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Comentarios a la obra de teatro “El Tren de la Esperanza”

Por Verónica Carballo Meza

UNA EXPERIENCIA DE VIDA PARA COMPARTIR

El pasado sábado 7 de febrero, tuve la grandiosa oportunidad de asistir a una obra de teatro en el Centro de Reintegración Social de San José El Alto en Querétaro. El evento dio inicio con una misa de acción de gracias en la capilla del mismo lugar y posteriormente vino la fabulosa actuación de aproximadamente 150 internos, entre hombres y mujeres.

Ese día, después de 29 representaciones, exponían la última puesta en escena de la obra “EL TREN DE LA ESPERANZA”, bajo la dirección del Lic. Sergio Rod Díaz, Jefe del Area Cultural.  Dicha obra representaba la vida, en los campos de concentración de Auschwitz, durante la Segunda Guerra Mundial, del Dr. Viktor E. Frankl, médico especialista en neurología y psiquiatría, nacido en Viena.

La escenografía fue hecha por los propios internos, participando desde pintores, carpinteros, electricistas, etc., y aquel escenario realmente proyectaba las condiciones inhumanas de vida, el dolor y el sufrimiento de los judíos, bajo la opresión de Adolfo Hitler. Desde los vagones de un tren fabulosamente construido, se veían bajar los prisioneros que eran conducidos a ese horrendo campo de exterminio. Hubo también quienes se encargaron de cuidar los detalles del vestuario.

En un trabajo de equipo, entre custodios e internos, lograron adaptar un espacio para que los invitados pudiéramos sentirnos cómodos y seguros, durante la presentación.

Desde la entrada al CERESO, se nos brindó un trato cordial por parte de los custodios, haciéndonos sentir seguros. En la entrada al teatro, habían algunos hombres con uniforme de pants azul en el que decía: campeonato de pentatlón. Eran unos jóvenes sonrientes y muy amables que conducían a los invitados a tomar asiento, imaginé que pertenecían a algún grupo deportivo y que ese día estaban apoyando al área de seguridad.

Más tarde me enteré que ellos también eran internos. No pude evitar pensar qué delito pudieron haber cometido esas personas que parecían tan correctas, cordiales y dispuestas a servir; lo cierto era que en ese momento no había diferencias entre unos y otros.

La obra dio inicio con un escalofriante sonido de sirenas y una ráfaga de metralletas en medio de la obscuridad, donde daban muerte a todos aquellos individuos que no pertenecían a la llamada “raza pura”, “raza perfecta”. Me parece que después de estos segundos, todos quedamos consternados, yo hice esfuerzos para contener mis lágrimas por esa sensación de horror que sentí, pues finalmente era algo traído de la realidad.

Los diálogos narraban como Viktor Frankl, un médico con una carrera prominente, al llegar a ese lugar, su identidad queda reducida a un simple número, había sido separado de su familia y despojado de todo. Frankl poseía una fe, y una fuerza de voluntad inquebrantables que lo ayudaron a sobrevivir ante el dolor de la pérdida de su esposa embarazada, de su madre en la cámara de gases, y posteriormente la muerte de su padre y su hermano en aquellos campos. Sin embargo, nunca perdió la esperanza ni su sentido de vida; sabía que mientras mantuviera su fortaleza espiritual, siempre habría una esperanza.

Frankl decía que al hombre se le podía arrebatar todo, menos la última de las libertades, “su libertad interior”, “su yo más íntimo”. A pesar de las condiciones a las que se veían expuestos los prisioneros, cada uno decidía que tipo de persona deseaba ser y en esta decisión no influía ni el entorno del campo. Estas personas eran dignas de sus sufrimientos y la forma en que los aguantaron, fue un logro interior genuino. Es esa libertad espiritual, que no se puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido bajo cualquier circunstancia.

El nazismo le permitió a Frankl conocer al hombre: “Ese ser capaz de inventar las cámaras de gases, pero también ese ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida, con paso firme y el padre nuestros en los labios”.

Al finalizar la obra, nos pusimos de pie y estuvimos aplaudiendo por largo rato. En lo personal mis manos ardían por tantos aplausos, pero en ese momento era la única forma que tenía de poder transmitirle a ese grupo de hombres y mujeres, que en algún momento de su vida, habían tomado un camino equivocado y que hoy pagaban por ello, mi respeto y admiración por ese ejemplo de vida que nos daban, por su determinación para decidir comenzar de nuevo y asumir con responsabilidad una segunda oportunidad.

Es cierto que somos lo que el medio ambiente ha hecho de nosotros, pero también es verdad, que se nos ha otorgado el preciado Don de la libertad de elección sobre la actitud personal ante un conjunto de circunstancias, para decidir nuestro propio camino.

Estas personas que en algún momento cometieron un daño a la sociedad, esa noche nos daban una lección de fe, de amor, de esperanza y de voluntad. Pude sentir que en sus corazones había una súplica de perdón, un grito implorando un voto de confianza. Creo firmemente que este trabajo: “El Tren de la Esperanza”, tan extraordinariamente escenificado y tan bien dirigido, logró cambiar la vida de muchos internos, así como el pensamiento de muchos de nosotros, los invitados.

Siempre he creído que cuando alguien está dispuesto a brindarnos amor y confianza, las personas podemos obrar de formas inimaginables y este día pude comprobarlo. Esa noche ese campo de concentración que estaba por escenario, se convertía en un campo de energía de amor y de esperanza, donde todos los corazones latían como si fueran uno solo y no cabe la menor duda que Dios estaba presente.

Aún, y pese a tantos años transcurridos desde aquel terrible holocausto, el hombre sigue siendo, tristemente, el peor enemigo del hombre.

Hay mucho por hacer y todos podemos ser parte del cambio, para mejorar el presente y el futuro; para educar con amor al niño de hoy, y así evitar se castigue al hombre del mañana.

Es triste darnos cuenta de que mientras algunas personas se esfuerzan por encontrar alternativas para formar mejores seres humanos y útiles a la sociedad, otras tantas luchan por legalizar “la pena de muerte”. Todos merecemos una nueva oportunidad. Dios nos dio la vida y es solamente él, quien tiene derecho a quitárnosla.

El amor es la mejor arma que poseemos para ganar la batalla en este mundo individualista, superficial y materialista en el que vivimos. Es cierto que no podemos cambiar el mundo, pero sí podemos hacer cambios sobre nosotros mismos y nuestro entorno y luchar por un mejor futuro para las nuevas generaciones.

Muchas gracias por compartir conmigo esta reflexión.

Al Lic. Juan José Pedraza Tovar, Director de este Centro de Reintegración, le mando mi más profundo reconocimiento por esta loable labor que hace con los internos y también le doy las gracias por todas las facilidades que nos brindó para compartir esta maravillosa experiencia; por demostrarme que el amor puede más que la razón y por devolverme la confianza en que, en estos centros de reintegración, existen personas capaces de hacer su trabajo con tanta calidad humana.

Con un afectuoso saludo,

Verónica Carballo Meza

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