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Logoterapia en cárceles. Extracto del libro de Lucía Copello.

Logoterapia en cárceles. Extracto del libro de Lucía Copello.

Lucía Copello
Editorial San Pablo

Extractos del libro. Te presentamos un pequeño extracto de la valiosa obra de la Dra. Lucía Copello quien ha dedicado años a aportar sentido a las personas privadas de la libertad.

Transcrito por Roxana Villa Michel.

 

 

 

 

Psicología de un campo de concentración.

Tres fases psicológicas: cabe distinguir en las relaciones observadas en los individuos recluidos en los campos de concentración: la fase de su entrada en el campo, la de su verdadera vida en él y la que sigue luego de su liberación.

La primera fase se caracteriza por el llamado choque de entrada, una forma de reacción a un medio no habitual, donde el preso recién ingresado en el campo traza una raya debajo de su vida anterior. Frente a la amenaza constante contra su vida, algunos deciden lanzarse contra la alambrada o intentan suicidarse de otro modo.

La segunda fase se caracteriza por la apatía, aquello que antes conmovía al preso rebota a partir de ahora contra una especie de coraza protectora. La vida afectiva va descendiendo hasta un bajísimo nivel, los intereses del hombre se concentran en las necesidades elementales y más apremiantes. Su aspiración máxima y cotidiana era sobrevivir un día más. El primitivismo de su vida interior encuentra su expresión característica en los sueños típicos de los presos, la mayoría soñaban con pan, cigarrillos y con un buen baño caliente. La gran mayoría de los presos padecía de mala alimentación, de insomnios o de falta de sueño. La mala alimentación hace a los hombres apáticos, y la falta crónica de sueño los torna irritables. Estos factores pueden ayudarnos a explicar cuáles eran las bases fisiológicas sobre las que se explicaban los constantes cambios de carácter de los presos. Además, hay un factor psicológico para tener en cuenta, que es la presencia de cierto complejo de inferioridad que la mayoría de los presos padecía; casi todos ellos habían sido “alguien” en la vida, fuera del campo de concentración y, ahora, eran tan sólo un número. El preso tenía la libertad de optar “por” o “contra” la influencia del medio en el que vivía. No cabe duda de que existieron, en los campos de concentración, presos que supieron dominar su irritabilidad y apatía, recorriendo las barracas de los campos con palabras de consuelo y despidiéndose de su último bocado de pan que tenían para entregárselo a algún compañero. La incertidumbre reinaba en el campo en dos aspectos: por un lado, en relación con las condiciones reinantes en él y, por otro lado, incertidumbre en cuanto al fin: nadie sabía cuánto tiempo pasaría allí, lo cual llevaba al preso a presumir que su vida carecía de futuro. Ningún razonamiento era capaz de sacarlos de su constante apatía, nada les intimidaba: ni los más terribles castigos; eran seres embotados e indiferentes: todo les daba igual.

La tercera fase es la que se desarrolla en la post liberación; el preso requiere ciertos cuidados psíquicos. A súbita salida que descarga, de pronto, al hombre de la presión psíquica representa un peligro evidente. No cree en la realidad que lo rodea; sigue sintiéndose dominado por un sentimiento de despersonalización. Debe aprender de nuevo a vivir y disfrutar de la vida. Ni él mismo llega a comprender cómo pudo sobrevivir a su reclusión, se siente ahora dominado por la sensación de que, después de lo que ha vivido, no necesita temer a nada en el mundo, fuera, tal vez, de su Dios.

La vigencia de Auschwitz.

Considero que los fragmentos elegidos y citados en el e punto II y el resumen de las tres fases, desarrolladas en el punto anterior, brindan la posibilidad de arrimarnos a la experiencia de un prisionero de un campo de concentración. Podemos observar las reacciones psicológicas que fueron surgiendo y cómo vivenciaban su nueva condición.

Intentaré, con el fin de aproximarnos a la realidad del prisionero en la actualidad, hacer un análisis de las relaciones análogas entre el preso carcelario y el preso del campo de concentración. Si bien partimos de dos situaciones diferentes, es factible detectar, en ellas, características comunes.

Antes de comenzar con el análisis propuesto, es preciso efectuar la siguiente aclaración para la lectura del análisis posterior. Cuando utilizo el término “preso”, me refiero al individuo privado de libertad (sea preso de un campo de concentración o preso carcelario). En aquellos casos en los que pretendo diferenciar la situación concreta del preso, empleo las expresiones “preso de un campo de concentración” (para aquellos individuos privados de libertad en un campo de concentración) o “preso carcelario y/o presidiario y/o recluso” (para aquellos sujetos privados de su libertad en una cárcel de la actualidad).

Contexto histórico social: En este aspecto, se confrontan dos realidades completamente dispares: la experiencia del campo de concentración, a la cual alude Frankl, se desarrolló en el contexto de la segunda guerra mundial; mientras que la sociedad argentina atraviesa, hoy, una circunstancia política de democracia. Considero importante señalar, como punto convergente, sentimientos en común que surgen en los individuos que viven en estas dos realidades distintas. En nuestro país, como fruto de la crisis económico-social imperante, estamos expuestos a diversos factores límite que generan sentimientos de angustia, miedo, temor, susto, desconfianza, pánico, desesperación, resignación, inseguridad, dolor e impotencia. Sentimientos también presentes en los individuos que subsistieron en un clima de guerra (con opuesto tinte cualitativo).

Voluntad-libertad-responsabilidad-culpa: No podemos discutir la ausencia de voluntad-libertad-responsabilidad y culpa en la experiencia del individuo prisionero en un campo de concentración.

Ahora bien, en el caso del prisionero carcelario, la condición no es la misma. Un individuo llega a prisión, en general, como consecuencia de una mala elección, por haber realizado un acto que atenta contra las normas que rigen la vida comunitaria de la sociedad.

Por definición, sabemos que, en el acto humano, participan el conocimiento intelectual y la voluntad libre. La voluntad y la inteligencia son facultades espirituales del hombre; si bien pueden estar condicionadas por diferentes factores o situaciones psicológicas, sociales o culturales, nunca serán anuladas o determinadas únicamente por una causa externa, quitándole, así, responsabilidad al individuo que ejerce un acto.

