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El amor en la supervivencia de Viktor Frankl

El amor en la supervivencia de Viktor Frankl
El sentido del amor en la supervivencia de Viktor Frankl.
¿Por qué sobrevivió el doctor Frankl? Sería negligente emprender un análisis de su vida y obra sin hacerse esta pregunta y mucho menos sin atender a los factores que se vinculan con el hecho de que su destino fuese distinto al de muchos otros prisioneros.
Es evidente que en Viktor Frankl, al igual que en los demás, se percibía un instinto básico de supervivencia que le impulsó a resistir con entereza la reclusión. No obstante, lo que más adelante llamaría “búsqueda de sentido” según los parámetros de su logoterapia, representa un elemento clave para entender por qué, mientras tantos otros perecieron dentro de los campos de concentración a pesar de la urgencia biológica de sobrevivir, él fue capaz de hacerlo guiado por una motivación de orden superior: su propósito de vida.
Antes de darnos a la tarea de analizar los factores que contribuyeron a la supervivencia de Viktor Frankl, conviene hacer un repaso de las etapas y estados de ánimo que tanto él como el resto de los cautivos experimentaron en los campos de concentración. Comenzaremos, pues, por mencionar los cambios a nivel cognitivo que el doctor Frankl vivenció durante el holocausto.
“Cuando nos hallamos en la problemática de no ser capaces de cambiar una situación, nos enfrentamos al enorme desafío de cambiarnos a nosotros mismos”
(Viktor Frankl)
Cosificación.
Uno de los métodos de mayor impacto psicológico para los prisioneros llevados a cabo en los campos de concentración era la cosificación, a través de la cual el individuo era despojado de su identidad como sujeto, como SER, para pasar a convertirse en una COSA — en este caso, un número—.
Con el despoje de su condición humana, el prisionero perdía instantáneamente sus derechos como individuo e incluso la libertad emocional para identificarse a sí mismo como un organismo vivo, un ser pensante. Citando al doctor Frankl: “Uno se convertía literalmente en un número: que estuviera muerto o vivo no importaba, ya que la vida de un número era totalmente irrelevante”.
El fenómeno de cosificación no solo se dio en los prisioneros de los campos de concentración. En la película “Los juicios de Núremberg” (1961) de Stanley Kramer, se le pregunta al encargado de un campo de concentración cómo es posible que él y sus colegas hubieran matado a tantas personas, a lo que él responde: “Lo difícil no es matarlos, lo difícil es deshacerse de los cadáveres”, dando así un ejemplo de cómo la guardia y los grupos de poder nazi se desentendían de la condición humana de sus víctimas, a quienes percibían como “material desechable”.
Denigración.
Ligada a la devaluación del individuo a través de la cosificación estaba la devaluación de sus potencialidades y cualidades humanas mediante la degradación, que se manifestaba en el insulto. Y no era sólo la mera ofensa verbal con lenguaje soez y cruel, sino también el trato deshumanizado que nivelaba a ratos al prisionero a la condición de un animal al que se le lanzaban piedras para llamar su atención.
En este aspecto, fallar en el intento — narra el doctor Frankl — era aún peor que atinar en el blanco, ya que muchos de los guardias nazi no se tomaban siquiera la molestia de lanzar una segunda piedra y se limitaban a mirar a los prisioneros con desprecio, como se mira a un ser inferior.
Apatía.
Había un punto — escribe el doctor Frankl — a partir del cual el único estado emocional conveniente y lógico conforme a las circunstancias era, precisamente, la ausencia de emoción. “La apatía era un mecanismo necesario de auto-defensa” dentro del cual “la realidad se desdibujaba y todo esfuerzo y emoción se centraban en una tarea: la conservación de la propia vida y la de otros compañeros”.
Dicho de otra forma, ocurría una fragmentación de la realidad que variaba de un prisionero a otro, pues aunque todos compartían la agonía de la reclusión, existía una segregación en barracas, y de barracas a grupos dentro de los cuales lo que sucediera a lo externo carecía de importancia pues no guardaba íntima relación con la supervivencia propia o la de los camaradas más cercanos. Así explica Viktor Frankl el hecho de que, transcurrido cierto tiempo, los prisioneros se mostraran apáticos ante el sufrimiento de los demás al punto de no sentir la necesidad de apartar la vista cuando un compañero era golpeado o humillado por los guardias.
Desensibilización.
Al igual que presenciar repetidamente el ensañamiento de los guardias de las SS para con sus compañeros guiaba al prisionero a un estado de apatía, la observación consecutiva de estímulos violentos hacía que perdiese de manera progresiva su capacidad de experimentar ansiedad, malestar físico, emocional o cognitivo. El sujeto pasaba a ser, en otras palabras, un ente no-sensitivo.
La desensibilización podía seguir acompañando al individuo incluso luego de haber sido liberado, como bien lo menciona Viktor Frankl al narrar su encuentro, más adelante, con un campo de flores que no despertó en él ninguna emoción. Fue necesario, posterior a la liberación, reaprender la dinámica de la experiencia sensitiva.
Despersonalización.
Por último, la despersonalización consistía en una separación cognitiva entre lo mental y lo motriz, es decir, entre los procesos internos y los corporales, lo cual producía en el prisionero una sensación de irrealidad que lo desorientaba y le hacía dudar de la veracidad de los hechos.
La despersonalización guarda relación con los trastornos de ansiedad y los ataques de pánico; cuando se presenta de manera crónica, se habla de “trastorno disociativo”.
La búsqueda de sentido: el amor como fuerza motriz.
“La conciencia del amor propio está tan profundamente arraigada en las cosas más elevadas y más espirituales que no puede arrancarse ni viviendo en un campo de concentración”.
(Viktor Frankl)

