La conciencia en el pensamiento filosófico de Viktor Frankl.
Del libro “El espíritu desde Viktor Frankl”
de Pablo René Etchebehere. Ed. Agape
Transcripción realizada por Elisa Vanek Lemus
En primer lugar debemos aclarar que el término conciencia en castellano refiere tanto al “estado de despierto”, al estado de claridad- lo cual trata a la conciencia en términos de teoría del conocimiento- como también a la “conciencia moral”. En alemán en cambio ambas acepciones se refieren con términos distintos aunque tienen, todos ellos, la misma raíz, a saber, saber o conocer, pero pertenecen a perspectivas diferentes, como por ejemplo lo atestigua este texto frankliano: “lo existente se abre a la conciencia (Bewusstsein), sin embargo, a la conciencia moral (Gewissen) no se abre un existente, sino más bien un no existente: algo que debe llegar a ser”, pero todavía no es. Así entonces la conciencia, podemos decir, abarca tanto al ser como al no ser, a ella se abre tanto la presencia del ser como el porvenir de lo que ha de ser.
Ahora bien, esta distinción no debe ser entendida como una separación, como si ambos términos fueran contradictorios. Si fuera así, la esfera del conocimiento y la esfera moral serían mundos paralelos y no se iluminarían mutuamente. Pero las dos perspectivas a las que hicimos referencia con el texto de Frankl muestran esa tensión que siempre presenta su pensamiento. Porque si sólo estuviera la presencia del ser, no habría, para el hombre, posibilidad de trascenderla; no habría, para el hombre, posibilidad alguna de encontrar sentido porque no tendría ningún deber, ninguna misión que cumplir.
Por otra parte si su perspectiva fuera sólo moral, si su vida fuera solamente trascendencia, el presente no tendría ninguna densidad y por lo tanto los valores, las misiones o podrían ser encarnadas. Sólo cabría contemplar el deber sin jamás poder llegar a cumplirlo. En este sentido podríamos afirmar que una conciencia (Bewusstsein) sin conciencia (Gewissen) es vana; y la conciencia (Gewissen) sin conciencia (Bewusstsein) es ciega. Así entonces no debemos pensar que existen dos conciencias sino la misma aunque referidas a diferentes esferas de lo real.
La conciencia es definida, por Frankl, como “la capacidad de percibir totalidades llenas de sentido, en situaciones concretas de la vida”; es entonces, el “órgano de sentido”. Gracias a ella, podemos llegar a descubrir lo que para nuestra vida es “lo único necesario”. Por lo tanto, el hombre, en virtud de la conciencia, puede interpretar la situación en cuanto a su valor y, como ya dijimos, puede verla más allá de su aquí y ahora.
Es por eso que lo espiritual puede ejercer su poder de resistencia, puede ser “libre de…”, en tanto que la conciencia es el órgano de la trascendencia, de modo que puede tomar distancia no solamente frente a su destino interior sino también frente a su destino exterior, seleccionando qué actos debe realizar o qué actitud tomar. Distingo aquí actos y actitudes porque destino que enfrenta al hombre puede ser modificable en función de su creatividad o vivencia, los cuales son actos; o bien el destino no es modificable y entonces sólo cabe la actitud. Ahora bien, ¿Cómo se da la captación de eso único necesario?
Para Frankl la conciencia moral “es una facultad adivinatoria. La conciencia debe adivinar: su misión esencial es adaptar la ley general al caso único y singular que no puede someterse a ninguna legalidad. Eso no puede hacerlo el saber, el intelecto, sino sólo la intuición, la adivinación de la conciencia.” Tenemos aquí planteado uno de los temas más complicados para descifrar, si es que cabe ser descifrado. ¿Qué significa aquí adivinación? ¿no nos pone este término lejos de la ciencia, lejos del método y muy cerca o en medio de la fábula, del mito?
Desde el texto anteriormente citado podemos notar que existe una contraposición entre el intelecto y la intuición. Así entonces, lo intelectual pasaría a referirse a lo que se puede someter a una legalidad, esto es, a aquello que es general o universal. Nos animamos a afirmar que, dentro del pensamiento frankliano, el intelecto tendría una función más objetivizante que de objetividad, en el sentido que su luz puede desexistencializar lo real. El intelecto me pone frente al objeto, que es lo real en escorzo. De este modo al transformar lo real en objeto, el intelecto reduce las cosas a una perspectiva y contribuye a crear las clasificaciones propias de las especializaciones.
Distinta, en cambio, es la tarea de la intuición. A ésta le cabe el des-cubrir, el des-ocultar lo individual, lo concreto que se me hace presente. Pero lo real por ser individual, por ser concreto, escapa a toda posible generalización, con lo cual se pierde la seguridad que nos da todo aquello que cae bajo el discurso de la ciencia. Captar esa individualidad que se nos hizo presente, implica captar no sólo su esencia sino también y específicamente, su existencia. Al captar la existencia de algo podemos decir que hemos captado su intimidad, aquello que lo hace único: hemos superado el abismo que hay entre el objeto y el sujeto. Pero esto sólo es posible hacerlo con los ojos de la intuición, que mira a las cosas con una mirada, como diremos más adelante, amorosa.
Es por todo esto que se habla de adivinación. La conciencia saca al hombre de su seguridad humana, demasiado humana, para ubicarlo en plano de la inseguridad, donde ya el hombre no es señor sino esclavo. Esta es una de las razones por la que nunca estaremos seguros de haber cumplido o no nuestra misión. Con Pascal podríamos decir que nos encontramos “abismados en la infinita inmensidad de los espacios que ignoro y que me ignoran”
Por lo tanto, no debemos entender la adivinación como un actuar “como si”, escéptico e indiferente, sino como un actuar “en enigma”. No es una claudicación al saber, una claudicación al poder de la ciencia, sino una ampliación de la conciencia: pasamos, gracias a ella, de la esencia a la existencia. Pero echemos manos a la etimología para encontrar sentidos ocultos en esta palabra.