Al elegir, uno elabora una valoración interna y puede discernir si el acto es bueno o malo. Si bien cada situación delictiva es particular, debido a que el autor de hecho posee características biológicas-psicológicas-sociales y culturales únicas, no podemos negar, en mayor o menor medida, cierto grado de voluntad, libertad, responsabilidad y culpa en el acto que realiza.

Limitaciones en actividades cotidianas: Éste es otro punto donde encontramos similitudes.

La persona que, por una u otra razón, es privada de su libertad ya no goza de posibilidad de desarrollar infinita cantidad de actividades que cualquier sujeto cumple puertas afuera del lugar físico donde habita. En ambas experiencias de ser prisionero el individuo deja de tener la posibilidad de continuar con su vida social, familiar y laboral (en el caso de que tuviera trabajo antes de ingresar a la cárcel). La añoranza de todo lo perdido se vuelve una constante en el pensamiento del preso.

Se observa, entonces, cierta similitud en función de la reducción cuantitativa y cualitativa de actividades que los individuos pueden llevar a cabo estando presos; siempre estableciendo una diferencia entre las tareas asignadas al preso en un campo de concentración y las que puede realizar cualquier individuo dentro de la cárcel en la actualidad. Aquí se distinguen las diferencias, más que nada cualitativas, primando, en los campos de concentración, actividades humillantes acompañadas de un gran sufrimiento físico y moral.

Libertad interior: Frankl ha planteado que, sólo limitadamente, el hombre es ilimitadamente libre. Si bien no podemos negar que el ámbito carcelario impone un contexto condicionante en el estilo y forma de vida del recluso; es importante señalar que es una facultad y un privilegio, por más adversas que sean las condiciones, libertad interior que posee siempre el hombre para oponerse a todo aquello que le toque enfrentar y para poder elegir cómo vivir la situación en la que se encuentra. La aceptación de esta permanente libertad interior implica reconocer y hacerse cargo de esta facultad de manera responsable, es decir, hacerse responsable de la propia vida.

Por este motivo, entre de los individuos recluidos en el campo de concentración, se suscitan diferentes destinos. Excluyendo del análisis a aquellos presos asesinados en las cámaras de gas o de alguna otra manera, se perciben distintas actitudes en los prisioneros restantes. Por un lado, están aquellos que no pudieron hacerse cargo ni de su libertad interior ni de la responsabilidad por su propia vida e intentaron liberarse del espanto, ya sea: dejándose morir de hambre o buscando alguna forma de suicidarse. Por otro lado, un grupo de prisioneros, entre ellos Frankl, optó por sobrevivir oponiendo al espanto la esperanza.

Debido al escaso material bibliográfico publicado en relación con la experiencia del ser prisionero y ante la dificultad de poder ingresar en el ámbito carcelario para realizar estudios de campo, no me es factible confeccionar un análisis minucioso respecto a cuál sería la actitud del recluso frente a su libertad interior. Sin embargo, a partir del material leído y la entrevista a un psicólogo logoterapeuta que trabajó en la cárcel de Batán puedo inferir que, en la actualidad carcelaria, acontece algo similar a las actitudes de los prisioneros de los campos de concentración: algunos se dejan vencer y toman una postura de resignación ante lo que les toca vivir; y otros asumen su realidad de ser prisionero y conservan su libertad interior desplegando su capacidad humana de elevarse por encima de su aparente destino.

Coraza protectora: Una forma gráfica de comprender las reacciones emocionales que el individuo preso manifiesta es imaginarnos que desarrolla una coraza protectora o un caparazón protector como forma de aislar el impacto que pueden causarle las condiciones en las que vive y las diferentes situaciones a las que está expuesto en su cotidianeidad carcelaria. Podríamos pensar que el caparazón protector se manifiesta como una reacción defensiva que colabora a que se muestre ausente de sentimientos y hasta con cierta insensibilidad frente a lo que padece.

David Viscott, en su libro El lenguaje de los sentimientos, explica que los sentimientos representan nuestra reacción frente a lo que percibimos, nos dicen si lo que experimentamos es amenazador, doloroso, lamentable, triste o regocijante. Cuando perdemos el contacto con nuestros sentimientos, perdemos, a la vez, el contacto con nuestras cualidades más humanas, ya que el lenguaje de los sentimientos es el medio por el cual nos relacionamos con nosotros mismos; cuando el intelecto y el razonamiento pierden contacto con los sentimientos, se abre camino para los actos inhumanos y destructivos.

Es entendible, entonces, esta reacción evitativa del preso frente a sus propios sentimientos. La experiencia de ser prisionero es dolorosa, y como reacción natural del hombre frente al dolor, el preso se protege evitando comunicarse con lo que verdaderamente siente. De este modo, corre el riesgo de perder contacto con las cualidades más humanas, adoptando un estilo de vida más primitivo y generando una incapacidad de reacción emocional frente a aquello que acontece.

Violencia: la mayoría de los prisioneros manifiestan un alto nivel de violencia. En los presos del campo de concentración, podríamos explicarlo como una posible respuesta al incremento tensional que experimentarían como consecuencia directa de la escena diaria de golpes, de recibir maltratos físicos y verbales, de lindar con la muerte, observar la matanza de compañeros, en fin, situaciones todas que, de por sí, encierran muchísima violencia.

En la actualidad, la violencia también está presente en los presos carcelarios, ligada a la característica de desarrollar un caparazón protector que, como dije anteriormente, colabora a que el individuo genere un estilo de vida más primitivo; además de relacionarse directamente con el tipo de trato que reciben ya sea del personal penitenciario o de los propios compañeros de prisión.

Sexualidad: Frankl menciona que el grado de perversión sexual era mínimo en el campo de concentración; adjudica esta realidad a que el “deseo sexual brillaba por su ausencia”, ya que la mayor preocupación de satisfacción instintiva era el satisfacer la necesidad básica de comida.

