellos de manera que te hagas único e insustituible, de tal modo que tengan que echarte de menos cuando “te les mueras” y no sólo “te mueras.”

En pocas palabras, el hombre volcado hacia sí mismo, sólo puede aspirar a morirse.  En cambio, el hombre autotrascendente, entregado a los demás, “se les muere”. ¡Qué diferente suena esto!

Aquí podemos ver claras manifestaciones del sentido a través de la unicidad.  Como dice Fabry, la unicidad propia se hace evidente no tanto por lo que es uno, sino por lo que es en sus relaciones con otras personas o circunstancias.

Esto habla también de los valores de creación, que nos llaman a dar, aportar, contribuir al mundo con algo de nosotros mismos.  Habla de lo que dice Frankl acerca de que ser hombres significa estar dirigido hacia algo o alguien fuera de sí mismo: una tarea o sentido qué cumplir, o hacia una persona que se ama.

Sobre el dolor y la conciencia:

“El dolor es el camino de la conciencia, y es por él como los seres vivos llegan a tener conciencia de sí.  Porque tener conciencia de sí mismo, tener personalidad, es saberse y sentirse distinto de los demás seres, y a sentir esta distinción sólo se llega por el choque, por el dolor más o menos grande, por la sensación del propio límite. La conciencia de sí mismo no es sino la conciencia de la propia limitación.  Me siento yo al sentirme que no soy los demás; saber y sentir hasta dónde soy, es saber dónde acabo de ser, desde dónde no soy.”

“El dolor es la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, pues sólo sufriendo se es persona.  Y es universal, y lo que a los seres todos nos une es el dolor.”

“El hombre es tanto más hombre cuanto más capacidad para el sufrimiento, o mejor dicho, para la congoja, tiene.”  (Unamuno: op.cit)

¿No nos suena esto coherente con la visión del Homo Patiens de Frankl?  Él nos dice: “El hombre, asomado al abismo, mira la profundidad, y en el hondo abismo descubre la estructura trágica de la existencia.  Lo que se le revela es que el ser humano es, en el fondo y en definitiva, pasión; que la esencia del hombre es ser doliente: homo patiens.” (Frankl: El Hombre Doliente).

Frankl  también nos dice que el hombre madura y crece en el dolor,  y que una de las misiones de la psicoterapia es capacitar al hombre para sufrir y ayudarle a encontrar un sentido a su sufrimiento.  “La audacia para el sufrimiento es lo que importa.  Se trata de asumir el sufrimiento, de afirmar el destino, de tomar postura ante él. Sólo por esta vía podemos acercarnos a la verdad.” (Frankl: El hombre doliente).  Aquí, hace una clara referencia a los valores de actitud.

“Aunque lo creamos por autoridad, no sabemos tener corazón, estómago o pulmones mientras no nos duelen, oprimen o angustian.  Es el dolor físico, o siquiera la molestia, lo que nos revela la existencia de nuestras propias entrañas.   Y así ocurre también con el dolor espiritual, con la angustia, pues no nos damos cuenta de tener alma hasta que ésta nos duele.” (Unamuno: op.cit.)

Si esto es cierto, me viene una reflexión a la mente: ¡Llevemos nuestro dolor con dignidad y hasta con orgullo entonces!  Quiere decir que estamos más en contacto con nuestro espíritu, que tenemos mayor conciencia y desde aquí podemos ser más humanos.  Estando en contacto con el dolor, permitiéndonos sentirlo, podemos escuchar las preguntas que nos hace la vida y buscar las respuestas en el espíritu.  Pero no sólo esto, también nos volvemos más compasivos y empáticos con el dolor ajeno.

Autotrascendencia: del dolor a la compasión

Frankl, quien se opone a los reduccionismos, dice que la filosofía de la existencia, cuando intenta excluir la trascendencia, incurre en un existencialismo.   Nos dice que la autorrealización, sobre la que hablan tantos filósofos existencialistas, no puede alcanzarse si se considera un fin en sí misma, sino cuando se la toma como efecto secundario de la propia trascendencia:

“La existencia no sólo es intencional, sino que también es trascendente.  La autotrascendencia  es la esencia de la existencia.  Ser hombre es estar dirigido a otro diferente de sí mismo.” (Frankl: Fundamentos y Aplicaciones de la Logoterapia).

Afortunadamente Unamuno hace evidente su postura trascendente:

“Amar en espíritu es compadecer, y quien más compadece más ama.  Los hombres encendidos en ardiente caridad hacia sus prójimos, es porque llegaron al fondo de su propia miseria, de su propia aparencialidad, de sus naderías, y volviendo luego sus ojos así abiertos, hacia sus semejantes, los vieron también miserables aparenciales, anonadables, y los compadecieron y los amaron”.

