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Gabriel Marcel, el humanista. Vida y obra.

Gabriel Marcel, el humanista. Vida y obra.

Gabriel Marcel (1889-1973)
Por: María Villalobos

Antecedentes históricos
Marcel fue el único hijo de Henry Marcel, un oficial del gobierno, diplomático y curador de museos. La madre de Marcel murió sorpresivamente cuando Gabriel tenía cuatro años de edad, dejándolo con una sensación de profunda pérdida. Fue criado por su abuela materna y su tía, que se convirtió en la segunda esposa de su padre. Fue un niño al que se le exigió mucho en su desempeño escolar, dentro de una escuela igual de exigente, lo que produjo en Marcel una aversión a ese tipo de educación despersonalizada. Sin embargo, tuvo una infancia en un ambiente de ternura, entre la rectitud y honestidad de su tía y el amor a la cultura de su padre.

Su consuelo eran las vacaciones a diversos países, debido a la profesión del padre. Llegó a hablar varias lenguas. La religión no jugó un papel importante en la educación de Marcel; su padre era un católico poco cumplidor, que nunca se preocupó de que fuese bautizado, y su tía-madrastra, de antecedentes judíos no religiosos, se había convertido en una liberal protestante. Esta infancia fue lo que impulsó posteriormente a Marcel a una búsqueda religiosa profunda.

Su vida será entonces un esfuerzo de comunión con todo, todos y el todo: “Participación sin Fronteras”. Estudió filosofía en la Sorbona por cuatro años. Al terminar su carrera, Marcel ejerció como profesor en diversos liceos y al mismo tiempo se dedicó a la crítica literaria. Sus trabajos fueron interrumpidos por la primera guerra mundial, donde tuvo contacto con la miseria y el dolor, esta vivencia y algunas experiencias espiritistas llevaron a Marcel a la búsqueda de la fe auténtica.

Marcel, el teatro y la música
Desde muy temprana edad siente un fuerte atractivo por el teatro y la música. Jamás tuvo la suerte de estudiar música en sentido estricto, pero percibe una gran capacidad para componer y captar el mensaje de la creación musical. Su trabajo sobre teatro es muy serio, tanto por la producción literaria, como por las críticas profundas que logra. El arte de los sonidos y el arte de las letras, le llevan a saborear lo infinito, al mismo tiempo que lo impulsan a la búsqueda de los primeros principios y de las causas últimas. Así, sin querer o queriéndolo todo, Marcel se encuentra cara a cara con la filosofía.
Sin embargo, la nostalgia lo invade al recordar la música y narra de viva voz a su amigo Davy:
Esa era, tal vez, mi verdadera vocación; en la música me siento verdadera y auténticamente creador… La música es para mí ciencia fundamental, yo hubiera podido ser músico.
Curiosamente, una mujer, su maestra, lo persuadió a los 15 años de abandonar el piano; más tarde, otra mujer, su esposa, en 1945 le pide que escriba música cuando viven en su casa de Corran. La música es su verdadera guía: ella le salva. Recibe más de músicos que de escritores y con la música entramos a lo secreto de nosotros.

Su concepto del hombre
Marcel señalaba en su filosofía que los individuos tan sólo pueden ser comprendidos en las situaciones específicas en que se ven implicados. Esta afirmación constituye el eje de su pensamiento, calificado como existencialismo cristiano o personalismo. Gabriel Marcel heredó muchas de las inquietudes de Kierkegaard, en particular respecto a la creencia de que un sentido personal de la autenticidad y del compromiso resulta esencial para la fe religiosa.

Gabriel Marcel es un pensador que se centra en una cálida preocupación por todo lo humano, de grandes exigencias éticas y claras aspiraciones religiosas, su pensamiento es fuertemente influenciado por su vida.

Para el dramaturgo y filósofo Marcel lo que importa es el hombre concreto, determinado, es decir, que se halla en una determinada situación. Esta atención que pone a lo concreto del hombre en sus situaciones explica el origen de su obra Diario Metafísico. Para Marcel el hombre existe plenamente cuando participa en su vida.