En la actualidad, sabemos que esto no es así, cada día las noticias nos ponen en contacto con distintos casos de violaciones, y el número de denuncias por abuso y violación va en aumento. Dentro de las cárceles, también se registran casos de violación entre los propios prisioneros. La sexualidad pervertida constituye un rasgo muy común entre algunos integrantes del ámbito carcelario.

Escala valorativa y baja autoestima: Influidos por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad humana, el prisionero del campo de concentración perdía el sentimiento propio de individualidad, sufriendo algún tipo de complejo de inferioridad, sintiendo que dejaba de ser “alguien” para pasar a ser “algo”, un número, uno más entre tantos otros prisioneros. El carácter del hombre se veía envuelto en un torbellino mental que llegaba a amenazar y desconfiar de la escala valorativa que hasta entonces poseía el individuo.

Este sentimiento de baja autoestima y el de dudar de la propia escala valorativa también lo experimenta el presidiario. La falta de reconocimiento al valor de la vida y la dignidad del preso sigue manteniéndose vigente en el ámbito penitenciario actual. Esto está demostrado, entre tantos otros aspectos, por la falta de interés hacia este sector de la sociedad manifestado en las condiciones en las que viven (infraestructura y condiciones edilicias, alimentación y medicación, etc.), en el trato que reciben (del personal que los vigila, asistencia legal, social y psicológica), en la falta de preocupación en la sociedad por brindar herramientas de ayuda para poder lograr una efectiva rehabilitación e inserción en el ámbito laboral, una vez que salgan de la cárcel.

Personalmente, considero que el sistema penitenciario carece de efectividad, ya que la función rehabilitadora y de reinserción social es escasa, por no decir nula. La alteración en la escala valorativa y la baja autoestima son valores perjudiciales no sólo para el individuo que las padece, sino también para la sociedad con la que convivirá cuando cumpla su condena.

Experiencia condicionante: Podemos hacer mención de diversos tipos de condicionamiento que surgen en el individuo, fruto de la experiencia de ser prisionero. Por un lado, el condicionamiento psicológico, que será de diferente grado en cada individuo. Según el impacto que causen, en su psiquismo, las experiencias vividas durante la privación de su libertad.

También podemos hablar de un condicionamiento social: la sociedad actual, por lo general, margina a todo aquél que haya estado en la cárcel. Las posibilidades de reinserción social y laboral son mínimas; y esto el individuo lo sabe desde que entra en la cárcel. Lamentablemente, esta es una realidad social, y hay que trabajar mucho para que pueda cambiar. En primer lugar, brindándole, al preso, herramientas que lo ayuden a modificar sus conductas anteriores y que le faciliten la reinserción en la sociedad. En segundo lugar, tratando de eliminar los prejuicios que se mantienen en relación con la gente presa.

El después: En la tercera fase psicológica que experimenta un prisionero de un campo de concentración, llamada “después de la liberación”, Frankl señala que, desde el punto de vista psicológico, lo que les sucedía a los prisioneros liberados podría denominarse “despersonalización”. Debían reanudar su vida, lo cual implica todo un proceso de reaprendizaje.

Algunos, los prisioneros de naturaleza más primitiva, no pudieron escapar de las influencias de brutalidad a las que habían estado expuestos y, al verse libres, consideraron que podían hacer uso de su libertad licenciosa, sin sujetarse a ninguna norma. En vez de ser oprimidos, se convirtieron en opresores. Nada más cercano a nuestra realidad.

Lamentablemente, lo experimentado por algunos de los prisioneros sobrevivientes de los campos de concentración es lo que experimentan la mayoría de los delincuentes de nuestra sociedad. La reincidencia en la delincuencia es una realidad que no podemos negar, como tampoco podemos dejar de mencionar que los métodos delictivos están alcanzando características impensadas, con daños cada vez más graves.

La diferencia que me gustaría plantear en este punto es que, en el caso de los prisioneros de un campo de concentración, debido a la tensión mental tan tremenda a la que estuvieron expuestos, sería acertado pensar en la necesidad de asistencia psicológica, tras haber vivido en un campo de concentración. Ahora bien, sin negar los beneficios de una labor terapéutica posterior, considero que, en la realidad carcelaria actual, sería de mayor efectividad preocuparnos por trabajar con el individuo, mientras dure su estadía en prisión; además de implementar programas preventivos con alcances en todos los niveles de la sociedad.

El análisis realizado nos permite obtener una aproximación a las características del ser prisionero, es decir, cuál es su realidad existencial, y desarrollar una propuesta de trabajo en el ámbito carcelario, desde un marco logoterapéutico, con el fin de optimizar la calidad de vida del individuo, brindándole la posibilidad de aprender a valorar la experiencia de “permanecer” en la cárcel y a dignificar su vida, a pesar de lo que le toca vivir.

FRAGMENTO DE PROYECTO DE TRABAJO.

En este capítulo, propondré un plan de trabajo desde el marco logoterapéutico, para aplicar en el ámbito carcelario. En primer lugar, enumeraré los objetivos generales del trabajo, en segundo lugar, caracterizaré las metas por alcanzar para lograr dichos objetivos y, por último, especificaré, desde la problemática carcelaria, qué aspectos y temas son necesarios abordar y desarrollar para conseguir los objetivos propuestos. Además, incluiré aspectos importantes sobre la metodología empleada.

Objetivos Generales.

-Optimizar la calidad de vida del individuo, brindándole la posibilidad de aprender a valorar la experiencia de “permanecer” en la cárcel como una oportunidad de crecimiento y maduración personal.

-Trabajar en la posibilidad de que descubra el sentido da la experiencia de ser prisionero.

-Elaborar con los prisioneros conceptos logoterapeuticos tales como: libertad, voluntad de sentido, responsabilidad, culpa, amistad, situación límite, existencia de valores, suprasentido, sentido de la vida, sentido del dolor y sentido del trabajo, entre otros, con el objetivo de brindarles instrumentos que enriquezcan su personalidad, colaboren con su rehumanización y les faciliten, el día de mañana, la reinserción en la sociedad.

-Defender la vida y la dignidad humana bajo cualquier circunstancia o condición de vida.

Metas por alcanzar para lograr los objetivos generales.

-Facilitar en el prisionero los procesos de autoconciencia y darse cuenta de su modo de ser en el mundo. Que puede concientizarse de las consecuencias de su modo de ser en el mundo.