“Porque de este amor o compasión a ti mismo, de esta intensa desesperación, porque así como antes de nacer no fuiste, así tampoco después de morir serás, pasas a compadecer, esto es, a amar a todos tus semejantes y hermanos en aparencialidad, miserables sombras que desfilan de su nada a su nada, chispas de conciencia que brillan un momento en las infinitas y eternas tinieblas.”

“Al oírle un grito de dolor a mi hermano, mi propio dolor se despierta y grita en el fondo de mi conciencia” (Unamuno: op.cit).

En otras palabras, lo que empieza siendo compasión por uno mismo, despertada por el dolor, se transforma cuando aumenta el conocimiento de lo que existe fuera de nosotros.  Nuestra intencionalidad toma un giro, y nos ayuda a interesarnos por el otro, a dirigirnos a otro más allá de nosotros mismos, encontrando un sentido en la autotrascendencia.

Y luego Unamuno nos dice: “El hombre ansía ser amado, o, lo que es igual, ansía ser compadecido.  El hombre quiere que se sientan y se compartan sus penas y sus dolores.”  Y reflexiono:  ¿No es esto lo que busca el hombre-paciente que se presenta ante nosotros? ¿Cómo debemos responder ante esto para propiciar un verdadero encuentro humano?

Unamuno tiene su propia definición de conciencia:

“Conciencia, conscientia, es conocimiento participado, es consentimiento, y con-sentir es com-padecer”. (Unamuno: op.cit.)

Me viene a la mente la idea de que la conciencia no es sólo el órgano de sentido, ese que nos permite descubrir el sentido único e irrepetible de una situación concreta, sino que es también el órgano de la compasión.  ¿No es desde aquí, desde este brazo del espíritu, que aprendemos a mirarnos a nosotros mismos y a los otros de manera más compasiva, después de que ha sido despertada por el dolor? ¿No es desde aquí que aprendemos a “sufrir con” el otro?  ¿No es desde aquí que damos nuestra “mejor respuesta” en cada situación y reconocemos la de otros?  ¿No es desde aquí que dignificamos nuestro esfuerzo para sobrellevar el sufrimiento? ¿No es desde aquí que descubrimos que muchas veces el sentido está en ayudar al otro?

“Y la caridad, ¿qué es sino un desbordamiento de compasión? ¿Qué es sino dolor reflejado, que sobrepasa y se vierte a compadecer los males ajenos y ejercer caridad?…. Es como el que contempla algo hermoso y siente la necesidad de hacer partícipes de ello a los demás.  Porque el impulso a la producción, en que consiste la caridad, es una obra de amor doloroso….” (Unamuno:op.cit)

De nuevo reflexiono: ¿No es la Logoterapia una obra de amor doloroso?  ¿No nos regaló Frankl la Logoterapia desde el amor, producto de su propio dolor?  ¿No hemos encontrado en ella una especie de bálsamo para vivir mejor con y a través del dolor?  ¿No nos sentimos en deuda con ella y queremos transmitir y ofrecer estas bondades a otros?  ¿No es acaso un noble camino hacia el sentido el utilizar nuestro propio dolor, nuestra experiencia particular, para servir a otros en circunstancias similares? ¿El “altruismo” de Nietzche, la “autotrascendencia” de Frankl, la “caridad” de Unamuno, no son todos, en el fondo, lo mismo?

“Y es que no estamos en el mundo puestos nada más junto a los otros, sin raíz común con ellos, ni nos es su suerte indiferente, sino que nos duele su dolor, nos acongojamos con su congoja, y sentimos nuestra comunidad de origen y de dolor aun sin conocerla.  Son el dolor, y la compasión que de él nace, los que nos revelan la hermandad de cuanto de vivo y más o menos consciente existe…” (Unamuno: op.cit)

Somos seres-en-relación, no estamos aislados, sino volcados hacia algo o alguien fuera de nosotros, al servicio de trascender.

Creo que estas reflexiones son las que nos llaman y nos responsabilizan a convertirnos en verdaderos “compañeros de viaje” y a generar un auténtico encuentro con nuestros pacientes, ya que en el consultorio coinciden “dos chispas de conciencia que brillan un momento entre las dos infinitas oscuridades” y estando frente a frente, ambas partes pueden percibir destellos de lo que significa ser hombre.   Y no sólo ser compañeros de viaje, ni seres-en-relación, ni co-existentes; tomemos de Unamuno ese término tan poético, tan cercano, tan compasivo y humano: hermanos.

