Por Víctor H. Palacio
Si preguntamos ¿qué significa ser una criatura humana?, para los naturalistas la respuesta es: “el hombre es una criatura más de la naturaleza; a pesar de su complejidad, su conducta es predecible en principio. Su estado actual es determinado por su estado pasado. La conciencia del hombre no es confiable; no debemos fiarnos de ella y, de preferencia, descartarla por completo. Buscamos las leyes generales de la naturaleza; no la originalidad personal. Estudiamos al hombre; no a los hombres. Investigamos la realidad objetiva; no la subjetiva”, afirman los naturalistas (Allport, 1988: 66-67).
Esta corriente se limita a ver al hombre sólo en función de lo que es la realidad objetiva, dejando de lado la profundidad de la subjetividad en donde reside la toma de posición real de los seres humanos.
El hecho concreto es que el hombre es algo más que un ser reactivo, incluso más que un ser reactivo en profundidad. Si estuviera cómodamente fijado en estos niveles podríamos aplicar con confianza un esténcil uniforme para estudiar su naturaleza. El proceso de la vida no es menos paradójico que los procesos de la física moderna. ¿Cómo podríamos tratar con el espacio, que es infinito y finito; con la luz, que es una onda y una partícula; con los electrones, que pasan de una órbita a otra sin atravesar el espacio intermedio? De modo similar, un ser humano es estructura y proceso, un ser biológico y noético, un ser que cambia su identidad aún cuando la retenga. No es sorprendente que al final de su vida el famoso físico Bridgman haya dicho: “La estructura de la naturaleza eventualmente puede ser tal que nuestros procesos de pensamiento no le correspondan lo suficiente como para que nos permitan pensar en ella” (citado por Allport: 75).
Naturalmente, toda la psicología occidental estudia al hombre, pero ¿qué hombre estudia? ¿cuál es la concepción del ser humano que maneja esta psicología? Obviamente es muy variada, sin embargo, coincide en lo siguiente: estudia al hombre como ser aislado, lo abstrae de su sociedad; parafraseando a Marx, estos psicólogos hacen robinsonadas psicológicas. Pero no se puede entender al ser humano si se estudia a un individuo aislado de la sociedad y del momento histórico en que vive, porque el ser humano es un ser social, y si no se le estudia de esta manera, pierde su esencia. Por lo tanto, la psicología tradicional es ahistórica y asocial, ya que pretende buscar leyes universales, eternas e inmutables. Las características psicológicas han cambiado conforme la sociedad se transforma. Un hombre contemporáneo no piensa o siente igual a como lo hacía uno de la Edad Media.
Al leer los libros de los psicólogos ortodoxos, parecería que las leyes que buscan siempre han existido y existirán, así como los seres humanos desde que aparecieron sobre la faz de la tierra. Tenían, por ejemplo, complejo de Edipo para un psicoanalista y que tendrán este complejo toda su vida, independientemente de la época, el contexto social en el que se desenvuelven o la clase social a la que pertenezcan. Algo similar podría decirse de lo que piensan los seguidores de Piaget o Skinner. Estas posiciones son ahistóricas, asociales, metafísicas.
Por el contrario, la psicología, como ciencia social, tiene un objeto de estudio histórico; es decir, este objeto y las características psicológicas del ser humano cambian conforme cambia el momento histórico de la sociedad en que vive un ser humano determinado. Entonces, es necesario considerar la historia de la humanidad para conocer cuándo aparecen, cómo evolucionan y cómo han llegado a ser lo que son los procesos psicológicos (Medina, 2004).
Si la psicología se da en el ser humano y éste es un ser social, la explicación de sus características psicológicas debe buscarse en el tipo de sociedad en que vive. Como dice Marx, el hombre es producto de sus relaciones sociales. Entonces, en gran medida, la tarea del psicólogo consiste en conocer cómo se relaciona un individuo con su sociedad, para entender su manera de pensar, hablar, actuar y, en suma, su personalidad. Aún cuando lo psicológico es diferente de lo biológico y lo sociológico, el hombre no puede explicarse únicamente por medio de la psicología, porque su conciencia y comportamiento tiene como complemento y como condición esencial la sociedad. El análisis de las condiciones de existencia sólo puede hacerse al superar los casos individuales (Medina, 2004).