Adivinar es considerado un “don divino”, es decir, “adivino” es aquél que escucha a los dioses, que puede leer los mandatos divinos. De este modo la conciencia sería adivinatorio porque escucha una voz que no es la suya: “la conciencia debe ser “otra cosa”, algo distinto de mí mismo; tiene que ser algo que esté por encima del hombre… algo extrahumano. Esto “extrahumano” se nos presenta como trascendencia: “la conciencia no podría tener voz, ya que ella misma es voz: voz de la trascendencia.”
Todo esto nos lleva a ver que, si bien la conciencia es “instancia objetiva”, no es la última instancia, puesto que “detrás de su conciencia, hay una entidad sobrehumana, aunque con mucha frecuencia inconsciente para el hombre.” Incluso “la buena conciencia” como decimos a menudo, no debe ser entendida como el criterio último, porque la conciencia “nunca puede ser razón de mi ser “bueno”, sino solamente de la consecuencia.
Es por eso que la persona humana es en cuanto que en su “conciencia” <per sonat> una instancia extrahumana. Por lo tanto, es a través de la conciencia por donde el hombre escucha su misión, es ella la que lo guía, sin pie ni arrimo por las noches del sentido. Evidentemente esa voz que el hombre escucha, como los textos citados lo anuncian, debe ser entendida como algo que siempre “ha de ser forzosamente de carácter personal.” Toda voz, todo logos, no puede brotar sino de un espíritu, de un logos, sino que tiene que indicar, a su vez, un sentido, una misión.
Esto personal que nos habla ofreciéndonos un sentido puede ser persona como lo es el hombre o puede ser, como lo llama Frankl, la Suma Persona Bona. Esto pone a la conciencia abierta a la trascendencia tanto entendida de un modo horizontal como “estar junto a otro hombre”; como también abierta a la trascendencia.
Debemos aquí tener en cuenta que, “para el hombre actual toda concreción de Dios es un escándalo”, porque “ha crecido la sombra de una visión naturalista del mundo y del hombre, y tiene entonces a avergonzarse de sus sentimientos religiosos.” Sin embargo, para Frankl, “el hecho de que esta voz nos hable es un hecho fenoménico innegable.
Dejemos para la segunda parte el tema de Dios, tratemos, por el momento, “de la trascendentalidad del ser humano, esto es, de sus disposición para la trascendencia, dejando de lado la trascendencia misma. Porque no debemos pensar que la trascendencia se da solamente en el plano, digamos, religioso. La posibilidad de trascendencia se da también, como ya dijimos, en un plano horizontal, intersubjetivo. No es necesario salir del mundo para trascender, sino que “actuando dentro del mundo” el hombre realiza esa posibilidad humana”
El mundo motiva al hombre, llama al hombre a trascenderse. “De hecho el mundo en dirección al cual el ser humano se autotrasciende es un mundo repleto de significados, los cuales constituyen nuestras razones de obrar y de otros seres humanos, destinados a ser objetos de nuestro amor.”
Es en el mundo donde “el sujeto de la existencia encuentra su objeto, de lo contrario, si lo pierde, este sujeto se hace a sí mismo objeto propio, objeto de autocontemplación.” En otras palabras, el hombre sólo es humano en la medida que su conciencia refiere a otro distinto de sí mismo, o también en cuanto que su conciencia lo dispone a hospedar el sentido. Si el hombre no encuentra, gracias a la intuición, a lo otro, cae en sí mismo y al no tener nada ni nadie que lo reclame, comienza a reflexionar sobre sí mismo.
De este modo, alejándose del mundo y de los otros, el hombre pierde esa posibilidad de trascendencia que es la capacidad de “estar junto a otro”. La conciencia, como hemos visto, es el lugar de la apertura, la intencionalidad, la mirada hacia otro. Ahora bien, ¿finaliza con esto el análisis de lo espiritual como dinamismo? ¿Se resuelve toda la dinámica en responsabilidad y conciencia?
“El <<estar junto a>> se plenifica en el <<estar junto a otro>>. Y esto solamente es posible en aquel <<estar entregado uno al otro>> enteramente: lo cual llamamos amor”.
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3 comentarios
Por favor: ¿puedo saber el origen de la cita de Frankl en el texto siguiente? (libro) Gracias.
La conciencia es definida, por Frankl, como “la capacidad de percibir totalidades llenas de sentido, en situaciones concretas de la vida”; es entonces, el “órgano de sentido”. Gracias a ella, podemos llegar a descubrir lo que para nuestra vida es “lo único necesario”.
Hola José,
La obra es de Pablo Etchebehere. Aquí presentamos una pequeña síntesis sobre un tema.
A mí me parece que esa cita fue tomada del libro Logoterapia y Análisis Existencial de Viktor Frankl.
Habría que corroborarlo en el libro de Pablo.
Saludos!
COMO DESARROLLAR CONCIENCIA ESPIRITUAL
Con el patinete eléctrico
1- velocidad aconsejable 20 kms
2- aceleraciones suaves y progresivas, igual máxima comodidad y seguridad
3- ceder el paso a todos los peatones posibles en tú trayecto, igual a máximos actos de conciencia
4- agradece a los conductores que te ceden el paso, igual a educación espiritual
5- tu relajación y evolución será progresiva a más tiempo más actos de conciencia, igual a pura inteligencia.