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¿De qué depende la dependencia?

Texto extraído del libro:
Libertad e identidad, Logoterapia y problemas de adicción.
De Elisabeth Lukas.
Por: Karin Vanek

Hay muchos tipos de dependencia, pero no todos desembocan en una enfermedad mental. A pesar de ellos, todas las dependencias conducen a una vida limitada en tanto que la forma de ser del hombre – llamada existencia – no llega a su completo florecimiento.
A continuación presentaremos cinco tipos de dependencia que abarcan en conjunto la práctica totalidad de esta problemática. Todo ser humano que tiene la oportunidad de hacerse adulto está obligado a superarlos paulatinamente a medida que va creciendo.

I. La dependencia de efectos externos (o de la aprobación de los demás)

El primer tipo consiste en la dependencia de los efectos externos: la dependencia de la recompensa o el castigo que esperamos cosechar en el prójimo como consecuencia de nuestros actos. En este contexto, lo que está “bien” es lo que despierta el cariño de los demás e impide el rechazo. Esta visión oportunista se suele subestimar en la estructura de dependencias, pero contiene extraordinarios elementos de crítica para valorar la salud y la estabilidad mentales. Un ejemplo de ello son las personas que se comprometen con su trabajo pero se orientan hacia el éxito y que, cuando surge un fracaso inesperado o una falta de amor repentina, se “apagan” y pierden aquella energía inicial.
En general, diremos que en la dependencia de los efectos externos siempre existe el peligro de ser manipulado: no se actúa en libertad, sino siempre guiado por la probabilidad de ser recompensado o castigado.

II. La dependencia de efectos externos especiales (o de la aprobación de personas determinadas)

En este segundo tipo, la dependencia de efectos externos se reduce a la dependencia de las opiniones y actos de unas cuantas personas con las que existe una relación particularmente estrecha. En este caso, lo que estará “bien” es lo que guste y valoren positivamente estas pocas personas. Aunque esta reducción de la dependencia de efectos externos supone, en principio, un avance, puede suponer un agravante patológico, por ejemplo, en personas que no se desprenden de los padres o de la opinión paterna, o se someten a la influencia del jefe de una secta.
En general, diremos que en la dependencia de efectos externos especiales siempre existe el peligro de estar sometido: no se actúa con libertad, sino bajo el dictado de las ilusiones de otra u otras personas.

III. La dependencia de efectos externos interiorizados (o de la aprobación de una sociedad basada en valores transmitidos)

En este tercer tipo de dependencia, los efectos externos se han interiorizado. Sigmund Freud hablaba de este respecto del “superyó”, una instancia psíquica del ser humano que le instaría a seguir las órdenes y normas de la sociedad a la que pertenecemos. Por consiguiente, lo que estará “bien” en este caso será todo lo que coincida con la moral social. A pesar de que esta interiorización de los principios básicos de la convivencia humana constituye un enorme avance si la comparamos con el culto a la persona que se produce en los otros dos tipos, tampoco está exenta de peligro para la vida mental. Un ejemplo de ello lo tenemos cuando una persona no hace casi de la voz de su propia conciencia y abandona el camino que le conviene por culpa de una moda socialmente permitida.
En general, diremos que en la dependencia de efectos externos interiorizados existe el peligro de estar determinado por fuerzas ajenas: se actúa con aparente libertad pero en realidad se sigue la experiencia y la voluntad de un colectivo.

IV. La dependencia de efectos internos (o de la aprobación del estado anímico propio)

Las sensaciones del afectado siempre han estado incluidas en los tipos de dependencia citados hasta ahora. Nos sentimos bien cuando recibimos atención y recompensa, cuando las personas cercanas son un modelo a seguir y cuando sabemos que estamos en armonía con el entorno social. Sin embargo, todavía no hemos dicho que estar “bien” significa sentirse bien. Inclinarse hacia la buena sensación como patrón de conducta interno es un paso decisivo a favor de la independencia de efectos y normas externas. Sin embargo, este paso puede llevar directamente al cuarto tipo de dependencia: la dependencia de los efectos internos, es decir, de cómo nos sentimos después de un acto determinado. En este caso el peligro es obvio. El alcohólico, por ejemplo, se siente mal antes de tomar una copa y bien después de hacerlo. El ludópata también se siente mal cuando no tiene una mesa de juego delante y bien cuando la tiene…
En general, diremos que en la dependencia de los efectos internos el peligro de volverse adicto es inmenso: no se actúa voluntariamente, sino bajo el yugo del propio estado anímico.