Luego de repasar los fenómenos psicológicos que experimentó Viktor Frankl durante su adaptación a la vida en un campo de concentración, es válido volver a plantearnos la interrogante inicial: ¿por qué sobrevivió el doctor Frankl?
Y nótese que empleamos el por qué y no el cómo, pues el cómo encierra la metodología, el procedimiento que conduce a realizar una tarea; el por qué, en cambio, nos habla de las motivaciones intrínsecas y extrínsecas para llevar a cabo dicha tarea. Parafraseando a Nietzsche, a su vez citado por Frankl, “puede haber un por qué sin un cómo, pero nunca un cómo sin un por qué”.
Aunque el propósito de este artículo no es precisamente profundizar en todas las herramientas que el doctor Frankl puso en práctica para sobrellevar la dura experiencia de ser un recluso, sí consideramos importante referirnos al distanciamiento estratégico y al humor.
Distanciamiento.
El distanciamiento estratégico o distanciamiento psicológico es la habilidad de tomar distancia de una situación y del malestar percibido para observarla desde un enfoque general, una macro visión que permite al sujeto ver otras salidas, posiciones y elementos antes desapercibidos. Liberman y Trope, autores de la Teoría del Distanciamiento Psicológico (Construal-Level Theory of Psychological Distance), definen la dinámica del distanciamiento como un proceso egocéntrico, ya que el punto de referencia es el “Yo” en el Aquí y el Ahora, y es la forma en que un objeto es removido o alejado de ese punto de referencia, ya sea en términos de tiempo, espacio o vínculo social, lo que constituye otra realidad, una dimensión alternativa.
Sus conocimientos en psiquiatría permitieron a Viktor Frankl adoptar un rol de observador y no de víctima respecto a lo que estaba viviendo y regular con mayor destreza sus propios procesos internos y el modo en que respondía a las circunstancias.
Humor.
No es ningún secreto que el sentido del humor y la risa son recursos altamente eficaces para combatir la depresión. De hecho, investigadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén pusieron a prueba la técnica ya usada por Viktor Frankl durante su reclusión en el campo, para ello, eligieron un geriátrico y un club de víctimas del Holocausto y solicitaron a los participantes que aportaran experiencias personales y dolorosas enfocándolas desde un ángulo menos trágico y más gracioso.
El resultado es que los problemas se transforman, se vuelven más pequeños y fáciles de manejar que al principio. Además, se ejercita el pensamiento divergente y las personas tienden con mayor facilidad a “usar los limones para hacer limonada”.
La línea central de este artículo sostiene que el amor (entendido como un sentimiento constante de afecto hacia otra persona) desempeñó un rol determinante en la supervivencia de Viktor Frankl.
Cuando el doctor Frankl rememoraba a su esposa e imaginaba la posibilidad de volver a verla en vida o en un escenario del “más allá”, el sufrimiento, la desgracia del campo de concentración era absorbida por la paz mental que esa imagen le generaba. “La salvación del hombre está en el amor y a través del amor” — escribiría luego Frankl en su obra “El hombre en busca de sentido” —. “Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad si contempla al ser querido”.
“Un pensamiento me paralizó: por primera vez en mi vida vi la verdad tal y como se narra en las obras de los poetas, proclamada como la sabiduría definitiva por tantos pensadores. La verdad: que el amor es el fin último y la meta más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces comprendí el sentido, el mayor secreto que la poesía humana y el pensamiento humano y toda creencia deben impartir: que la salvación del hombre es a través del amor y en el amor.”
(Viktor Frankl)

Fue el ejercicio mental del amor, su internalización, lo que mantuvo a Viktor Frankl en pie durante su cautiverio. Pero no sólo el alivio de imaginar la felicidad futura, sino también de memorar la ya vivida, pues “nada puede deshacerse y nada puede volverse a hacer”, escribe él mismo.
“Haber sido es la forma más segura de ser”, así como haber amado era entonces la forma más segura de amar, y de rehuir a la muerte.

Por: Rita Arosemena

 

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