Por: Ma. Teresa Lemus de Vanek
“Morir es trasladarse a una casa más bella, se trata sencillamente de abandonar el cuerpo físico como una mariposa abandona su capullo.”
Frases como éstas, llenas de consuelo y esperanza son las que la Dra. Elisabeth Kübler-Ross pronunciaba a diario a la cabecera de sus enfermos.
Doctor honoris causa por 28 universidades alrededor del mundo, es reconocida como una autoridad en materia de tanatología.
Enseñó a afrontar la muerte con dignidad y sosiego a una sociedad que prefería ocultarla. Se opuso al trato despersonalizado por parte del personal médico hacia los pacientes, especialmente los desahuciados. Según sus estudios, el 80% de la población norteamericana muere en una institución donde se convierte en un proceso mecanizado; ella luchó por rehumanizar la medicina y la psicoterapia.
Este propósito le ganó la admiración y respeto de Viktor Frankl quien por su lado insistía en Europa por una humanización de la psicología y de la práctica médica.
Nacida en Zurich, Suiza, el 8 de julio de 1926, su vida fue un testimonio de la capacidad de oposición del espíritu humano ante la adversidad. Trilliza, con 900 gr. al nacer, que no prometían una supervivencia. Se inicia allí su lucha por la vida y más adelante por la defensa del valor de la individualidad. Idéntica a sus dos hermanas, ni sus padres la reconocían. “Mis conejos eran los únicos seres vivos que nunca me confundían con mis hermanas.”(1991, p.150)
Se opuso a un padre rígido que no aceptaba la idea de que Elisabeth estudiara medicina y esperaba que su hija lo ayudara en su oficina para después pasar a ser “una simpática y devota ama de casa suiza y no una tozuda psiquiatra de opiniones poco ortodoxas, escritora y conferencista”.(1997, p.16) Más tarde se opondría al mundo médico y a toda una sociedad que la rechazaría por sus planteamientos y por su labor humanitaria con los moribundos y con los enfermos de sida.
Trabajaba como asistente de un cirujano oftalmólogo cuando al terminar la guerra en 1945, a sus 19 años -antes de ingresar a la facultad de medicina- se une al Servicio de Voluntarios por la Paz que tenía como misión ayudar a reconstruir las ciudades destruidas por la guerra y llevarles atención médica, medicinas y alimentos, tarea que embonaba perfectamente con el sentido de servicio de Elisabeth.
Se encontró con los efectos devastadores de la guerra, hambruna, dolor, enfermedad, muerte.
Trabajó gran parte de ése tiempo en Polonia y allí aprendió grandes lecciones para su trabajo futuro. Su visita a Maidanek, campo de concentración -que fue un enorme laboratorio de muerte de Hitler-, donde murieron más de 300 000 personas, la marcó para siempre. En las paredes de las barracas, junto a los camastros observó dibujos y nombres que los prisioneros hacían tal vez con piedras o con las uñas… y una y otra vez, mariposas. ¿Por qué mariposas?, la respuesta la encontraría años más tarde.
Regresó a Suiza transformada por las experiencias vividas, exhausta, hambrienta; anhelaba la comodidad de su cama y la abundante y sabrosa comida de su madre. El arduo trabajo de esa época y la enfermedad la tenían en 40 kilos. Mas su padre le negó la entrada a casa por no haber seguido sus instrucciones de no asistir, por su seguridad, a países que quedaron en manos comunistas.
Una amiga la invitó a rentar con ella un pequeño departamento en la azotea de un edificio, pidió dinero prestado a su hermana para presentar el examen de admisión en la facultad de medicina y al mes siguiente ingresó a la Universidad de Zurich. Estudiaba y trabajaba en el laboratorio de oftalmología para pagar sus gastos.
Su objetivo era graduarse para ofrecer sus servicios médicos en la India como lo había hecho Albert Schweitzer en África a quien ella admiraba profundamente.