-Trabajar con el prisionero en la apertura de la conciencia, de manera tal, que pueda descubrir la posibilidad de hallar un sentido a su vida, en la experiencia de estar prisionero.

-Que el individuo sea consciente de que el fundamento esencial de su vida es tomar la responsabilidad de hacerse cargo de su propia existencia, que asuma la tarea de conducir su propia vida.

-Procurar descubrir, en los diferentes condicionamientos y padecimientos (biológicos, psicológicos y sociales), la dimensión existencial-espiritual por la cual la persona adquiere actitud ante su situación personal.

Que el prisionero aprenda que, por su autotrascendencia natural puede ir de su dimensión somática y psíquica a la dimensión más específicamente humana, que es la noética, espiritual. Darle a conocer que esta dimensión existencial-espiritual no se ve afectada, cuando un padecimiento avasalla a la persona hasta producir el desmoronamiento de sus dimensiones somática y psicológica. La persona profunda no enferma y, en cambio, puede ofrecer, ante el padecimiento, la fuerza opositora y resistente del espíritu (antagonismo psiconoético).

-Promover el descubrimiento de las dimensiones: libertad, responsabilidad y posibilidad de realizar valores.

-Que el prisionero pueda vislumbrar un horizonte amplio (por qué vivir, para qué o para quién vivir: el ser y el que hacer en la vida como elementos básicos9 en el que pueda realizar valores de creación, de experiencia o actitud, como respuesta a las preguntas concretas de la vida.

-Que el prisionero entienda que su ubicación en el tiempo le proporciona la posibilidad de una integración en el presente, del valor del pasado y del valor potencial del futuro como generador de acciones llenas de sentido y valor.

-Favorecer la libre y fluida expresión del proceso, dado que el punto de partida es asumir que la persona ha de hacerse responsable de su existencia por medio de opciones libres.

-Fomentar, en el individuo, la autoexploración para detectar sus capacidades latentes y las posibilidades de opción.

Aspectos puntuales para trabajar desde la problemática carcelaria.

Dijo Goethe: Si tomamos al hombre simplemente como es, lo hacemos peor; pero si lo tomamos como debe de ser, hacemos de él lo que puede llegar a ser. Esta frase debe ser tomada como punto de partida para planificar y encarar el trabajo en el ámbito carcelario; debemos procurar, entre tantas otras cosas, que la tarea logoterapéutica conduzca a rescatar la humanidad del individuo prisionero. Los temas que se abordarán son:

-Concepto de hombre y necesidad de rehumanizarse: averiguar qué idea de persona conciben, ayudarlos a elaborar una nueva mirada del hombre, condicionado, pero nunca determinado (trabajar sobre la idea de hombre bio-psico-socio-espiritual que la logoterapia defiende, haciéndoles conocer sus características y potencialidades). Descubrir el valor que cada uno de ellos tiene, trabajar aspectos referentes a la dignidad humana, indagando sobre cuál es el deber ser que está orientado al ser. Trabajar la autoestima; están más sanos de lo que creen, pueden alcanzar más logros de los que se imaginan. Otorgarle a la “dimensión espiritual” un valor fundamental, ya que, con base en esta dimensión espiritual, la persona desarrollará su capacidad para hallar las posibilidades de sentido, reconocerlas y actuar. Esto le permitirá responder, día a día, a su realidad.

-La responsabilidad: la demora en las sanciones de las penas disminuye la toma de conciencia, por parte del prisionero, de la gravedad y la responsabilidad ante el delito cometido. Se deberá fomentar la conciencia de responsabilidad del preso, que pueda asumir la propia responsabilidad de estar prisionero, restándole “culpa” al ambiente, reconociendo que es consecuencia de una mala elección que hizo. Trabajar la posibilidad de reelegir otras modalidades de actuar y de ser. Trabajar para provocar en la persona el deseo de libertad hacia una decisión propia, tratar de hacer consciente al hombre de su responsabilidad para la creación de su propia vida. Es preciso modificar la actitud que pretende situar, fuera de uno mismo, las razones y las capacidades para cambiar la propia situación actual y futura.

Fomentar la conciencia de responsabilidad del prisionero: Responsabilidad entendida como habilidad para responder, para responder conscientemente. Todo hombre debe responder de sus actos, no porque esté obligado a ello, sino porque son las consecuencias de lo que decidió, de lo que eligió hacer. El apropiado uso de la libertad presupone reconocerla para poder posteriormente asumir la propia responsabilidad, el compromiso con una acción, con una causa o con una persona, en la respuesta libremente aceptada. Somos responsables no sólo de algo, sino también ante algo, y este algo es la conciencia, antes que nada, porque debemos decidirnos ante ella, y en ésta se contiene la posibilidad de ser bueno o malo, delincuente o no.

La culpa: cambiar la connotación negativa de la culpa, darle una mirada positiva, como un “despertador” para modificar actitudes. Reflexionar sobre el ser prisionero, ¿por qué están ahí?; poder reparar las acciones que uno hace de lo que uno es, es decir, diferenciar las acciones de haber cometido un delito con el “ser” delincuentes. El haber cometido uno o varios delitos no los convierte en delincuentes de por vida, tienen la oportunidad de ser de otra manera. Una elección o decisión (equivocada), en el pasado, no determina, de forma fatalista, el futuro.

El hombre, reconociendo los errores (sentimiento de culpa y reparación) aprende para el futuro, re-decide de forma adecuada y significativa. Elegir entre las diferentes posibilidades, en el aquí y ahora, constituye un acto de responsabilización. Si el prisionero se des-responsabiliza, elimina la posibilidad de sentir culpa, lo cual hace que, en la mayoría de los casos, esa culpa sea proyectada al exterior y la diluya en aquello en lo que fue proyectado (sociedad, gobierno, ellos son los culpables). Este proceso elimina uno de los motores más fuertes de la motivación para lograr un cambio de actitud: La culpa real. Es la culpa la que lleva al individuo a replantearse un cambio, a realizar una nueva acción.