Hasta aquí mi intento por relacionar algunas ideas de Unamuno y de Frankl.  Espero se hayan asombrado, como yo, al encontrar algunas que son extremadamente similares.  Aún hay mucho más por desmenuzar y entretejer; como la relación de ambos con ese ser inefable e indefinible que es Dios (“Porque Dios es indefinible.  Querer definir a Dios es pretender limitarlo en nuestra mente; matarlo. En cuanto tratamos de definirlo, nos surge la nada.” Unamuno: op. cit) pero que no deja de ser personal, como el Dios “creado y creído” de Unamuno, y el “interlocutor de los diálogos más íntimos” de Frankl.… pero eso será en otro momento, este ensayo ya está amenazando con convertírseme en una tesis.  Invito, a quien le interese, a leer a Unamuno y a sacar sus propias conclusiones.

Para mí fue una delicia leerlo, porque se dirige personalmente a nosotros, en su peculiar y cordial estilo “unamuniano” y además en nuestro idioma, castellano, lo cual hace que la profundidad y los significados de sus palabras lleguen directamente a nosotros, de manera comprensible y poética, sin ser ultrajados por la traducción.  De cierta manera podemos sentirnos mejor identificados con él por esto.

Conclusiones en torno a la muerte de Unamuno

El 31 de diciembre de 1936, encuentra a su perenne amiga-enemiga, la muerte. Se nos murió Unamuno.

De él escribió Antonio Machado en 1938:

“De quienes ignoran que el haberse apagado la voz de Unamuno es algo con proporciones de catástrofe nacional, habría que decir: ¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que han perdido!”5  Y a esto le añadiría yo…. Logoterapeutas, terapeutas existenciales, filósofos y hombres todos, de carne y hueso, si no conocen a Unamuno, ¡no saben de lo que se han perdido!

Finalmente después de una incansable lucha entre razón y fe, Unamuno acepta la duda, el misterio y busca la verdad en la Vida:

“Y en cuanto a la verdad, la verdad verdadera, lo que es independientemente de nosotros, fuera de nuestra lógica y nuestra cardiaca, de eso ¿quién sabe?”

“Mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio”.

“Ante este terrible misterio de la inmortalidad el hombre adopta distintas actitudes y busca por varios modos consolarse de haber nacido.”

¡Hermosa idea aquella de “buscar consolarse de haber nacido”! ¿No será esto lo que nos convierte en hombres en busca de sentido?  ¿No es esto lo que despierta nuestra férrea voluntad de sentido, esa, la más poderosa motivación para actuar y vivir?  ¿No es esa falta de respuestas contundentes la que nos hace construir el sentido de nuestra misteriosa vida? ¿No es la muerte misma la que nos confronta, nos responsabiliza y nos hace luchar por tener una vida significativa y trascendente?

En su intento por crear su inmortalidad Unamuno escribió y fue fecundo:

“Tremenda pasión esa de que nuestra memoria sobreviva por encima del olvido de los demás si es posible.”

“Y este erostratismo, ¿qué es en el fondo, sino ansia de inmortalidad, ya que no de sustancia y bulto, al menos de nombre y sombra?”

“¿Orgullo querer dejar nombre imborrable? ¿Orgullo?…  Ni esto es orgullo, sino terror a la nada.  Queremos salvar nuestra memoria, siquiera nuestra memoria.”  (Unamuno: op.cit)

Y Frankl nos dice: “El hombre elige constantemente entre la gran masa de las posibilidades presentes, ¿a cuál de ellas hay que condenar a no ser y cuál de ellas debe realizarse? ¿Qué elección será una realización imperecedera, una huella inmortal en la arena del tiempo?  En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cual será el monumento de su existencia.” (Frankl: El hombre en busca de sentido).

Yo le diría a Unamuno que logró su objetivo.  En ese compartirse humanamente a través de la escritura (aunque de sus escritos confiese lo siguiente: “quemamos nuestra dicha para legar nuestro nombre […] aquí me tienes tragándome mis penas, procurando llamar la atención”…) logró lo que tanto nos incitó a hacer: “debemos esforzarnos por sellar a los demás con nuestro sello”.  Y así logró salvar su memoria (al menos conmigo), y dejó su huella inmortal en la arena del tiempo.

Porque además “nada se pierde, nada pasa del todo, pues todo se perpetúa de una manera o de otra, y todo, luego de pasar por el tiempo, vuelve a la eternidad.” (Unamuno: op.cit).  O con palabras de Frankl: “Nada de lo que fue puede dejar de haber sido, nada de lo creado o producido se puede erradicar del mundo.  Nada se ha perdido irremediablemente en el pasado: todo está guardado imperecederamente en él.” (Frankl: El hombre doliente).

Y frente a la angustia de dejar de ser, frente a ese terror a la nada, podemos al menos asegurarnos de que la mejor manera de perseverar en nuestro ser es haber sido.