El hombre consta de tres partes, el cuerpo, la mente y el espíritu (al que nos referiremos en otra ocasión). El primero está sujeto a nuestros sentidos e indagaciones, lo mismo que las demás partes del mundo material externo. La mente es una sustancia, agente o principio al que referimos las sensaciones, ideas, placeres, dolores y movimientos voluntarios (Kantor, 2005).
La característica de lo psíquico, que nos indica la vinculación hacia otro ser humano, refleja nuestras percepciones, pensamientos, sentimientos, aspiraciones, intenciones, deseos que tenemos hacia ese otro que se nos presenta (Rubinstein, 1982).
Acerca del conocimiento
De lo que hemos expuesto atrás surgen algunos cuestionamientos ¿por qué vemos lo que vemos, por qué oímos lo que oímos, por qué sentimos lo que sentimos? La respuesta a todo esto la encontramos en la forma en que nos acercamos al conocimiento y en la manera en que distintas cuestiones tienen un significado en un sentido o en otro para nuestra existencia.
Según los psicólogos cognoscitivistas (Bartlett, Piaget, Tolman, Rapapport, etc.) creen que existen algunos elementos de conocimiento relacionados al espacio físico, al tiempo, a la velocidad y al idioma, que están determinados genéticamente y para los cuales no es necesaria experiencia previa alguna (Neisser, 1976).
Con este componente genético de nuestro conocimiento, tendríamos la base de lo que Bertrand Russell caracteriza como creencia instintiva. A decir de este autor, esta noción se refiere a “una creencia formada en nosotros en cuanto empezamos a reflexionar (y cuya importancia es tal que) todo conocimiento debe fundarse en nuestras creencias instintivas y, si éstas son rechazadas, nada permanece” (Russell, 1975: 28-29).
Finalmente, Merleau-Ponty, abundando sobre lo mismo e incluyendo a la percepción como un elemento fundamental, nos dice: “la percepción es un juicio, mas un juicio que ignora sus razones; esto equivale a decir que el objeto percibido se da como totalidad y como unidad antes de que hayamos captado su ley inteligible” (Merleau-Ponty, 1975: 63).
En el proceso de conocimiento se van generando conceptos, los cuales vienen a ser la esencia de determinada cosa o hecho en el pensamiento. Aquí debemos diferenciar la esencia de la existencia. A decir de Bertrand Russell la esencia se opone a la existencia en el sentido de que “el mundo de la esencia es inalterable, rígido, exacto, delicioso para el matemático, el lógico, el constructor de sistemas metafísicos y todos los que aman la perfección más que la vida”. Contrariamente a esto, el mundo de la existencia es fugaz, vago, sin límites precisos, sin un plan o una ordenación clara, pero contiene todos los pensamientos y los sentimientos, todos los datos de los sentidos y todos los objetos físicos, todo lo que puede hacer un bien o un mal, todo lo que representan una diferencia para el valor de la vida y del mundo” (Russell, 1975b: 89).
Este punto puede ser discutible, aunque no deja de ser profundo. Tomado como lo plantea Bertrand Russell, el mundo de la existencia es más rico e interesante, ya que en él se encuentran los aspectos nodales de la vida. Sin embargo, podríamos complementar en el sentido de que en el mundo de las apariencias podemos autoengañarnos con facilidad e interpretar las cosas distorsionadamente; en tanto que en la esencia de las cosas, los procesos o las personas, se encontraría lo que realmente puede explicar conductas, acontecimientos, etc.