Es importante trabajar con el prisionero sobre su capacidad de elección y de responsabilidad sobre las consecuencias que su conducta acarrea, además, es importante concienciar en que no hay que temer la aparición de sentimientos de culpa, puesto que presuponen un motor importante de motivación para el cambio.

“El permanecer”: aprender a valorar la experiencia de permanecer en la cárcel como una oportunidad de crecimiento y de maduración personal. Que esta experiencia límite de sufrimiento colabore con su humanización, actuando como “maestro” que le brinda la ocasión de crear valores de actitud. Ofrecerle la posibilidad de superarse a sí mismo introduciendo en su realidad ideales, valores, aspiraciones y la posibilidad de que su vida tenga un sentido en cualquier circunstancia, incluso la más desesperada. El significado será personal y concreto en cada momento. Asimismo, será necesario profundizar el significado de la prisión en su vida: antes, durante y después. Esto podrá colaborar para que el prisionero tome conciencia de sus aspiraciones y objetivos (situaciones en el futuro) se van construyendo, poco a poco, sobre la base de las decisiones que va tomando en el presente.

Redescubrir capacidades latentes: traer a la luz aquellos aspectos valorativos positivos, a partir de los cuales se intentará conseguir, en el prisionero, la recuperación de la autoconfianza y la mejora de su estima personal. Si el prisionero mejora, en su autoconfianza y en su autoestima, podrá tomar una actitud resiliente ante lo que le toca vivir, ya que contará con facultades para sobreponerse a la situación adversa que padece. Otros factores que contribuyen a que un individuo genere una actitud resiliente son el sentido del humor, la creatividad, la iniciativa y la capacidad de averiguar el sentido y el significado en cuanto ocurre en su vida. Sobre estos factores también se deberá trabajar con el prisionero.

El valor de la vida: defender la vida bajo cualquier condición. Se debe trabajar con el prisionero sobre el valor que le da a la vida, logrando que la defienda ante cualquier circunstancia: “Si a la vida a pesar de todo”.

Nietzsche afirmó: Sólo quien tiene un por qué vivir soporta casi cualquier cómo hacerlo. Debemos comprender que la vida de un individuo se realiza amando, trabajando y también sufriendo; cada individuo va tejiendo su historia, de manera única e insustituible. Esta peculiaridad personal y única de cada uno es el factor decisivo para encontrar nuestro sentido en los distintos momentos que se suceden en nuestra vida. Sentir que la vida es para algo y que, por tanto, debe hacerse algo. Si se vivencia que la vida es para algo, se sobreentiende que ese accionar siempre debe ser trascendente.

Libertad incondicionada: libertad de la voluntad, el hombre es sustancialmente libre, posee libertad interior de elegir qué actitud tomar ante los errores, sufrimientos y limitaciones. No se refiere, pues, a la libertad de condicionamientos (biológicos, psicológicos, sociales), de la cual nadie está exento, si no a la libertad para tomar una actitud o posición frente a los condicionamientos existentes. ¿Privados de libertad? De forma parcial, la libertad interna permanece siempre. El hombre es capaz de responder libremente a las condiciones puestas por el destino.

Fomentar la conciencia de que, en todas las situaciones, existirán diversas posibilidades de elección. “El hombre es lo que decide ser”, aquí observando la importancia la decisión del individuo en cuanto a los condicionamientos que lo rodean, es decir, el hombre, dentro de sus limitaciones, es libre para elegir respecto a su comportamiento, actitud, actividades y vivencias. Libertad que, además, le permite transformarse, elegir no sólo la clase de persona que está siendo, sino también la clase de persona que puede llegar a ser. Resulta esencial presentarles a los prisioneros los alcances del ejercicio de su libertad y su contraparte que es la responsabilidad.

Voluntad de sentido: El hombre está movido por la posibilidad de encontrar sentido de su existencia, es una motivación especial, es un motor, una necesidad innata del ser humano de encontrar y realizar un sentido, y un fin en su vida; su cumplimiento da la persona paz, plenitud y felicidad. El carecer de voluntad de sentido puede provocar, en el individuo, la sensación de una vida sin objetivos, incentivos y obligaciones; sentirse agobiado, atrapado, sometido irremediablemente a circunstancias que sobrepasan sus posibilidades. Trabajar este aspecto colaboraría a que el prisionero aprenda a encontrar satisfacciones en todas las áreas que emprenda, evitando, así, que intente alcanzar la felicidad a través de medios equivocados. En la medida en que un individuo se preocupe del placer como fin, pierde lo significativo de aquello que realiza, obteniendo gratificación y placer de forma parcial y temporaria. La voluntad de sentido no se puede expresar, pero requiere de la conciencia y de los valores para darse.

Realizar valores: orientadores del deber ser, el “norte” de la existencia. Dignifican al hombre. Al hombre no le conviene vivir según un “sistema de valores piramidal”, ya que si el individuo vive ese valor tan grande que casi es único (por ejemplo: salir de la cárcel), al perderlo o no conseguirlo, puede perder el sentido de su vida y entrar en un vacío y desesperación. Además, un sistema de valores piramidal llevaría a la no comunicación con quien no posee el mismo valor y se caería en la intolerancia y en el fanatismo. Por esto, es bueno trabajar con el prisionero en la construcción de un sistema de valores paralelo, llevando al mismo nivel más valores significativos, ya que, así, aunque se pierda un valor o se dificulte alcanzarlo, se tiene la posibilidad de sustituirlo o alcanzar otros.

La conciencia como recurso: la logoterapia encuentra a la conciencia como el órgano de sentido, es decir, la conciencia ayuda al hombre a descubrir el sentido de su vida. Debemos prestar atención a nuestro oído interno para escuchar nuestros sentidos y nuestra jerarquía de valores. Loa prisioneros deben tener conocimiento de que pueden apoyarse en su conciencia para percibir el sentido tras la confusión de los valores que hoy se viven. La conciencia puede intuir el significado de la situación del momento.