Nos invita a luchar a favor del hombre, a favor de la dignidad humana contra todo lo que hoy amenaza aniquilarlo. Sólo un honor tiene el hombre, y éste es el honor de ser hombre, sin embargo, dice Marcel, el honor se ha perdido, todo es ambiguo, sin sentido. El mundo que se está constituyendo ante nuestros ojos, es un mundo en donde la conciencia usuaria es el denominador común, cada persona cumple con su función de máquina, sólo se cuantifica su rendimiento y la despersonalización de las relaciones humanas es el pan de cada día, la idea de servicio en el sentido más profundo no cabe, servir a la verdad, servir a Dios son frases que carecen de significado. En este mundo industrializado, el hombre ya no es más una persona, padece un desamparo tan profundo que se ha roto el vinculo entre el hombre y la vida. Marcel concluye que al hombre sólo le queda la única oportunidad: apelar a un orden del espíritu que es también el de la gracia.

El llamado de Marcel al recogimiento adquiere el acento de un llamado a una apelación de la fe sobrenatural, que nos devela el misterio de nuestro ser humano y divino, y nos pone en contacto con el Dios vivo.

Él ha logrado esclarecer un conjunto de verdades, ignoradas u olvidadas, que el existencialismo ateo se ha empeñado en no ver.

Pensamiento filosófico
Marcel abogaba por una filosofía de lo concreto que reconociera que la encarnación del sujeto en un cuerpo y la situación histórica del individuo condicionan en esencia lo que él es en realidad.

La filosofía de Marcel nos lleva a descubrir que sólo el ejercicio del pensamiento es lo único que puede llevar al ser humano a una claridad respecto de sí mismo y del mundo. El filósofo es un vigía de lo humano. Marcel denominó al filósofo “hombre de pensamiento” y no pensador, y la única arma con la que cuenta es la reflexión. La filosofía comienza con la experiencia concreta en vez de abstracciones.

Dos tipos de conciencia o reflexión
Marcel distinguió dos tipos de conciencia para conocer la realidad: la reflexión primaria que tiene que ver con los objetos y las abstracciones. Esta reflexión alcanza su forma más elevada en la ciencia y la tecnología. Cuando el hombre realiza la reflexión primaria para conocer su realidad, se mantiene como un espectador de sí mismo y de su mundo, sólo trata de explicarse y describir su vida siendo un observador y no un actor de la misma.

La reflexión secundaria, usada por Marcel como método, se ocupa de aquellos aspectos de la existencia humana, como el cuerpo y la situación de cada persona, en los que se participa de forma tan completa que el individuo no puede abstraerse de los mismos, es decir, que la persona deja de ser un espectador de su vida para convertirse en actor de la misma. La reflexión secundaria contempla los misterios de la vida y proporciona al mismo tiempo una especie de verdad, filosófica, moral y religiosa que no puede ser verificada mediante procedimientos científicos, pero que es confirmada mientras ilumina la vida de cada uno. La vida, para Marcel, es participación de uno mismo, con los otros y con Dios.

Problema y metaproblema
Marcel hace la distinción entre problema y metaproblema: cuando tropezamos con un problema, en las ciencias físicas, en química o en biología, nos hallamos ante una incógnita X que tenemos que despejar a partir de un determinado número de datos conocidos aplicando el método científico. Sin embargo, cuando planteamos el problema del ser, el problema del sentido de la realidad y de nosotros mismos, todo se vuelve problemático, la realidad, los demás y yo mismo, pues se trata de un problema donde todos los datos son desconocidos, entonces debido a esto acaba por desvanecerse el problema y se transforma en un misterio. El problema del ser no constituye estrictamente un problema, sino un metaproblema. Y el descubrimiento del metaproblema nos permite entender, según Marcel, que más allá del problema que nosotros abarcamos, se encuentra el misterio que nos comprende. “El problema es algo que uno se encuentra, que nos cierra el camino. Se halla totalmente ante mí. El misterio, por lo contrario, es algo en lo que me encuentro comprometido, cuya esencia implica que no puede hallarse por completo delante de mí.”

