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¿Cómo dudas, cómo decides?

Les presentamos dos interesantes artículos del reconocido escritor argentino Sergio Sinay quien expresa: “Me habitan tantos textos, que no me alcanzará una vida para parirlos. Disfruto, trasciendo, descubro el sentido de mi vida al escribir. Amo la palabra y procuro honrarla cuando la uso”.

Dime cómo dudas y te diré cómo decides
por Sergio Sinay

¿Por qué usamos esta ropa en este momento, y no otra? ¿Por qué comimos lo que comimos hoy? ¿Por qué dijimos lo que dijimos hace un rato a la persona que está a nuestro lado? ¿Por qué nos decidimos por tal película o tal libro? ¿Por qué vinimos por el camino elegido y no por uno alternativo? ¿Por qué estamos aquí y ahora en este lugar? Si detuviéramos cada escena y cada movimiento de nuestra vida veríamos cómo, desde que abrimos los ojos en la mañana hasta que los cerramos en la noche, tomamos y ejecutamos decisiones. Algunas son conscientes, la mayoría de ellas no. Sólo en las situaciones en que no hay opción no decidimos. Y esas situaciones son minoría. En la mayoría de las ocasiones se nos aparece más de un camino, de una palabra o de una actitud posible.
Es imposible no dudar y es imposible no decidir (por acción o por omisión). Dudamos y decidimos. A menudo lo hacemos del mismo modo en que respiramos o caminamos. Es decir, sin pensarlo o sin estar conscientes de ello. En cierto modo, dudar es parte de la vida. Y estamos vivos porque, así como hemos respirado desde el momento en que nacimos, hemos resuelto dudas y tomado y ejecutado decisiones.
Antes de estar ante una decisión estamos ante una duda. La decisión será resultado de la resolución de la duda. “¡Cómo me gustaría poder decidir!”. “Mi problema es que no sé tomar decisiones”. “No me decido”. Son frases comunes, conocidas, prácticamente todos las hemos oído o las hemos expresado. Podríamos traducirlas de esta manera: “¡Cómo me gustaría resolver esta duda!”, “Mi problema es que no puedo resolver la duda” o “No puedo integrar estas opciones en una acción que las resuelva”.
Cuando ponemos el acento en la decisión y no en la duda, estamos privilegiando el resultado por encima del proceso necesario para alcanzar ese resultado. Pareciera que duda y decisión fueran términos antagónicos. Que, en fin, quien sabe decidir no duda y el que duda no es confiable en sus decisiones. También existe la creencia de que quienes toman decisiones no dudan y de que los dudosos no debieran tener a su cargo decisiones importantes. Sin embargo, duda y decisión son, en verdad, términos consecuentes y complementarios, partes de un proceso de resolución de situaciones.
La duda es un estado transitorio de nuestro ser. Este estado se presenta cuando percibimos dos facetas distintas en una situación determinada y no logramos integrar ambas facetas en una única acción que las exprese y resuelva. Esas facetas, aunque disparadas por un elemento externo (persona, situación, suceso, etc.) no están en el exterior, sino en nuestra interioridad. Dudar es, entonces, atravesar un desacuerdo interior. Una parte de mí quiere una cosa y otra parte quiere lo contrario. Una parte teme y otra se atreve. Una parte desea y otra se reprime. Una necesita más velocidad y la otra más calma. Según sea el motivo de la duda o aquello que espera mi decisión, serán diferentes las polaridades que se expresen.
La duda es un período necesario en todo proceso de decisión. Durante ese período acopiamos información (racional, fáctica, emocional y afectiva) acerca de las opciones que se nos presentan y, sobre todo, rica información acerca de nuestros propios aspectos o facetas interiores que se expresan en esta situación . El período de duda nos permite discriminar si las alternativas que enfrentamos son de la misma envergadura, de la misma intensidad, de la misma trascendencia, del mismo peso. Si uno de nuestros aspectos es más débil o temeroso o vulnerable estará menos capacitado, habrá que ayudarlo a transformarse, a fortalecerse. No será ignorándolo o dejando de lado sus argumentos como alcanzaremos una decisión armónica y tranquilizadora.