Autoconciencia: En toda elección se realiza la autoconciencia. Para poder realizarla, se requiere de un paso previo que es pensar. Pensar, es decir, entender que una cosa vale más que la otra. Valorar para poder elegir responsablemente aquello que optamos realizar. Pensar y valorar son dos tareas para trabajar con los prisioneros, ya que son los pasos previos a desarrollar la autoconciencia. Esto es fundamental, porque permitirá pensar la realidad para encontrar el sentido. Esta tarea de ensimismarse y reflexionar sobre el peso que ejercen las cosas constituye un privilegio de pocos. Pero hay que darlo a conocer y trabajar persistentemente en que el preso pueda realizarlo. En el pensar, y desde el pensar, pueden entrar en actividad con los componentes que conforman las manifestaciones del espíritu, como son la libertad, la responsabilidad y la conciencia.

Esperanza y confianza: Debemos forjar, en el prisionero, esperanza, entendida desde la psicoterapia como compromiso para hacer real lo que está en semilla, trabajando comprometidamente para que suceda. No como sentarse a esperar que algo llegue. Esperanza entendida como un espíritu de rebeldía ante lo aparentemente inmutable, un noble impulso hacia la vida que lleva a vencer el desaliento de los callejones sin salida que la vida misa nos impone (-Claudio García Pintos, Cita a ciegas) Encontrar en la esperanza una forma de oponerse respectivamente a los acontecimientos de la vida. Una manera de no aceptar lo actual como definitivo, aun cuando tenga apariencia de inmutabilidad. Es un noble impulso hacia la vida, un verdadero motor que acciona a favor de vivir. Es un impulso al acto, que nos lleva a vencer las situaciones que nos presentan como “callejones sin salida”. La esperanza no pretende modificar la realidad de los hechos, si no que actúa sobre el modo de asumirlos.

Nada de la realidad que nos circunda, nada de la realidad convertida en destino fatal para el hombre puede ser modificada. Sólo el hombre con su libertad, responsabilidad, su conciencia, su voluntad, con su sí incondicional a la vida puede modificarse a sí mismo.

Trabajar sobre el sentido situacional: aprovechar la experiencia para desplegar valores de actitud. Ni los valores de creación, ni los de vivencia, exigen tanta incondicionalidad como los valores de actitud. En los valores de creación, algo de nosotros damos, porque podemos dar, en los valores de vivencia, recibimos, porque tenemos la capacidad de recibir. Sólo en los valores de actitud, no damos ni recibimos, simplemente afrontamos. No por ello, los valores de creación y de vivencia no son auténticos valores.

Tiempo libre y trabajo: Sería de gran utilidad organizar la vida diaria del prisionero otorgándole, en carácter de “trabajo”, las distintas tareas que hacen a la convivencia (limpieza del lugar, de la ropa, cocina, etc.) y a sus necesidades individuales. De esta manera, podemos, por un lado, adjudicar pequeñas responsabilidades y, por otro, apelar a la conciencia del individuo para que las cumpla o no. Sería un trabajo constante de iluminación significados y posibilidades de elección. La asignación e responsabilidades permite la corrección y el señalamiento mediante la confrontación, o sea, el enfrentamiento continuo del individuo con las consecuencias de su accionar.

Además, se debería “administrar” el tiempo libre del prisionero en actividades y talleres, en donde se les enseñen, a los prisioneros, diferentes oficios de manera que puedan generar diversos productos en la cárcel para comercializarlos afuera; a la vez, este tipo de actividad serviría como estímulo y como medio de capacitación en alguna actividad u oficio que pueden llegar a realizar post vida carcelaria. Confiar en los prisioneros ofreciéndoles una oportunidad de capacitación y trabajo, siendo esta una buena oportunidad para que se hagan más conscientes de su libertad y de su responsabilidad, a la hora de encarar una tarea, en un oficio, que les abra puertas al futuro, sintiéndose dignos y productivos, dentro y fuera de la cárcel para lograr su reinserción en la sociedad, realizando valores de creación y de experiencia.

Señala el Dr. Bretones: Trabajar y trabajar. Hasta que el trabajar se convierta en tarea. Hasta que la tarea se convierta en misión. Hasta que este sentido de misión descubra en la acción nuestro deber ser. La misión termina en humanización. La tarea del hombre se convierte en el momento en el que toma conciencia de que, de alguna manera, tiene que ser co-creador del mundo.

Debemos contribuir a que el prisionero, a medida que realice diversas tareas y trabajos. Pueda ir reconociendo sus habilidades y potencialidades; y vaya integrando, en su quehacer diario, compromiso, responsabilidad, conciencia, libertad y amor en aquello que realiza.

Nada como la realización de la tarea para darse cuenta de que la vida no es algo, sino que es algo para algo. Todo empieza desde el sentido. Donde hay un sentido, objetivo y trascendente, allí se aprende a vivir de otra manera. En el tema del sentido, se da un doble proceso de aprendizaje. Se desaprende algo que ya no contribuye a humanizarnos y se aprende algo nuevo. Cuando aparece un nuevo sentido en la vida, se aprende que hay muy pocas cosas por las cuales vale la pena preocuparse. Quien vive descubriendo los sentidos circunstanciales de cada realidad tiene el mejor antídoto para defenderse de la mediocridad. Desaprender para aprender. El tema del sentido siempre es dinámico. Desde la perspectiva logoterapéutica, al “por qué” vivir, le tiene que seguir siempre el “cómo”. El “cómo” del sentido es transformador. El sentido de vida encontrado y practicado siempre hace trascender, que es lo mismo que decir: siempre humaniza más y más. Pero si humaniza, también espiritualiza, y si espiritualiza, también nos acerca más y más el deber ser.

Acción y trascendencia: Conforme a Goethe, uno puede conocerse a sí mismo no por medio de la reflexión, si no por medio de la acción. La logoterapia entiende por trascendencia aquella opción de vida libre, voluntaria y responsablemente elegida, por la cual el hombre se vale de sí mismo, no en sentido escapista, sino que sale al mundo para hacer su vida útil a alguna causa o a alguien. Podemos utilizar las diversas tareas o trabajos que el prisionero realice como una manera de ejercitar la trascendencia; que trabaje no sólo para beneficio individual, sino, además, teniendo como destinatario el bien a los demás (un compañero de prisión, su familia, etcétera).