 

……………………………………………………………………………………………………………………………

Sin duda, y lo reitero, sin duda, (¡y qué alivio después de tanta incertidumbre!) nos encontraremos en el consultorio con hombres que viven crisis de fe, angustia de muerte, o luchan por intentar conciliar razón y sentimientos. Hombres agonistas.  Lo afirmo porque yo fui un potencial paciente así.  La primera vez que osé tomar el teléfono para hacer una cita con un terapeuta en busca de “ayuda”, “claridad,” “liberación” o “consuelo,” fueron estos mis temas, mis síntomas, los conflictos que me acongojaban, y de los que ingenuamente pretendía “curarme.” Nunca acudí a la cita, no hizo falta porque elegí profundizar en el estudio de la Logoterapia.  Pero antes de la Logoterapia, estuvo Unamuno.   (En sentido estricto y en mi historia personal).

Y  tomo al hombre de Unamuno, para enriquecer mi postura filosófica, desde la cual me aproximaré al otro cuando entre a mi consultorio:

“…hombres, hombres de carne y hueso, hombres que nacen, sufren, y aunque no quieran morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no sólo medios, hombres que han de ser lo que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos la felicidad.” (Unamuno: op. cit.)  Siendo logoterapeuta,  corregiría sólo la última parte diciendo “hombres, en fin, que buscan un motivo y la realización de valores para ser felices: sentido.”

Y entonces recuerdo la bella frase de Max Scheler, parafraseada por Frankl:  “Mirando al faro nos orientaremos.”   Y con el faro de Unamuno podemos orientarnos para entrar con profundidad y honestidad a los aspectos trágicos de la vida, para reflexionar sobre ellos y aprender a vivir con ellos, solos, o en el encuentro con nuestros “hermanos”.

 

BIBLIOGRAFÍA:

Fabry B. Joseph (2006). Señales del camino hacia el sentido, Ediciones LAG, México.

Frankl, Viktor E. (1994). El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona.

Frankl, Viktor E. (1997). Psicoanálisis y existencialismo. De la psicoterapia a la logoterapia, Fondo de Cultura Económica, México

Frankl, Viktor E. (2003). El hombre doliente, Herder, Barcelona.

Frankl, Viktor E. (2007). Fundamentos y aplicaciones de la Logoterapia, San Pablo, Buenos Aires.

Unamuno, Miguel de (1982). Del sentimiento trágico de la vida, Colección Austral, México.

Unikel, Alejandro (2010). Material de estudio de la materia “La visión existencial y su relación con Frankl.” SMAEL.


1 El título original es “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos”, pues España vivía una crisis moral, política y social, y a Unamuno le preocupaba el futuro de su país ante el mundo moderno.  Frente a la inminente “europeización” de España, su ideal era más bien el de “españolizar a Europa,” rescatando el sentido de identidad española.

2 De la insistencia en afirmar el yo nace la certidumbre de que soy yo lo que realmente existe: “¡Yo, yo, yo, siempre yo! —dirá algún lector—; ¿y quién eres tú?… Para el universo, nada; para mí, todo.  Yo, el existente concreto, soy todo para mí, aunque al universo no le interese —el universo, que sólo tiene sentido en función de mí mismo.” (Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida).

3 Como todos, Unamuno también tuvo a sus maestros y a sus guías o “terapeutas filosóficos”.  En 1897 vive una profunda crisis religiosa y busca en Soren Kierkegaard, William James (1842-1910), filósofo y psicólogo estadounidense, y Henri Bergson (1859-1941) filósofo y escritor francés, entre otros, vías de salida a su crisis.  Me he aventurado a investigar someramente sobre James y Bergson para encontrarme con la grata sorpresa de que también tienen ideas importantes que convergen con el pensamiento de Frankl y la Logoterapia.  Quizás esto sea tema para otro artículo.

4 jaserrano.nom.es/unamuno/Unamuno.html

5 jaserrano.nom.es/unamuno/Unamuno.html

 

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4 comentarios

  1. querida M… es una agradable sorpresa encontrar letras tuyas de este lado del mundo, gracias por tu compartir tus descubrimientos y reflexiones que enriquezcan la logt analitico existencial!

  2. Ciertamente hay varios puntos en común entre algunos aspectos de la filosofía Existencialista y la Logoterapia, sin embargo la función práctica de la segunda es, creo, la que da cuerpo y abre las posibilidades del diálogo y la resolución, asuntos no siempre del interés de los existencialistas, ni de los filósofos como regla general.
    Muy interesante!

    Alexandra Lobato

  3. Conmovedor… ciertamente en el binomio del pensar-sentir hago conciencia, de ahí descubro el sentido!!

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