En los últimos años de estudio conoce a quien más tarde sería su esposo. Un norteamericano de origen judío, estudiante de medicina, Manny Ross. Después de graduarse, se casan y emigran a Nueva York de donde Manny era originario.
Deja Suiza y sus planes con tristeza pero presiente que en Estados Unidos le espera una gran aventura.
Y no se equivocaba; como extranjera, tendría que aceptar la plaza que le asignaran sin posibilidad de elegir. Esta se dio en el Hospital Estatal de Manhattan, un hospital psiquiátrico donde se daba el peor de los tratos a los internos. Modifica muchos de los procedimientos y después de dos años logra dar de alta a la mayoría de los enfermos crónicos para reintegrarlos a la sociedad de manera que se hicieran cargo de sí mismos. Cuando le preguntaron qué teoría aplicaba, respondió que no tenía alguna en especial. “Hago lo que me parece correcto, tratarlos como personas. El conocimiento solo no va a sanar a nadie. Si no se usa la cabeza, el alma y el corazón no se puede contribuir a sanar siquiera a un solo ser humano.”(1997, p.152)
Más adelante emprendió su labor como acompañante a enfermos terminales, tanto personas mayores como niños. Siguiendo el mismo proceso de escuchar con respeto y apertura a todo lo que estas personas querían comunicarle, empezó a elaborar un esquema de las fases por las que atraviesa una persona que se enfrenta a la muerte. Mismas que viven también los familiares del enfermo en un proceso de duelo.
Publica en 1969 el libro que causó una revolución en el mundo médico e intelectual, “De la muerte y los moribundos” donde da a conocer los resultados de sus investigaciones con 200 enfermos terminales:
La muerte forma parte de la vida y es su parte más importante.
El enfermo terminal pasa por un proceso que incluye cinco fases: negación y aislamiento ante la noticia; enojo y rebelión ante la idea de morir; negociación y regateo con la vida, con Dios; depresión porque la vida se acaba; aceptación y espera silenciosa, con una comunicación más muda que oral, más de gestos y símbolos que de palabras. Y entonces viene el fin.
La persona que presiente su muerte utiliza un lenguaje simbólico para comunicarnos que su fin está cerca. Es necesario abrir nuestros oídos y nuestra mente para entender dicho lenguaje.
En la cercanía de la muerte, se experimenta la presencia de familiares muertos que acompañan a realizar la transición. La consciencia y la unicidad se preservan en otra forma de existencia más allá de la muerte.
Sus alumnos y colegas intentaban poner la etiqueta de “psicótico” a las personas que compartían con ellos en los seminarios sus experiencias en el umbral de la muerte (EUM) para no tener que pensar más. “Eso es más fácil que renunciar a prejuicios y a la propia necesidad de crítica, juicio y castigo…a la propia negatividad”, les respondía.
Sus investigaciones la llevan a recopilar a lo largo de 30 años alrededor de 20 000 casos de experiencias en el umbral de la muerte, no solamente de enfermos terminales sino de personas que tuvieron muerte clínica y fueron reanimadas en las salas de emergencia de los hospitales; se convirtió así en la “señora de la muerte” como la llamaban con ironía los médicos que no podían aceptar ni el tema ni su estilo de trabajo.
“Mi meta era romper con la barrera de la negación profesional que prohibía a los pacientes expresar sus más íntimos sentimientos y preocupaciones y devolverles esos derechos.” (1969)
Nada la venció, ni la crítica, ni el rechazo, ni el fuego que prendieron a su casa en Virginia cuando pretendía adoptar a niños con sida que nadie quería. El incendio consumió todo: su biblioteca, los 20 000 historiales médicos de sus investigaciones, su colección de arte de los indios americanos, sus animales….todas sus pertenencias.
Después de asimilar y superar tal experiencia, sufre varias embolias de las que se recuperaba trepando las montañas, retándose a sí misma. Inició un nuevo hogar en Scottsdale, Arizona donde continuó investigando y escribiendo. Se retiró en 1995, aunque continuó dando conferencias, escribió todavía dos libros y recibía a cientos de visitantes de todo el mundo.