 Internalizar normas básicas de convivencia: Incorporar pautas de comportamiento en la convivencia diaria con sus pares y en las diferentes actividades que realicen. Reducir conductas impulsivas, fomentar el desarrollo de un proceso interior de reconocimiento y expresión de los sentimientos, mediante una adecuada verbalización. Fomentar la solidaridad grupal a través de la distribución y asignación de roles y de responsabilidades para fines comunes. Fomentar la capacidad de reflexión, aumentar la tolerancia a fines comunes. Aumentar la capacidad de reflexión, aumentar la tolerancia a la espera y las frustraciones, y trabajar sobre la dificultad para reconocer las consecuencias de las propias acciones. Responder a normas disciplinarias estructuradas, permitirá la elaboración de esquemas de comportamiento individual y la conformación de un orden grupal. Podríamos pensar en que esto llevaría a que el prisionero vivencie la seguridad física y psicológica. Esto colabora en las respuestas conductuales de los prisioneros, ya que, ante un ambiente social hostil e intimidatorio, existe la tendencia a incrementar la violencia (las personalidades más agresivas) y el retraimiento (las personalidades más pasivas).

LA EXPERIENCIA DE FRANKL EN LA CÁRCEL DE SAN QUINTÍN

Si quisiéramos remontarnos al origen de la aplicación en las cárceles, tenemos que recurrir a una experiencia que vivió el autor de la logoterapia, el Dr., Frankl. En noviembre de 1964, se encontraba en San Francisco para dictar una serie de conferencias. Una de ella tuvo lugar en el penal de San Quintín. Dio la charla para todos los reclusos, inculpados, en su mayoría, de delitos graves (el presidio era para criminales de riesgo). Una vez terminada, uno de ellos se puso de pie y le sugirió que le dijera unas palabras para los reclusos alojados en la “Death Row” (la línea de la muerte), que eran los condenados a la pena de muerte y que no se les había permitido asistir al local del encuentro. Especialmente le pidió que pronunciara unas palabras al señor Mitchell, quien era el próximo en ser ejecutado. (fue el último prisionero en ser ejecutado en San Quintín). Frankl improvisó y dirigió unas palabras hacia el prisionero inspirándose en el libro de Tolstoi La muerte de Iván Ilich. En víspera de la ejecución, Mitchell le concedió una entrevista al San Francisco Chronicle, (como es habitual en estas ejecuciones, un periodista le hace un largo reportaje en el cual quedan registrados los pensamientos del prisionero, sus últimos momentos, si se arrepintió del delito, etc.).

El relato de Frankl de ese encuentro, en su libro Psicoterapia y humanismo (1982, pp. 100-102) es el siguiente:

Mañana tendré el honor de pronunciar el discurso de apertura a la Feria del Libro Austriaco. El título que he elegido es “El libro como terapéutica”. Hablaré de la curación mediante la lectura. Hablaré a mi auditorio acerca de casos en los que el libro ha cambiado la vida del lector, y de otros casos en los que un libro ha salvado su vida, evitándole el suicidio. Incluiré casos en los que se hallaban en la cárcel. Incluiré el caso de Aarón Mitchell, la última víctima de la cámara de gas en el presidio de San Quintín, junto a San Francisco. Yo dirigí la palabra a los presos, a instancias del director de la prisión. Cuando concluí, uno de ellos se levantó y me preguntó si quería decir unas cuantas palabras a Aarón Mitchell, que iba a ser ejecutado. Fue un reto que tuve que aceptar. Le referí a Mitchell mi propia experiencia en los campos de exterminio nazis, cuando vivía a la sombra de la cámara de gas. Incluso entonces, le dije, no vaciló mi convicción acerca de la incondicional plenitud de sentido a la vida, ya que, o bien la vida tiene un sentido – y entonces deberá mantenerse, aunque sobrevenga la muerte- o bien, no tiene sentido alguno, en cuyo caso, carece de interés agregarle años de prosecución de una vida absurda. “y créanme -dije-, incluso una vida que ha carecido toda ella de sentido, una vida que no ha sido sino de desolación, puede, en su último momento, aparecer dotada de sentido, si nos enfrentamos con tal situación extrema del modo adecuado”. Como ejemplo, le referí el argumento de la novela de León Tolstoi la muerte de Iván Ilich, que, como recordarán ustedes, se refiere a un hombre de unos sesenta años que, de repente, sabe que ha de morir en el plazo de un par de días. Esta certeza no sólo lo hace enfrentarse a la muerte con entereza, sino también a afrontar el hecho de que ha dilapidado su vida, de que ha estado virtualmente desprovista de sentido. Y esta toma de conciencia lo hace crecer, elevarse por encima de sí mismo y ser capaz, retroactivamente, de colmar su vida de un infinito sentido.

Poco antes de su ejecución, Aarón Mitchell concedió una entrevista, que fue publicada en el Chronicle de San Francisco, en la que se ponía de manifiesto, de modo indudable, que el mensaje de Tolstoi le había afectado.

Esto demuestra cuánto beneficio puede proporcionar un autor al hombre de la calle, incluso en una situación vital extrema: ante las puertas de la muerte. También puede apreciarse el alcance de la responsabilidad social del autor. Por supuesto, ha de garantizársele la libertad de opinión y expresión: más ello no significa que le corresponda a la libertad la última palabra, que todo se reduzca a ella. La libertad amenazará con degenerar en arbitrariedad, si no se halla equilibrada por la responsabilidad.

Como parte de la investigación para realizar este trabajo, escribí al Instituto Viktor Frankl de Viena (http://logotherapy.univie.ac.at/). Hice contacto con Alexander Battyanny, quien es el responsable y administrador del centro de documentación del Instituto. El motivo de contactarme era ampliar la información respecto a la experiencia de Frankl en la prisión de San Quintín, conocer si Frankl tuvo trabajo directo en otras cárceles, si existía algún escrito específico respecto a cómo trabajar con esta población.