V. La independencia de efectos de cualquier tipo y la dependencia de requisitos de tipo especial (aprobarse uno mismo)

Sólo la persona totalmente independiente de efectos externos e internos está capacitada para elegir libremente sus actos, incluso cuando al elegir recibe a cambio castigo, rechazo y condena de los demás, o pena y dolor en su alma. Sólo este ser humano libre estará en situación de cuestionarse el “bien en sí mismo” y buscar las cosas buenas, independientemente de si le aportan ventajas o inconvenientes y de si el mundo las reconoce o no como buenas. Sin embargo, es este nivel superior de desarrollo acecha un último peligro (tipo dependencia número 5): el peligro de que el “bien en sí mismo” sólo se haga si se cumple un requisito determinado, a saber, que otras personas también estén dispuestas a hacer el “bien en sí mismo”. Por ejemplo, muchos saben que la es “buena en sí misma”, pero sólo la firman si el enemigo acaba la guerra. Y si no lo hace, será culpable de que el “bien en sí mismo” no se haya hecho realidad.
En general, diremos que la dependencia de requisitos especiales a pesar de la independencia de efectos de cualquier tipo alberga el peligro de la vanidad. En este caso, se actúa con libertad pero siguiendo un lema: “Si el otro no, yo tampoco”.

Conclusión:

De los cinco puntos anteriores se deduce que el fenómenos de la “dependencia” depende principalmente de la importante que se otorgue al antes y al después de un acto autónomo. Si la importancia es alta, también lo será la dependencia; si disminuye la importancia, se podrá ponderar el sentido inherente a la acción y orientarla hacia él. Entonces, y sólo entonces, relucirá la verdadera libertad humana que nos permite hacer que lo bueno ocurra a través de nosotros si lo elegimos.
De estos puntos también podemos inferir algo más. No cabe duda de que la dependencia es una representación fundamental de estadios tempranos del desarrollo de la persona y un estado más o menos natural que se extiende a lo largo de tramos prolongados de la vida. Esto coincide con los resultados de investigaciones sobre la formación de la personalidad y los procesos de desarrollo moral y religioso desde la infancia. Los estadios considerados “superiores” en cada momento son siempre los de mayor independencia en comparación con los inferiores.
Sin embrago, habría que ver si de ello podemos extraer la conclusión de que cada persona está obligada a atravesar un estadio tras otro y que, por consiguiente, la evolución personal sigue el principio del “pasito a pasito” Permítanme que, desde mi larga experiencia en la práctica psicoterapéutica, contradiga esta idea.
El ser humano está llamado a hacer realidad sus más elevadas posibilidades. Desde su engendramiento, la persona está concebida para la libertad espiritual y la realización de un sentido en sus actos. La capacidad para la independencia y el conocimiento de lo que es “bueno en sí mismo” están instalados en el ser humano desde el principio. Los cinco puntos detallados anteriormente y las distintas fases evolutivas que otros expertos en la psique humana formularon mucho antes que yo, dormitan en nosotros como potencialidades antes de actualizarse, pero no todos tienen la misma potencialidad. Los “niveles elevados” siempre son los que nos esperan, nos atraen y nos llegan, mientras que los “niveles inferiores” siempre son los que se cierran cada vez más a nosotros y nos repelen. Cuanto más digno de la persona son los estadios de desarrollo que hay que alcanzar, tanta más potencia de actualización albergarán para seres humanos como nosotros, y tanto más espontáneos seremos nosotros para descubrirlos. De ahí que haya personas adultas que han vivido durante años instaladas en n nivel de dependencia infantil y que, repentinamente son capaces de madurar porque han oído la llamada de la libertad y la dignidad humana.
Por consiguiente, los expertos y profanos que trabajan con personas afectadas por la problemática de la dependencia tienen el deber de intensificar esa llamada que desde el principio existe y que proviene nada menos que del “bien en sí mismo”. El ascenso a la independencia interior puede producirse sin rodeos ni reservas allí donde se reciba esta llamada.

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2 comentarios

  1. Muy buen post!
    Comence a cuestionarme «el porque» de hacer algunas cosas. ¿Hacer por la recompensa o hacer por el hacer mismo?

    Saludos

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