En marzo de 1999 la revista Time la incluye en la lista de los 100 pensadores más destacados del siglo XX.
Al final de su vida había escrito más de 20 libros incluyendo “Sida, el último reto” , había impartido también conferencias alrededor del mundo y cientos de seminarios-taller para el trabajo de los desahuciados y sus familiares, llamados “Muerte, morir y transición”; inició también un nuevo sistema de hospicios especializados en el trato de enfermos terminales.
Y le llegó el momento de hacer su propia transición. El 24 de agosto del 2004 vivió su muerte como ella quería; en su casa, rodeada de su familia y personas queridas.
Elisabeth Kübler-Ross nos deja un legado de valentía, congruencia y humanismo.
Sus enseñanzas han enriquecido no solo el proceso de morir de miles de personas sino las vidas de muchas otras:
La muerte es la transición de un estado de vida a otro más pleno. Es abandonar el cuerpo como la mariposa abandona su capullo cuando está lista para volar.
Todos los moribundos saben que están muriendo y lo que necesitan es sinceridad, compañía y escucha de sus médicos y familiares para vivir el proceso.
La vida es una escuela donde cada uno de nosotros aprendemos nuestras propias lecciones para crecer como seres humanos. Si no aprendemos por la vía fácil, tendremos que aprender por la vía difícil.
Vivir plenamente, sin pendientes, nos prepara para poder irnos en paz y dejar ir en paz.
El desamor ha matado a más personas que muchas guerras. La lección más importante a aprender en la vida es el amor incondicional.
Las personas moribundas son grandes maestros de la vida, hay mucho qué aprender de ellas si nos atrevemos a escucharlas.
El mejor servicio que un médico o terapeuta puede prestar a sus pacientes además del conocimiento, es ser una persona amable, atenta, cariñosa y sensible.
¡Adiós Elisabeth! vives en tu obra, en tu acompañamiento interesante, emotivo y cálido para los que te leemos; en el trabajo cotidiano de muchas personas que usamos tus herramientas en la práctica psicoterapéutica y en los que a través de ellas han encontrado consuelo y esperanza.
Gracias por tu trabajo, entrega y calidad humana que abren un camino para las generaciones de hoy y de mañana.
BIBLIOGRAFIA
Kübler-Ross, Elisabeth. (1996)SOBRE LA MUERTE Y LOS MORIBUNDOS. Editorial Grijalbo. España, Barcelona.
Ibidem. (1991) CONFERENCIAS. MORIR ES DE VITAL IMPORTANCIA. Ediciones Luciérnaga. Barcelona, España.
Ibidem. (1997) LA RUEDA DE LA VIDA. Editorial Grafo, S.A. Bilbao, España. Tercera edición.
No dejen de visitar el sitio de http://www.ekrfoundation.org/en-espanol/
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El amor es el único don de la vida que no perdemos nunca y es lo único que podemos dar de verdad. Elisabeth Kübler-Ross.
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Interesante entrevista realizada a Dr. Frankl. Las preguntas se centran no solamente en torno al desarrollo y conceptos de la logoterapia sino a experiencias personales como sus encuentros con Sigmund Freud y Alfred Adler, el significado de su familia en su vida, etc.
6 comentarios
Excelente recopilación de una maravillosa mujer Felicidades
Buenas noches. Estoy fascinada con la información de la Dra. Ross son conocimientos maravillosos.
Me alegro Brenda! Sí, su vida y obra son fascinantes!
Admiro a tres mujeres: Elizabeth kubler Ross,Diana Uribe (historiadora colombiana),y la madre Teresa de Calcuta
Estoy maravillada y Leo y Leo y vuelvo a leer algunos de sus libros que me han ayudado muchísimo a aceptar la muerte de mi madre y hacer mejor enfermera
Me alegro Diana Margarita. Gracias por leer y releer.