Alexander Battyanny me informó que si bien hay cantidad de escritos en los cuales Frankl habla de la libertad y la responsabilidad, no se localizan escritos específicos donde desarrolle estos conceptos relacionados con el contexto de una prisión. Existen registros, en los archivos del centro de documentación, respecto a comunicaciones personales (cartas) entre un grupo de prisioneros de San Quintín y Frankl. Luego de la visita en la cárcel, se creó, dentro de ésta, un grupo de lectura entre los prisioneros, quienes leían la obra de Frankl. Ese grupo de lectura solía mantener comunicación fluida con Frankl. Dichas cartas son testimonio de la capacidad humana de cambiar, a pesar de las circunstancias, de reconocer la responsabilidad sobre los actos cometidos sin victimizaciones, de entender que existe en el hombre la facultad de elegir quien ser y la posibilidad de ser mejores, a pesar de haber cometido errores. Esas cartas las conservan, en el centro de documentación, en carácter confidencial para preservar la intimidad de los testimonios de los prisioneros que escribían a Frankl, no hay planes de que sean publicadas en algún momento.

Alexander también me informó que Frankl se encargó de responder cada carta que recibió en ese grupo de lectura -llamado “Logo7”, por ocupar el bloque 7 en la prisión de San Quintín-, a cada integrante de manera personalizada. Lamentablemente, no se preservan, en el Instituto de Viena, copias de las cartas que Frankl envió. También tienen conocimiento de que Frankl les grababa mensajes navideños en casetes para el grupo “Logo7”.

Sobre el valor preventivo del trabajo en la cárcel

Podemos afirmar que la aplicación de la logoterapia en el ámbito carcelario actuaría como una herramienta efectiva para la reinserción social del presidiario en la sociedad. Esta afirmación deriva en poder otorgarle un valor preventivo a nuestra propuesta de trabajo. Más allá de los objetivos generales de este trabajo, planteados en el capítulo cuarto, no podemos negar que estamos, en definitiva, trabajando con la finalidad de alcanzar un objetivo último: brindarle al prisionero herramientas que enriquezcan su personalidad y le faciliten, el día de mañana, la reinserción en la sociedad. Si se cumpliera nuestro objetivo propuesto, podríamos ser optimistas y pensar, a manera de hipótesis, que, como consecuencia de haberlo alcanzado, se lograría una ayuda para la disminución de la reincidencia del individuo en la delincuencia (una vez que es librado de prisión).

Siguiendo el esquema propuesto por Leavel y Clarck para los tres niveles existentes en psicología preventiva, podríamos afirmar que estaríamos hablando, en el caso de la logoterapia aplicada en el ámbito carcelario, de prevención terciaria. La prevención terciaria se aplica en el período postpatogénico, tiene como objetivo la rehabilitación y la maduración del individuo, logrando así desarrollar al máximo sus capacidades remanentes, previniendo la enfermedad mental secundaría, protegiendo la salud familiar y comunitaria, disminuyendo los efectos sociales y económicos de invalidez y promoviendo actitudes autotrascendentes. En la prevención terciaria, entonces, la tarea consistirá en la rehabilitación del individuo, desarrollando al máximo las capacidades y aspectos sanos que presente, como así también se trabajará sobre la reinserción social o la integración familiar. Para el logro de dichos fines, es necesario que el individuo se haya apropiado de su experiencia de sufrimiento como una verdadera experiencia de aprendizaje, sirviéndole ésta para reflexionar acerca de la jerarquía valorativa con la que enfrenta al mundo y moldea su vida.

La logoterapia actuaría en el proceso preventivo actuaría en el proceso preventivo terciario, debido a que le daríamos al individuo herramientas concretas para desarrollar al máximo sus potencialidades (colaborando así en su maduración personal y su reinserción social y familiar), tratando de optimizar su calidad de vida en la experiencia de permanecer prisionero, formándolo en un concepto de hombre distinto del que tiene y desafiándolo a hacerse responsable de la respuesta y sentido que le da a su vida. Considero que la aplicación de la logoterapia en el ámbito carcelario sería de gran utilidad para el individuo y la comunidad, ya que invita a la re-humanización del ser humano. Le ofrece la oportunidad de darle un sentido a su situación de sufrimiento actual, iluminando su futuro y otorgándole un significado diferente a sus experiencias pasadas.

Por otra parte, otra meta por alcanzar, en esta tarea, que también hace a la labor preventiva, será la de buscar que el prisionero sea artífice voluntario de su propia promoción personal, que tome una actitud libre y consciente de adhesión al cambio: previo a aceptar y reconocer que hay algo en lo que procedió mal y por lo cual está en prisión. Debemos despertar en él una actitud de compromiso con lo hecho y con la posibilidad de ser y de comenzar a actuar de otra manera.

El Dr. Sauri, en el libro El hombre comprometido, nombra la existencia de tres maneras distintas que el hombre tiene de vincularse a un propósito. Para la situación particular del individuo privado de libertad, para el verdadero cambio, es necesario adoptar la actitud que él denomina de “verdadero compromiso”: pues sólo desde un verdadero, auténtico y profundo compromiso, es posible el cambio necesario por el preso y el esperado por la sociedad. Saurí nos enseña que, frente a las circunstancias difíciles, cuando la realidad es cruel y hasta trágica, hay que vivirla con la mayor honestidad posible, sin complicarse con ella y mucho menos agravarla. No negarla. Para así poder hacer el respectivo proceso de aceptación.

Dice Frankl que el hombre es su papel determinante. La logoterapia ayudaría a vivenciar la experiencia de ser prisionero desde una mirada nueva, como una oportunidad para el crecimiento del individuo, entendiendo que, a pesar de los condicionamientos, que existen y que todos padecemos, está en nosotros siempre vigente la libertad de elegir cómo respondemos a ellos y qué compromisos asumimos frente a nuestra propia vida, frente a los demás y frente al mundo en el cuál vivimos.

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  • Viktor Frankl El sentido último también llamado supra-sentido ante el que el ser humano se decide respondiendo así a su necesidad natural de religarse con un ser superior. Ed. Paidós, España - 1999

  • El presente libro aplica la filosofía de Frankl al lugar e trabajo y expone varios principios que contribuyen a incrementar nuestra capacidad para enfrentarnos a los retos del mundo laboral y encontrar sentido al quehacer cotidiano, desarrollando así todo nuestro potencial.

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