Tener y Ser
Para que la persona se redescubra a sí misma y se vuelva disponible ante el misterio del ser, debe efectuar un giro sobre sí misma e invertir la jerarquía que el mundo moderno y contemporáneo ha establecido con respecto a la categoría del tener y del ser. Según la metafísica del tener se vale por aquello que se tiene y no por aquello que se es, y el mundo y los demás son exclusivamente objetos de una posesión. En opinión de Marcel, el origen y desarrollo de esta actitud tiene que ver con la mentalidad objetivante del racionalismo científico y técnico, para la cual el mundo aparece simplemente como un taller de trabajo y a veces como un esclavo adormilado. Aquel que posee intenta por todos los medios de mantener, conservar y aumentar lo poseído, pero al someterse ésta al desgaste y a las vicisitudes temporales, puede escapar, con lo que se convierte en el centro de los temores y de las ansiedades de aquel que aspira poseerla. Lo más paradójico de esta situación, escribe Marcel en Ser y Tener, “es que en último término parece que yo mismo me aniquile en este apego y que llegue a verme absorbido por este cuerpo al que me adhiero”.

Así, bajo el signo del tener la realidad deja de ser vida, misterio y alegría creadora, y se transforma en una vorágine de objetos que absorbe inexorablemente a quien los quiere poseer. El mundo de la categoría del tener es el mundo de la alienación y de la preocupación, sin embargo, precisamente ante esta tragedia del tener, liberándome de la necesidad de poseer las cosas, puedo convertirme en un individuo disponible para el ser, haciendo a un lado la desesperación de no ser.

El hombre contemporáneo no se da cuenta de que le han robado su libertad, está anestesiado por la mentalidad científica, por el desarrollo de la tecnología y la cultura del tener, que prevalece en el mundo en el que vive, sin embargo, para Marcel, el hecho tan sencillo de vivir le parece maravilloso y afirma que el ser humano tiene en su poder la posibilidad de acoger o rechazar este mundo trágico. Este poder es la esencia misma de la libertad del individuo.

Marcel y el cristianismo
En su ansia por hallar la trascendencia, se convierte en el incansable peregrino que se inmiscuye en los arcanos del ser. Su camino se encuentra iluminado al convertirse al cristianismo: la moneda está lanzada y Dios espera ahí, mientras Marcel siente su espalda achatada por la presión de la gravedad y la nueva responsabilidad: “Ya no dudo más. Milagrosa felicidad, esta mañana. Por vez primera he sentido claramente la experiencia de la gracia. Estas palabras son terribles, pero así es. Al fin, he sido sitiado por el cristianismo; y quedé sumergido. ¡Fausta sumersión! Sin embargo, no deseo escribir más. Empero, siento la necesidad de hacerlo. Sensación de balbuceo… es más bien un nacimiento. Todo es de otra manera. Ahora veo claro, en mis improvisaciones. Una me libra inversa a la anterior, la de un mundo que estaba ahí, realmente presente y que por fin aflora”.

Esta experiencia que cimbra la fuerza dialéctica de Marcel no puede ser recogida en un tubo de ensayo para muestra en el laboratorio ideológico de un pensamiento racional. Le lleva a la contradicción del compromiso:

Como escribía a M. (…) siento al unísono el temor y el deseo de comprometerme. Pero ahora también siento que en el origen hay algo que me sobrepasa: un compromiso aceptado a continuación de un ofrecimiento que me ha sido hecho en lo más profundo de mí mismo… He de merecer todo esto. Cosa extraña y profundamente clara que no seguiré creyendo, sino a condición de seguir mereciendo.

La luz no es total y se ve obligado a seguir en la lucha:

Todo esto me es muy difícil de aceptar, y al mismo tiempo tengo la extraña impresión de que se realiza un trabajo en mí como de resistencias enmarañadas o comprimidas; ¿es acaso una ilusión? He visto todo esto largo tiempo desde fuera. Es ahora importante acostumbrarse a una visión totalmente diferente… Impresión de cauterización interior continua.

Su recorrido encuentra tregua. Descanso que no es sino el alimento del fuego de un compromiso que cargará a cuestas, si es preciso, más allá de la muerte: aparente tranquilidad que lleva su lanchón a la turbulencia del vivir día tras día, momento a momento. Aguas que le lavan para ver más claro su compromiso: “He sido bautizado esta mañana, con una disposición interior que nunca hubiera podido esperar: ninguna exaltación, pero sí un sentimiento de paz, de equilibrio, de esperanza, de fe”.