Otro elemento que tiene que ver con el conocimiento es el descubrimiento de las cosas, fenómenos, etc., y cómo nuestra mente en el momento en que conoce algo realiza procesos para que ese conocimiento permanezca en nosotros.
Los psicólogos de la Gestalt han demostrado que cuando la mente humana observa un fenómeno determinado, comienza a relacionar, estructurar y configurar dicho fenómeno. Para Rogers, “el organismo humano cuando actúa libre y no defensivamente, es quizá el mejor instrumento científico que existe, y es capaz de sentir esta configuración mucho antes de poderla formular concientemente” (Rogers, 1968: 62-63).
En la medida en que vamos conociendo, en esa misma medida el cerebro tiende a agrupar la información a través de significados, los cuales serán integrados en forma estructural (Allport, 1966).
Por otra parte, hablar de conocer es hacer referencia a que se conocen la función y la relación de aquello que se está conociendo. Al respecto, Rogers afirma que: “Toda ciencia está basada en un reconocimiento –ordinariamente prelógico, intuitivo, que implica todas las capacidades del organismo- de una sentida pero oscura forma o gestalt: una realidad escondida. Esta gestalt confiere sentido a fenómenos inconexos. La aprehensión total de esta gestalt será tanto más adecuada cuanto más libre se encuentre de los valores culturales y de otros valores científicos anteriores. Igualmente, será más precisa cuanto más se base en la sensibilidad total del organismo, en las intuiciones inconscientes como en las concientes. Considero este sentir una gestalt de relaciones, quizá, como el corazón de toda verdadera ciencia” (Rogers, 1968: 64-65).
Ahora bien, para que podamos adentrarnos en el conocimiento de un objeto o de un sujeto o de un proceso, se requiere irse adentrando en el fenómeno de las partes y el todo. Este es un fenómeno de suma relevancia ya que ha venido a cuestionar la forma en como se concibe a la ciencia y si es posible que ésta sea comprendida a través del estudio de sus partes o bien entendiendo los mecanismos de su totalidad. Michael Polanyi dice en torno a esto: “No podemos comprender el todo sin ver sus partes, pero podemos ver las partes sin comprender el todo… Cuando comprendemos como parte de un todo a una determinada serie de elementos, el foco de nuestra atención pasa de los detalles hasta ahora no comprendidos a la comprensión de su significado conjunto. Este pasaje de la atención no nos hace perder de vista los detalles, puesto que sólo se puede ver un todo viendo sus partes, pero cambia por completo la manera como aprehendemos los detalles. Ahora los aprehendemos en función del todo en que hemos fijado nuestra atención. Llamaré a esto aprehensión subsidiaria de los detalles, por oposición a la aprehensión focal que emplearíamos para atender a los detalles en sí, no como partes del todo” (Polanyi, 1966: 22-23).
En este punto Polanyi se acerca a los planteamientos de Merleau-Ponty acerca del concepto de estructura. Este autor señala que las estructuras no pueden ser definidas en términos de realidad exterior, sino en términos de conocimiento, ya que son objetos de la percepción y no realidades físicas; por esto las estructuras no pueden ser definidas como cosas del mundo físico, sino como conjuntos percibidos y, esencialmente, consisten en una red de relaciones percibidas, que es vivida más que conocida (Merleau-Ponty, 1976). Obsérvese el matiz que Merleau-Ponty le da a aquellas percepciones o relaciones que vivimos, más que a lo que estamos conociendo.
Cabe señalar que cuando hablamos de elementos subsidiarios o funcionales nos estamos refiriendo a cuestiones que son inespecificables.