Es muy importante que una decisión, para resultar satisfactoria, sea producto de un consenso. Esto, que vale para las relaciones interpersonales, es esencial e ineludible en el plano de lo personal individual (o intrapersonal) Muchas veces cómo se decide es más importante que qué se decide. Si el cómo incluye la escucha, la capacidad de prestar atención a los disensos (que necesariamente se presentarán en la búsqueda del consenso) y el respeto, y si excluye la descalificación, el prejuicio y el dogmatismo, en la decisión habrá lugar para un factor fundamental: el arrepentimiento.
Es primordial que la toma de una decisión deje un lugar para el arrepentimiento. Lo más importante de mi decisión no es el resultado de mi acto, sino la actitud de llevarlo a cabo. Si lo entiendo así, podré darme cuenta si necesito transformar mi decisión, cambiarla o cancelarla. Estaré mejor preparado para esto cuanto más instrumentado haya estado ante mi duda. Instrumentarme ante una duda consiste en tomar toda la información posible (externa e interna, de datos y de emociones) acerca de las opciones. Instrumentar es, también, darle espacio a mis voces y aspectos internos, escucharlos sin juzgarlos, contemplar sus razones. Esto me permitirá no decidir en términos de vida o muerte, sino en términos de una mejor calidad de vida emocional. A mayor instrumentación, tendré más flexibilidad y más capacidad de improvisación. Flexibilidad, espacio para el arrepentimiento y capacidad de improvisación son poderosos nutrientes de una decisión sabia. Cuando la instrumentación es pobre, cuando prevalece la exigencia sobre el resultado, crecen las posibilidades de que se presente la confusión. La confusión es una forma desorganizada y precaria de sintetizar las opciones que se presentan para decidir.
Tanto duda como confusión son, a su vez, estados vinculados a situaciones concretas (de tipo laboral, vincular, afectivo, social, etc.). No ocurre así con la incertidumbre. Este estado se diferencia de los dos anteriores en que está referido específicamente a aquellos aspectos de la vida que nos involucran y que no controlamos. Es inevitable vivir con una cuota de incertidumbre. Hay un amplio espectro de la vida que está fuera de nuestro control y que siempre lo estará. No porque se nos haya “escapado”, sino porque así son las cosas, así fluyen, así transcurren. Es el devenir de la existencia. Creer que todo puede ser controlado no sólo es quedar prisionero de una ilusión, sino también precipitarse a una angustia segura. Ante la incertidumbre no hay duda por resolver ni decisión por tomar.
En cuanto a la duda, no siempre ella exige que nos decidamos por una cosa. Quizá la duda es una maestra. Se presenta para que, atravesándola, podamos descubrir qué parte de verdad hay en cada una de las alternativas que se nos ofrecen. Si podemos reconocer lo esencialmente verdadero de cada opción, se reducirán los márgenes de error de nuestra decisión. Porque ninguna duda se resuelve de manera integradora y armónica mediante la exclusión o descalificación de uno de los términos. La duda, como todo desacuerdo, no debe ser ni salteada, ni exterminada, ni cancelada, sino resuelta. Resolver es encontrar un nuevo estado a partir de los elementos dados. Es transformar, incluyendo la cuota de verdad esencial que contiene cada opción. Y muchas veces resolver una duda es crear una nueva opción, que no aparecía contemplada en el principio. Así, decidir, más allá de los resultados, será una manera de estar en paz conmigo mismo. Porque cuando aprendo a dudar, aprendo a decidir.

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Un comentario

  1. Leí tu artículo y me pareció muy acertado, en estos días transcurridos me he visto involucrada en tus palabras escritas, no es fácil tomar una decisión, claro una decisión razonada, la duda es tan intrigante que afirmo lo que leí, gracias por tu nota, me ayudó para comprender más ….

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