Vive los horrores de la Primera Guerra, prestando sus servicios en un puesto de la Cruz Roja, pero ahora se recrudece más la llaga por la resistencia y la colaboración francesa, por un lado y por otro, los crímenes de los nazis y los soviets y esta actividad le “fue llevando a considerar la guerra, no tanto desde una perspectiva política, sino más bien desde una perspectiva existencial, en sus efectos sobre la imagen moral de nosotros mismos como seres vivientes”.

Marcel afirma que vivimos en un mundo roto, esta situación se caracteriza por una imposibilidad de imaginar y por la negación de la trascendencia, del Absoluto, pues hemos callado nuestra inteligencia y apagado la luz de nuestra conciencia, sólo nos queda el silencio y la oscuridad total. Marcel reitera que a la realidad a la que no tiene acceso válido la inteligencia, se llega por un camino irracional, el camino de la Fe. Señala que Dios no es un objeto dado fuera de nosotros, por el contrario, el Absoluto pertenece al mundo de la experiencia del hombre.

Cuando hablamos de Dios, dice Marcel, no es de Dios de quien hablamos, puesto que el pensamiento piensa al ser, mientras que el poeta expresa el Ser; Dios es el Tú Absoluto, de manera que la vida espiritual es esencialmente diálogo. “El ser humano es un ser operante y creador abierto a la auténtica trascendencia, más aún, es un ser que se nos da no frente a otros, como objetos, sino en comunión con otros, y sobre todo con el Ser Divino. Yo no soy nunca para mí, el otro y yo dejamos de ser indiferentes para convertirnos en un nosotros mediante el amor”.

Para Marcel, el dialogo existencial es más que un intercambio de verdades, una comunicación en el amor que dice “yo soy porque tú eres”, es una comunicación que requiere estar abierto al otro y a su misterio para reconocer nuestro coexistir. Para lograr dicha comunicación se requiere de presencia, una cierta disponibilidad al otro y una forma de estar que reconoce nuestro estar juntos ante el misterio. Esta disponibilidad se caracteriza por poder reconocer al otro como alguien tan misterioso como uno mismo, como alguien que ha vivido experiencias similares a las nuestras. Estar disponible para el “tú” de forma amorosa. En definitiva afirma Marcel, que la relación amorosa es un misterio y que una buena comunicación con otro individuo propicia un mejor reconocimiento de nuestro propio ser.

Por qué nos interesa Gabriel Marcel:

• Para comprender al ser humano hay que verlo como “ las situaciones en las que se encuentra implicado”.
• Para conocer al ser del hombre hay que reconocerlo como experiencia concreta, como un ser participante y no como un ser objetivo como lo estudian las ciencias.
• Ser es estar disponible a otro ser de manera receptiva, no ser un rol. La relación terapéutica implica co-participación, el uso de técnicas es un peligro porque nos despersonaliza, nos alejan del ser, de su entendimiento.
• La existencia plena del ser humano se da cuando uno es participante y no un espectador de la realidad. Poner atención en cómo nos narra su vida, viviéndola o contando un cuento de alguien más. Ayudarlo a convertirse en actor de su vida.
• El hombre cuenta con el ejercicio del pensamiento para conocer con claridad quien es él y el mundo en el que se halla.
• Para Marcel el ser humano es un misterio que sólo se puede comprender desde la descripción de sus experiencias en la situación determinada en la que se encuentra. No somos conflicto, somos misterio.
• Marcel reitera que la vida es un misterio que se puede vivir con alegría participando en comunión con otros, con el mundo y con Dios vivo.
• La comunicación existencial es una relación amorosa que nos transforma y para lograrla se requiere de presencia, disponibilidad hacia el otro, sin dejar de vernos como misterio. La relación terapéutica se acerca mucho a la propuesta de Marcel.

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4 comentarios

  1. Mi comentario es que pongan quien escribió esta recopilación de datos, y fui yo quien lo hizo, hay algunos cambios de redacción pero la ficha es mía. Me encanta que la publiquen pero den crédito a quien la hizo..
    Gracias!
    Atentamente
    María Villalobos

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