En 1894, Dilthey afirmó que “todo el pensamiento psicológico se basa en el principio de que el asir el todo nos capacita para interpretar y definir los detalles” (Allport, 1988). De esta manera Dilthey hace una distinción entre el concepto de comprensión y el de explicación. Esta última se centra en el análisis y la división para buscar las causas de los fenómenos y su relación con otras realidades. En ese sentido, la explicación tiende a aplicarse más en las ciencias naturales. Contrariamente, la comprensión se refiere a la captación de las relaciones internas y profundas mediante la injerencia en su intimidad, respetando la originalidad y la indivisibilidad de los fenómenos. Así, en lugar de parcializar la realidad, como lo hace la explicación, la comprensión respeta la totalidad vivida; el acto de comprender reúne las diferentes partes en un todo comprensivo. Paradójicamente, los resultados a los que se llega no son directamente verificables por la experiencia, pero se nos imponen con evidencia (Freund, 1975).
Finalmente, otro elemento en el conocimiento es algo que podríamos llamar intuición científica. Esta se refiere al significado, alcance o estructura de un problema en especial. Su característica es la espontaneidad, ser íntima, inesperada, instantánea, intensamente clara y no ocurre a través del razonamiento. Dice Martínez: “todo nuestro trabajo intelectual opera continuamente sobre la base de intuiciones, grandes o pequeñas. Las grandes, las que dan saltos o toman atajos (a través de múltiples y rápidas relaciones inconscientes) necesitan ser ‘desglosadas’ y analizadas después para ‘verificar’ su rectitud y lógica; las pequeñas lo necesitan menos; pero siempre en definitiva, terminamos recurriendo a una visión intelectual; sin ella no hay conocimiento” (Martínez, 2004).
El mismo Einstein habló de la intuición cuando se refería a sus procesos creativos, diciendo que “lo verdaderamente valioso es la intuición” (Summers, 1976).
Ahora bien, en la medida en que vamos conociendo procesos, estructuras, personas, problemas, etc., es necesario que nos auxiliemos de conceptos con la finalidad de categorizar adecuadamente a lo que nos estamos refiriendo.
En psicología, las percepciones y observaciones juegan un papel trascendental y permiten acercarnos a la naturaleza del concepto de aquello que queremos describir. Cuando se realiza un proceso de observación (externo o interno) de cosas y hechos, éste tiene una intención y un propósito determinados. De esta manera, a nuestra percepción se impone un conjunto estructurado, una estructura total que posee un significado personal.
Por otra parte, está la conciencia. Esta se manifiesta en la medida en que vamos sabiendo, conociendo. “El saber que se forma en la conciencia del individuo es la unidad de lo objetivo y lo subjetivo” (Rubinstein, 1982: 21). La conciencia del individuo “es la unidad de lo experimentado con lo sabido” (Rubinstein, 1982: 22).
El proceso de toma de conciencia lleva a lo siguiente: “Para darme cuenta de mis inclinaciones debo darme cuenta del objeto hacia el cual se dirigen”. Dicho de otra manera, “la conciencia del sujeto no puede reducirse a una pura subjetividad, que exteriormente se opone a lo objetivo (sino que es) la unidad o el conjunto de lo subjetivo y lo objetivo (Rubinstein, 1982: 23). Puede agregarse que “la conciencia, por su naturaleza más originaria, no es solamente percepción, reflejo y reflexión, sino también relación y valoración, reconocimiento y repulsión, afirmación y negación, aspiración y rechazo, etc.” (Rubinstein, 1982: 28). Afianza su planteamiento Rubinstein al afirmar que “la conciencia pone de manifiesto el ser del individuo” (Rubinstein, 1982: 28).
La conciencia en la logoterapia
Brito nos dice que el ser humano tiende hacia el otro porque es atraído por él. “Este momento que se llama autoconsciencia, es igualmente nuestra conciencia del otro. Sólo podemos darnos cuenta de nuestro Yo, al darnos cuenta de que el otro es distinto de nosotros. Y precisamente nos damos cuenta de esa diferencia porque el otro Yo interpela, nos llama, nos exige salir de nosotros, nos presenta su necesidad, que no forzosamente coincide con la nuestra, y ante la cual podemos responder, o bien negarnos” (Brito, 1998).
