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¿Cuándo el ser humano es realmente humano?

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El ser humano es realmente ser humano cuando sufre, cuando se equivoca, cuando se enfrenta a la muerte. También lo es cuando mira hacia atrás y siente el peso de su pasado, y cuando mira hacia adelante con angustia por lo que vendrá. Pero hay más. El hombre es hombre también y sobre todo cuando acepta todas estas adversidades con humildad, como parte de su humanidad. Cuando deja de resistirse a lo que le toca vivir para renunciar a su equilibrio placentero y sin tensiones. Cuando se hace consciente de que a pesar del sufrimiento, todo (incluso el sufrimiento mismo) le brinda una posibilidad a actualizar, algo valioso que captar, un sentido que descubrir.

He aquí que el hombre este llamado a trascender, a ir más allá de sí mismo. El significado de su existencia no le compete de forma inmanente, sino en comunión con aquello que el mundo y la vida le otorgan con cada vivencia y con cada sacrificio. Y cuando llega a conocer de qué se trata es que ha desgarrado el velo de Isis que cubría sus ojos. Entonces el sentido cobra vida y lo espiritual toma el timón para encarnarse en su ser.

La vida del hombre adquiere sentido cuando lo valioso se le hace evidente. Y hará lo que hará y no será feliz mientras no enaltezca su espíritu aprehendiendo el valor intrínseco en cada acto, en cada encuentro humano, en cada momento, cuando se eleva por encima del instinto animal y del impulso irrefrenable. Y es que, en palabras de Elizabeth Lukas, la felicidad es un añadido a una vida plena de sentido.

Hace falta mucho más que analizar al ser humano. Hace falta conocer su propósito. Más que desbaratar sus intrincadas raíces y los orígenes de sus vacíos, resulta necesario conocer hacia donde se dirige y qué le impide avanzar. El hombre es un ser que se intenciona hacia lo valioso, por medio de su conciencia. Pero el ser conscientes es el acto mismo de ser libres, por lo que a la conciencia hay que actualizarla para poder hacer uso de la libertad. No solo basta con ser libres facultativamente, sino en acción. Así el ser humano accede a su derecho y deber fundamental: elegir cómo vivir lo que ha de vivir, responsable de si ante su vida, despierto, vivo.

Para esto hay que saber que el hombre no solo es una maquinaria biológica que nace, crece, se reproduce y muere. Tampoco es solo una mente que se divide las decisiones vitales entre impulsos e instintos. Es un ser espiritual que elige, que se intenciona, que se arrepiente, que se hace cargo. Y hay que colocarlo en el lugar que le corresponde. Si solo lo contemplamos desde su ser biológico dejaremos de lado lo valioso de su psique. Si contemplamos solo la psique dejaremos de lado el valor del cuerpo. Y si contemplamos la mente y el cuerpo solamente, dejamos de lado lo espiritual del hombre, lo específicamente humano y lo humanamente divino. La dimensión a la cual apelará para emanciparse de sus limitaciones, su parte sana. Y es necesario saber que desde su ser espiritual (amor, voluntad, intención, conciencia, intuición, humor, trascendencia) manifestado a través de mente y cuerpo, el hombre va logrando esta emancipación paulatina, responsabilizándose, liberándose. Es así que lo que parece solo psíquico tiene también un correlato en lo físico y lo que parece solo físico tiene también un correlato psíquico, ambos con un trasfondo existencial. Como diría Max Scheler, son sucesos diferentes solo fenomenológicamente. El hombre es una totalidad a pesar de su diversidad, un holos indivisible, y así hay que conocerlo y llegar a el para comprenderlo, sin reducirlo a solo alguna de sus dimensiones. Así mismo, ningún ser humano es igual que otro, y hay que respetar cada unicidad contemplando a cada hombre de forma integral. Si reducimos al hombre a algún plano de su existencia, todos los hombres nos parecerán el mismo hombre, y quizá, lo mismo.

El ser humano es realmente ser humano cuando se trasciende a si mismo, esto es, cuando se intenciona hacia una tarea o un encuentro con otro ser humano, con amor. Cuando pasa de la inmanencia a la trascendencia. Precisamente la persona neurótica tiene la característica de estar focalizada en si misma, sin salir, sin ver más allá de sus limitaciones, de su sufrimiento. Jamás captará lo valioso de su vida si no la vive, si no sale al mundo a realizarse, a vivenciar lo valioso, a cumplir sentidos. Cuan difícil puede resultar esto si la mente juega en contra, con miedos y evitaciones. En palabras de Frankl: “el neurótico evita a como de lugar hacerse responsable de sí”, ya que esto involucra aceptar que lo que es, es (Heidegger). El neurótico es fóbico y se vale de su creatividad para ser inauténtico huyendo de lo que siente, huyendo del mundo en el que se refleja. Es la creatividad desde la mente y no desde el espíritu. El llamado del hombre es a salir al mundo (Scheler), a ver que hay más allá de sí y de sus problemas. Es así que el ser humano se puede distanciar y saber que él no es lo que le pasa, y lo que le pasa no es el problema, sino lo que hace con lo que le pasa. Esto le permite responsabilizarse de sus experiencias. Pero es necesario salir desde algún sitio. Por esto el hombre ha de primero encontrarse a si mismo, para desde este puerto salir a navegar las aguas de su mundo. Solo se a donde voy, si se de donde vengo.

El hombre es un ser misterioso, llamado a ser un avatar en su propia independencia, un elegido para su propia libertad, una misión encarnada, un logos configurando su propia vida, una mano que coge otras manos con amor, realizándose continuamente, consciente de abrazar la incertidumbre del mañana y con la esperanza de saber que todo, absolutamente todo tiene sentido.

Alejandro Salomón Paredes

Psicólogo – psicoterapeuta

Director Centro Logos  C. Ps. P. 12034

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4 comentarios

  1. Es muy interesante su artículo cuando el ser humano es humano el ser humano es humano cuando siente tristeza, alegría y me recuerda a Aristóteles cuando se dice que lo psíquico y físico son inseparables Aristóteles afirmaba que cuando muere el cuerpo muere el espíritu son inseparables efectivamente.

    Y desde luego hay que salir al mundo y vivir la vida en toda su extensión.

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