Al llevar a cabo este proceso, se comienza a encontrar el sentido de la vida. En este sentido, a decir de Frankl, el trascenderse “hacia algo o alguien distinto de uno mismo es salir ya de lo meramente psíquico y entrar en lo espiritual o existencial. Es necesario advertir que, así como existe un psicologismo, es posible caer en un `noologismo o espiritualismo´, el cual consiste en creer que lo espiritual es el único nivel de la existencia humana” (Frankl, 2003). No, el espíritu sólo es la unidad antropológica, y por lo tanto integra las otras dimensiones naturales del ser humano: la biológica, la psíquica y la social. El espíritu, lejos de eliminarlas o destruirlas, las sana y las humaniza. “La dimensión más elevada no excluye, incluye a todas las demás” (Frankl, 1984). En realidad, “la unidad de lo múltiple” ha sido la clásica definición del ser humano (Frankl, 1984).
La nueva idea de la conciencia: del “yo” a la “existencia”
Para la logoterapia hay una comprensión o idea del hombre que busca su esencia: el hombre se revela como “conciencia”. Este término no designa aquí un “algo” o un “aspecto” constitutivo del hombre, sino lo que el hombre simplemente es, el modo primario, fundamental y esencial como se presenta existencialmente. Hay “hombre” cuando aparece la “conciencia”. La doctrina de Frankl está íntimamente ligada a esta idea del hombre.
El hecho de que en la logoterapia se vuelva a hablar otra vez de la “conciencia”, de que ser-hombre no significa ser-impulsado, mero resultado del juego de las pulsiones psíquicas, sino ser-conciente, responsable, libre, nos lleva a instalarnos en una “psicología de la conciencia”, que quiere recuperar el cetro perdido de manos de la “psicología del inconsciente”, dominante por décadas desde Freud. Para todos los que han hecho su formación psicológica en la actualidad, en especial de base psicoanalítica, es muy importante señalar que la “conciencia” de la que habla Frankl no es la conciencia de aquella “psicología de la conciencia”, que tenía aún algún predicamento en el siglo XIX, como resabio del idealismo, y contra la cual Freud diseñó su “inconsciente”. No se trata de una conciencia meramente “psicológica”, sino conciencia “espiritual”, ética o moral (Brito, 1998).
BIBLIOGRAFÍA
1) Allport, G., La personalidad: su configuración y desarrollo, Herder, Barcelona, 1966.
2) Allport, G., La persona en psicología, Trillas, 1988.
3) Brito Luis, Los nuevos caminos de la libertad: del psicoanálisis a la logoterapia, ed. Diana, México, 1998.
4) Frankl, V., Psicoterapia y humanismo. ¿Tiene un sentido la vida?, ed. FCE, México, 1984.
5) Frankl, V., Logoterapia y Análisis existencial, Herder, Barcelona, 2003.
6) Freund, J., Las teorías de las ciencias humanas, Península, Barcelona, 1975.
7) Kantor, J., La evolución científica de la psicología, Trillas, México, 2005.
8) Martínez, M., La psicología humanista: un nuevo paradigma psicológico, Trillas, México, 2004.
9)Medina, A., Psicología y epistemología: hacia una psicología abierta, Trillas, México, 2004.
10) Merleau-Ponty, M., Fenomenología de la percepción, Península, Madrid, 1975.
11) Neisser, U., Psicología cognoscitiva, Trillas, México, 1976.
12) Polanyi, M., El estudio del hombre, Paidós, Buenos Aires, 1966.
13) Rogers, C., “Some thoughts regarding the current presupposition of the behavioral sciences, en: Coulson y Rogers, Man and the sciences of man, Merril, Ohio, 1968.
14) Rubinstein, S., Principios de psicología general, Grijalbo, México, 1982.
15) Russel, B., La perspectiva científica, Ariel, Barcelona, 1975.
16) Summers, R., A phenomenological approach to the intuitive experience, fotocopia, 1976.
*Economista, psicólogo y logoterapeuta.
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